El Tipo Perfecto . Блейк Пирс
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Читать онлайн книгу El Tipo Perfecto - Блейк Пирс страница 3
Elevó la vista y vio que ya no estaba tumbada en la cabaña. En vez de eso, estaba en el suelo del pasillo de una mansión impresionante y contemporánea. Y ya no era la Jessica Thurman de seis años. Ahora era Jessie Hunt, de veintiocho años, tumbada en el suelo de su propia casa, mirando fijamente al hombre que blandía un atizador de chimenea por encima de su cabeza, y que estaba a punto de golpearla con él. Sin embargo, ese hombre ya no era su padre.
En vez de ello, en esta ocasión era su marido, Kyle.
Sus ojos centelleaban con una intensidad frenética mientras lanzaba el atizador hacia el rostro de Jessie.
Levantó los brazos para defenderse, pero sabía que era demasiado tarde.
*
Jessie se despertó con un grito ahogado. Todavía tenía las manos por encima de su cabeza como dispuesta a bloquear un ataque. Pero estaba sola en el dormitorio del apartamento. Se dio un empujón para incorporarse y sentarse sobre la cama. Tanto su cuerpo como las sábanas estaban cubiertas de sudor. Y su corazón estaba a punto de salírsele del pecho.
Sacó las piernas de la cama y puso los pies en el suelo al tiempo que se doblaba hacia delante, colocando sus codos sobre sus muslos y su cabeza entre las palmas de las manos. Tras darle unos cuantos segundos a su cuerpo para que se aclimatara a su entorno real—el apartamento en el centro de Los Ángeles de su amiga Lacy—le echó una ojeada al reloj que había sobre la mesita de noche. Eran las 3:54 de la madrugada.
Mientras sentía cómo se empezaba a secar el sudor en su piel, se reconfortó a sí misma.
Ya no estoy en esa cabaña. Ya no estoy en esa casa. Estoy a salvo. No son más que pesadillas. Esos hombres ya no me pueden hacer ningún daño.
Claro que solo la mitad de esas palabras era cierta. Aunque el que iba a convertirse pronto en su exmarido, Kyle, estaba encerrado en la cárcel esperando a su juicio por varios delitos, que incluían el intento de asesinarla, jamás habían capturado a su padre.
Y seguía acosándola en sus sueños con regularidad. Peor aún, se había enterado recientemente de que, a pesar de que le hubieran metido al programa de Protección de Testigos de niña, dándole un nuevo hogar y un nuevo nombre, él todavía seguía buscándola.
Jessie se puso de pie para irse a la ducha. No tenía sentido intentar volver a quedarse dormida. Sabía de sobra que sería inútil.
Además, había una idea dándole vueltas en la cabeza, una que quería cultivar. Quizá había llegado el momento de dejar de resignarse a que estas pesadillas fueran inevitables. Quizá debía dejar de tener miedo al día en que su padre le encontrara.
Quizá fuera la hora de ir a cazarle.
CAPÍTULO DOS
Cuando su antigua compañera de universidad y actual compañera de piso Lacy Cartwright salió a la sala del desayuno, Jessie ya llevaba despierta más de tres horas. Había hecho café fresco y le sirvió una taza a Lacy, que se acercó y la tomó con agradecimiento al tiempo que le ofrecía una sonrisa comprensiva.
“¿Otro mal sueño?”, le preguntó
Jessie asintió con la cabeza. Durante las seis semanas que Jessie llevaba viviendo en el apartamento de Lacy, intentando reconstruir su vida, su amiga se había acostumbrado a los gritos medio habituales en medio de la noche y a que se despertara de madrugada. Había sucedido ocasionalmente en la universidad, por lo que no le pillaba del todo de sorpresa. Sin embargo, la frecuencia de esos sueños había aumentado dramáticamente desde que su marido intentara matarla.
“¿Hice mucho ruido?”, preguntó Jessie, disculpándose.
“Un poco”, reconoció Lacy. “Pero dejaste de gritar en unos segundos. Me volví a quedar dormida.”
“Lo siento de veras, Lace. Quizá debería comprarte otros tapones para los oídos hasta que me mude, o una máquina que cancele el sonido mucho más potente. Te juro que no voy a tardar mucho más”.
“No te preocupes por ello. Estás manejando las cosas mucho mejor de lo que yo lo haría”, insistió Lacy mientras se ataba su pelo largo en una cola de caballo.
“Eso es muy amable por tu parte”.
“No solo estoy siendo educada, chica. Piensa en ello. En los últimos dos meses, tu marido ha asesinado a una mujer, ha tratado de inculparte a ti por ello, y después ha intentado matarte cuando lo averiguaste. Eso no incluye tu aborto”.
Jessie asintió, pero no dijo nada. La lista de Lacy de todas las cosas horribles ni siquiera incluía a su padre, el asesino en serie, porque Lacy no sabía nada sobre él, casi nadie lo sabía. Jessie lo prefería así—tanto por su seguridad como por la de los demás. Lacy continuó.
“Si fuera yo, todavía seguiría enroscada en posición fetal. El hecho de que casi hayas terminado con la terapia física y que estés a punto de entrar al programa especial de formación del FBI hace que me pregunte si eres un ciborg o algo así”.
Jessie debía admitir que, cuando se planteaban las cosas de esa manera, resultaba bastante impresionante que fuera tan efectiva. Su mano se movió involuntariamente al punto en el lado izquierdo de su abdomen donde Kyle le había clavado el atizador. Los médicos le habían dicho que había tenido mucha suerte de que no hubiera tocado ninguno de sus órganos internos.
Tenía una cicatriz fea. Suponía una adición antiestética a la que ya tenía desde niña y que le recorría la clavícula. De vez en cuando, todavía sentía un pinchazo agudo en sus tripas, pero en general, se sentía bien. Le habían dado permiso para librarse del bastón para caminar hacía una semana y su fisioterapeuta solo había programado otra sesión más de rehabilitación, que era hoy. Después de eso, se suponía que debía hacer los ejercicios necesarios por su cuenta. Por lo que se refería a la rehabilitación mental y emocional que necesitaba después de enterarse de que su marido era un asesino sociópata, estaba todavía lejos de la recuperación total.
“Supongo que las cosas no están tan mal”, respondió finalmente con poca convicción, mientras observaba cómo su amiga se terminaba de vestir.
Lacy se puso sus tacones de tres pulgadas, que la convertían en toda una amazona, en vez de en una mujer simplemente alta. Todo piernas largas y pómulos, se parecía más bien a una modelo de pasarela que a una aspirante a diseñadora de modas. Llevaba el pelo atado en una cola de caballo que revelaba su cuello. Iba meticulosamente vestida con un traje que ella misma había diseñado. Podía ser ya una compradora para alguna boutique de lujo, pero tenía planes de poseer su propia marca de diseño antes de los treinta años y de ser la diseñadora de modas afroamericana y lesbiana más conocida de todo el país poco después.
“No te entiendo, Jessie”, dijo mientras se ponía el abrigo. “Te aceptan en un prestigioso programa del FBI en Quántico para criminólogos prometedores y parece que la idea no te emocione mucho. Pensaba que te lanzarías a la oportunidad de cambiar de ambiente durante un tiempo. Además, son solo diez semanas. No es que tengas que irte a vivir allí”.
“Tienes razón”, asintió Jessie mientras se tomaba lo que quedaba de su tercera taza de café. “Es solo que tengo tantas cosas en la cabeza ahora mismo, que no estoy segura de que sea el momento adecuado. El divorcio de Kyle todavía no está