Una Vez Anhelado . Блейк Пирс

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Una Vez Anhelado  - Блейк Пирс Un Misterio de Riley Paige

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pero se encontró necesitando volver al trabajo desesperadamente. Ahora se preguntaba la razón de ese desespero. Había sido imprudente y autodestructiva, y todo esto le había costado ganar el control de su vida. Cuando finalmente mató a Peterson, su atormentador, pensó que todo estaría bien. Pero aún la atormentaba, y le estaba costando mucho aceptar cómo había terminado su último caso.

      Después de una pausa, añadió: “Necesito más tiempo fuera del campo. Técnicamente estoy de licencia y realmente estoy tratando de reconstruir mi vida”.

      Cayó un largo silencio. No parecía que Meredith se pondría a discutir con ella, y mucho menos abusar de su autoridad. Pero tampoco le diría que no importaba, no dejaría de presionarla.

      Oyó a Meredith suspirar tristemente. “Garrett y Nancy tenían años distanciados y lo que le pasó lo está carcomiendo. Creo que eso sirve de lección, ¿o no? No debemos dar por sentado a ninguna persona de nuestras vidas. Siempre debemos hacer el intento”.

      Riley casi deja caer el celular. Las palabras de Meredith pusieron el dedo en la llaga, en una llaga en la que Riley no había pensado por mucho tiempo. Riley había perdido el contacto con su hermana mayor hace años. Estaban distanciadas, y Riley no había pensado en Wendy durante mucho tiempo. No tenía ni idea de lo que estaba haciendo su hermana en estos momentos.

      “Prométeme que lo pensarás”, dijo Meredith luego de otra pausa.

      “Lo haré”, dijo Riley.

      Finalizaron la llamada.

      Se sentía terrible. Meredith había estado a su lado durante momentos terribles y nunca había mostrado vulnerabilidad hacia ella antes. Ella odiaba decepcionarlo, y le acababa de prometer que lo consideraría.

      Y no importaba qué tan desesperadamente quería negarse, Riley no estaba segura de poder hacerlo.

      Capítulo Tres

      El hombre se encontraba sentado dentro de su carro en el estacionamiento, viendo a la puta acercarse por la calle. Se llamaba a sí misma Chiffon; obviamente este no era su nombre real. Y estaba seguro que había muchas más cosas de ella que no sabía.

      “Puedo obligarla a decirme”, pensó. “Pero aquí no. Hoy no”.

      Tampoco la mataría aquí hoy. No, no aquí tan cerca de su lugar de trabajo habitual, el supuesto “Gimnasio Cinético”. Desde donde estaba sentado, podía ver los equipos de ejercicio decrépitos por las ventanas: tres cintas caminadoras, una máquina de remo y un par de máquinas de pesas. Por lo que sabía, nadie venía al gimnasio a ejercitarse.

      “No de una manera socialmente aceptable”, pensó con una sonrisa.

      No venía mucho a este lugar, no desde que había raptado a esa morena que había trabajado allí hace años. Obviamente no la había matado allí. La había llevado a un cuarto de motel para recibir “servicios adicionales”, prometiéndole pagarle mucho más dinero.

      No había sido asesinato premeditado, ni siquiera en ese momento. La bolsa de plástico sobre su cabeza solo pretendía añadir un elemento de fantasía y peligro. Le sorprendió lo tan satisfecho que se había sentido una vez de haberlo hecho. Había sido un placer epicúreo y distintivo, incluso en todos los placeres que había experimentado en su vida.

      Aún así, había ejercido más cuidado y moderación en sus encuentros amorosos desde entonces. O por lo menos lo había hecho hasta la semana pasada, cuando el mismo juego se volvió mortal de nuevo con esa acompañante. ¿Cómo es que se llamaba?

      “Ah, sí”, recordó. “Nanette”.

      Había sospechado en ese momento que Nanette quizás no era su verdadero nombre. Ahora jamás lo descubriría. En su corazón sabía que su muerte no había sido un accidente. Él había querido hacerlo. Y tenía la conciencia limpia. Estaba listo para hacerlo de nuevo.

      La puta que se hacía llamar Chiffon estaba ya a media cuadra, vestida con una camiseta amarilla con escote bañera y una minifalda, tambaleando hacia el gimnasio en tacones altos y hablando por su teléfono celular.

      Realmente quería saber si su verdadero nombre era Chiffon. Su encuentro profesional anterior había sido un fracaso, seguramente por culpa de ella. Algo de ella lo había inquietado.

      Sabía que era mayor de lo decía ser. Era más que su cuerpo, incluso las putas adolescentes tenían estrías de parto. Y tampoco eran las arrugas de su rostro. Las putas envejecían más rápido que cualquier otro tipo de mujer.

      Simplemente no sabía qué era; lo que sí sabía es que ella lo confundía. Tenía un entusiasmo infantil que no era la marca de una verdadera profesional, ni siquiera de una principiante.

      Se reía demasiado, como una niña jugando con muñecas. Era demasiado entusiasta. Curiosamente, sospechaba que a ella realmente le gustaba su trabajo.

      “Una puta que realmente disfruta del sexo”, pensó, viéndola acercarse. “¿Quién ha oído de tal cosa?”.

      Francamente, eso le quitaba las ganas.

      Bueno, al menos estaba seguro que no era policía. Se hubiera percatado de eso al instante.

      Cuando ella se acercó lo suficiente como para poder verlo, él tocó su bocina. Dejó de hablar por teléfono por un momento y miró hacia donde se hallaba, protegiendo sus ojos del sol. Cuando vio que era él, lo saludó y le sonrió, una sonrisa que parecía totalmente sincera.

      Luego caminó hacia la parte trasera del gimnasio, la entrada de los “empleados”. Se dio cuenta que probablemente tenía una cita dentro del burdel. No importaba, la contrataría otro día cuando estuviera de humor para un placer específico. Por ahora podía disfrutar de las otras prostitutas.

      Recordó cómo habían dejado las cosas la última vez. Había sido alegre, buena y comprensiva.

      “Vuelve cuando quieras”, le había dicho. “Será mejor la próxima vez. Nos llevaremos de lo mejor. Las cosas se pondrán muy emocionantes”.

      “Ay, Chiffon”, murmuró en voz alta. “No tienes ni idea”.

      Capítulo Cuatro

      Riley oía disparos por todas partes. A su izquierda, oía los chasquidos ruidosos de pistolas. A su derecha, oía armamento más pesado, ráfagas de los rifles de asalto y subfusiles.

      En medio de todo el alboroto, sacó su pistola Glock de su pistolera de cadera, se colocó en decúbito prono y disparó seis rondas. Se puso de rodilla y disparó tres rondas. Recargó su pistola hábilmente, luego se puso de pie y disparó seis rondas, y finalmente se arrodilló y disparó tres rondas más con su mano izquierda.

      Se puso de pie y guardó su arma, luego se alejó de la línea de fuego y se quitó sus orejeras y gafas protectoras. El blanco con el contorno en forma de botella estaba a veintitrés metros de distancia. Incluso desde esta distancia, pudo ver que había agrupado sus disparos bastante bien. En las otras filas, los alumnos de la academia del FBI seguían practicando bajo la supervisión de su instructor.

      Riley tenía tiempo sin disparar un arma, a pesar de siempre estar armada en el trabajo. Había

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