Una Vez Anhelado . Блейк Пирс
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Una voz agradable llamó.
“¿Quién es?”.
“Soy yo”, respondió Riley. “Llegué a casa, Gabriela”.
La mujer guatemalteca corpulenta de mediana edad salió de la cocina, secándose las manos con una toalla. Le agradaba ver el rostro sonriente de Gabriela. Tenía años siendo la criada de la familia, mucho tiempo antes de que Riley se divorciara de Ryan. Riley estaba agradecida por el hecho que Gabriela había aceptado mudarse con ella y su hija.
“¿Cómo estuvo tu día?”, preguntó Gabriela.
“Excelente”, dijo Riley.
“¡Qué bueno!”.
Gabriela volvió a la cocina. El olor de una maravillosa cena ondulaba por toda la casa. Oyó a Gabriela comenzar a cantar.
Riley se quedó parada en su sala de estar, disfrutando de su entorno. Ella y su hija tenían poco tiempo de mudadas. La pequeña casa en la que habían vivido cuando se disolvió su matrimonio era demasiado aislada como para ser segura. Además, Riley había sentido la necesidad urgente de cambio, tanto para ella como para April. Era el momento de reconstruir su vida ya que por fin tenía el divorcio y Ryan estaba siendo generoso con la manutención.
Todavía le faltaban algunos detalles. Algunos de los muebles eran bastantes viejos y se veían fuera de lugar en un ambiente tan prístino. Tenía que reemplazarlos. Una de las paredes se veía algo vacía, y a Riley ya no le quedaban fotos que colgar allí. Hizo una nota mental para ir de compras con April este fin de semana. Esa idea hizo a Riley sentirse cómodamente normal, una mujer con una vida familiar agradable en lugar de una agente rastreando algún asesino desviado.
Ahora se empezó a preguntar dónde estaba April.
Se detuvo para escuchar. No escuchaba música salir del cuarto de April. Entonces oyó a su hija gritar, el grito venía del patio trasero.
Riley jadeó y corrió por su comedor hasta llegar a la gran cubierta del patio trasero. Cuando vio el rostro y el torso de April por encima de la valla, le tomó a Riley un momento darse cuenta lo que estaba sucediendo. Entonces se relajó y se rio de sí misma. Su pánico automático había sido una reacción exagerada. Pero también había sido instintivo. Riley había rescatado a April de las garras de un loco que la había atacado para vengarse de su madre recientemente.
April desapareció de su vista y luego apareció de nuevo, chillando alegremente. Estaba saltando en el trampolín de su vecino. Se había hecho amiga de la chica que vivía allí, una adolescente que tenía la misma edad de April y que incluso asistía a la misma escuela secundaria.
“¡Ten cuidado!”, le dijo Riley a April.
“¡Estoy bien, Mamá!”, respondió April entrecortadamente.
Riley se echó a reír de nuevo. Era un sonido desconocido que surgía de sentimientos que casi había olvidado. Quería acostumbrarme a reír de nuevo.
También quería acostumbrarse a la expresión alegre de su hija. Pareciera como si fuera ayer cuando April había sido terriblemente rebelde y taciturna, incluso para una adolescente. Riley no podía culpar a April. Riley sabía que, como madre, había dejado mucho que desear y ahora estaba haciendo todo lo posible para cambiar eso.
Esa era una de las cosas que más le gustaban de estar de licencia de su trabajo de campo y sus horas largas e impredecibles, a menudo en lugares lejanos. Ahora su horario encajaba con el de April, y la posibilidad de que esto tuviera que cambiar algún día aterraba a Riley.
“Mejor lo disfruto mientras pueda”, pensó.
Riley entró de nuevo a la casa justo a tiempo para escuchar el timbre de la puerta principal.
“Yo atiendo, Gabriela”, gritó Riley.
Abrió la puerta y se sorprendió al ver el rostro sonriente de un hombre que no había visto antes.
“Hola”, dijo tímidamente. “Yo soy Blaine Hildreth, de al lado. Tu hija está en mi casa ahora mismo con mi hija Crystal”. Sostuvo una caja frente a Riley y añadió: “Bienvenidas al vecindario. Les traje un pequeño regalo de bienvenida”.
“Ah”, dijo Riley. Esta cordialidad la sorprendió, no estaba acostumbrada a ella. Le tomó un momento decir: “Pasa adelante, por favor”.
Tomó el regalo y le ofreció un asiento en una silla de la sala de estar. Riley se sentó en el sofá con la caja de regalo en su regazo. Blaine Hildreth estaba mirándola con expectación.
“Esto es tan amable de tu parte”, dijo, abriendo el paquete. Contenía unas tazas de café coloridas, dos de ellas decoradas con mariposas y las otras dos con flores.
“Son bonitas”, dijo Riley. “¿Quieres café?”.
“Sí, gracias”, dijo Blaine.
Riley llamó a Gabriela, quien vino de la cocina.
“Gabriela, ¿podrías traernos café en estas tazas?”, dijo, entregándole dos de las tazas. “Blaine, ¿cómo te gusta el tuyo?”.
“Negro”.
Gabriela volvió a la cocina con las tazas.
“Mi nombre es Riley Paige”, le dijo a Blaine. “Gracias por visitarnos. Y gracias por el regalo”.
“De nada”, dijo Blaine.
Gabriela regresó con dos tazas de café caliente, luego volvió a la cocina para seguir con sus labores. Riley se encontró evaluando a su vecino, y esto la avergonzó un poco. No podía resistirse ahora que era soltera. Esperaba que él no lo notara.
“Qué importa”, pensó. “Tal vez él está haciendo lo mismo conmigo”.
Lo primero que observó es que no estaba usando un anillo de bodas. “Viudo o divorciado”, pensó.
Luego estimó que tenían casi la misma edad, tal vez él era un poco más joven, casi cerca de los cuarenta.
Por último, era apuesto. Tenía entradas, pero no se le veían mal. Y era esbelto y parecía estar en forma.
“¿En qué trabajas?”, preguntó Riley.
Blaine se encogió de hombros. “Soy dueño de un restaurante. ¿Conoces El Grill de Blaine, el que queda en el centro?”.
Riley quedó gratamente impresionada. El Grill de Blaine era uno de los restaurantes informales más bonitos de Fredericksburg. Le habían dicho que era un excelente lugar para cenar, pero no había tenido la oportunidad de visitarlo.
“Sí, he ido”, dijo.
“Bueno, es mío”, dijo Blaine. “¿Y tú?”.
Riley respiró profundamente. Nunca era fácil para ella decirle a un desconocido lo que hacía para ganarse