Un Rastro de Esperanza . Блейк Пирс

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Un Rastro de Esperanza  - Блейк Пирс Un Misterio Keri Locke

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hasta la funda de su pistola antes de recordar que había dejado su arma personal en la cajuela. Había querido evadir preguntas sobre seguridad, y por ello había decidido que llevar su arma personal a la cárcel de la ciudad no la ayudaría a alcanzar ese objetivo. Por la misma razón, su pistola de tobillo se encontraba en el mismo lugar. Estaba desarmada.

      Sintiendo que su pulso se aceleraba, Keri se ordenó a si misma guardar la calma, y no acelerar el paso para dejarle saber a estos sujetos que ya estaba al tanto de ellos. Ellos tenían que saber. Pero mantener el disimulo podría darle tiempo. Igual pasaba con voltear a mirar sobre su hombro; se rehusó a hacerlo. Eso era ponerlos a correr tras ella.

      En su lugar, miraba con naturalidad las ventanillas de algunos de los utilitarios más brillantes, con la esperanza de tener una idea de con quiénes se las veía. Al cabo de unos cuantos autos, fue capaz de detallarlos. Dos sujetos, ambos de traje: una grande, el otro enorme con una panza que sobresalía por encima de su cinturón. Era difícil calcular la edad, pero el más grande se veía más viejo también. Él era el que resollaba. Ninguno llevaba armas, pero el gordo tenía lo que parecía un Taser, y el más joven apretaba en su mano una especie de porra. Aparentemente alguien la quería viva.

      Tratando de parecer desenfadada, sacó las llaves de su cartera, deslizando hacia afuera los extremos agudos por entre los nudillos mientras pulsaba el botón para abrir su auto, ahora a solo siete metros de distancia. Los dos hombres todavía estaban a tres metros de ella, pero no había forma de que llegara al auto, abriera la puerta, se subiera, cerrara la puerta, y la asegurara antes de que la atraparan, incluso para su tamaño. Se maldijo en silencio por no haber estacionado en reversa.

      El bip que hizo su auto pareció sorprender al gordo y lo hizo tambalearse un poco. Luego de eso, Keri supo que pretender que no los notaba a estas alturas parecería más sospechoso que voltear, así que se detuvo abruptamente y se giró rápidamente, tomándolos por sorpresa.

      —¿Cómo les va, amigos? —preguntó dulcemente, como si toparse con dos tipos descomunales justo detrás de ella fuera lo más natural del mundo. Ambos dieron un par de pasos antes de extrañamente detenerse a metro y medio de ella.

      El más joven pareció estar confundido. El más viejo comenzó a abrir la boca para hablar. Los sentidos de Keri hormigueaban. Por alguna razón, notó que el hombre había dejado una porción de pelo en el lado izquierdo de su cuello la última vez que se había afeitado. Casi sin pensarlo, pulsó el botón de alarma de su auto. Ambos hombres miraron sin querer en esa dirección. Ahí fue cuando ella se movió.

      Se abalanzó con rapidez, abanicando su puño derecho, el que tenía las llaves sobresalientes, hacia el lado izquierdo de la cara de él. Todo comenzó a moverse en cámara lenta. Él la vio demasiado tarde y para cuando comenzó a levantar su brazo izquierdo para tratar de bloquear el puñetazo, ella ya había hecho contacto.

      Keri supo que había sido un golpe directo porque al menos una de las llaves se hundió bastante antes de encontrar resistencia. El grito salió casi de inmediato mientras la sangre salía a borbotones de su ojo. Ella no se paró a admirar su obra. En lugar de ello, usó el impulso hacia adelante para abalanzarse, pegando su hombro derecho con la rodilla izquierda de él, aunque ya estaba desplomándose en el suelo.

      Escuchó un desagradable pop y supo que los ligamentos de la rodilla se habían desgarrado violentamente al caer al suelo. Sacó ese sonido de su cerebro mientras intentaba rodar con suavidad hacia atrás para poderse poner de pie.

      Desafortunadamente, lanzarse contra una persona así de corpulenta había estremecido su cuerpo de pies a cabeza, volviendo a agravar el dolor de las lesiones que había sufrido solo unos días antes. Su pecho se sentía como si lo hubiesen impactado con una sartén. Estaba casi segura de que al abalanzarse se había golpeado su rodilla lesionada con el concreto del suelo del estacionamiento, y la colisión además había dejado su hombro derecho palpitando de dolor.

      Más problemático que todo lo demás era que aplastar al hombre había ralentizado lo suficiente sus movimientos como para que el más joven, que estaba en mejor forma, recuperara el sentido. Cuando Keri terminó de rodar y trató de recuperar el equilibrio, ya él estaba moviéndose hacia ella, llameando en sus ojos una mezcla de furia y temor, mientras comenzaba a abanicar hacia abajo la porra que cargaba en su mano derecha.

      Se dio cuenta que no iba a ser capaz de evitarla por completo y giró su cuerpo de tal manera que el golpe aterrizara en el lado izquierdo en lugar de su cabeza. Sintió el brutal mazazo en las costillas en el lado izquierdo de su torso justo por debajo del hombro, seguido por un agudo dolor que se irradió desde el punto de impacto.

      El cuerpo se quedó sin aire al caer de rodillas delante de él. Sus ojos se llenaron de lágrimas, inmediatamente después de recibir el golpe, pero aun así logró captar algo terrible justo delante de ella. Los pies del hombre más joven habían comenzado a ponerse de puntillas, y sus talones ya se despegaban del suelo.

      A Keri le tomó menos de una fracción de segundo entender lo que eso significaba. Él se estaba alzando, levantando la porra por encima de su cabeza, para aplicar un golpe de lleno sobre ella y así noquearla. Ella vio el pie izquierdo comenzar a moverse hacia adelante, y comprendió que estaba iniciando el movimiento hacia abajo.

      Ignorando todo —su incapacidad para respirar, el dolor que rebotaba entre su pecho, su hombro, sus costillas y su rodilla, su visión borrosa— se abalanzó hacia él. Sabía que las rodillas no le proporcionaban mucho impulso, pero esperaba que este fuera suficiente para impedir un golpe directo en su coronilla. Al hacerlo, lanzó su mano derecha, la que todavía sostenía las llaves, en dirección a la entrepierna del sujeto, esperando hacer cualquier clase de contacto.

      Todo sucedió al mismo tiempo. Ella sintió que la porra golpeó la parte superior de su espalda al tiempo que escuchó el gruñido. El golpe que le clavaron le dolió, pero solo por un segundo, al darse cuenta de que el hombre había aflojado la porra casi inmediatamente después de hacer contacto. Escuchó que golpeaba el concreto y rodaba a lo lejos, mientras ella caía al suelo.

      Al levantar la vista, vio que el hombre se doblaba, con ambas manos atenazando la zona de su ingle. Maldecía a voz en cuello sin hacer pausa. Al menos por el momento, parecía ajeno a ella. Keri miró al gordo, que estaba a unos metros de distancia, todavía rodando por el suelo, gritando en su agonía, con ambas manos cubriéndose el ojo izquierdo, aparentemente inconsciente de lo que pasaba con su rodilla, que había quedado doblada de una manera extraña.

      Keri aspiró una buena bocanada de aire por un momento que pareció eterno, y se forzó a sí misma a entrar en acción.

      Levántate y muévete. Esta es tu oportunidad. Puede que sea la única.

      Ignorando el dolor que sentía por todas partes, se levantó del duro suelo y entre cojeando y corriendo se dirigió hasta su auto. El más joven apartó la vista de su entrepierna e hizo el intento de extender el brazo para agarrarla. Pero ella se apartó bien de él y se abalanzó hacia su auto: subió, cerró, encendió y arrancó sin siquiera mirar por el retrovisor. Parte de ella esperaba que el joven estuviera allá atrás y ella escuchara un golpe sordo al impactar sobre él.

      Pisó el acelerador, pasó volando la esquina del segundo piso, y bajó al primero. Al acercarse a la caseta de salida, le sorprendió ver al hombre más joven bajar por las escaleras y arrastrarse en dirección al auto de ella.

      Pudo ver el horror en la cara del empleado de la caseta, que estaba mirando alternativamente al hombre encorvado que se arrastraba en dirección a él, y los neumáticos chirriantes que iban a toda velocidad hacia el mismo punto. Casi se sintió mal por él. Pero ello no impidió que pasara acelerando por la salida, golpeando el portón de madera, y haciendo volar

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