El Tipo Perfecto . Блейк Пирс

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El Tipo Perfecto  - Блейк Пирс Un Thriller de Suspense Psicológico con Jessie Hunt

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del comportamiento del FBI”.

      “Bueno, pues será mejor que decidas rápido”, dijo Lacy caminando hacia la puerta principal. “¿No tienes que darles una respuesta antes de que termine la semana?”.

      “Así es”.

      “Pues bien, dime lo que decidas. Además, ¿puedes abrir la ventana de tu habitación antes de salir? No te ofendas, pero huele como si hubiera un gimnasio allí dentro”.

      Ya se había ido antes de que Jessie pudiera responderle, aunque no estaba segura de qué podía decirle al respecto. Lacy era una gran amiga con la que siempre se podía contar para que te diera una opinión honesta. Pero el tacto no era su punto fuerte.

      Jessie se levantó y fue a cambiarse a su habitación. Percibió un reflejo de sí misma en el espejo de cuerpo entero en la parte de atrás de la puerta y no se reconoció de inmediato. En la superficie, todavía tenía el mismo aspecto, con su cabello castaño a la altura de los hombros, sus ojos verdes, su complexión elevada, de un metro ochenta.

      Pero tenía los ojos enrojecidos de cansancio, y el pelo grasiento y revuelto, por lo que decidió hacerse una cola de caballo y ponerse una gorra. Y sentía que estaba constantemente encogida de hombros, como consecuencia de la preocupación omnipresente de que pudiera sentir pinchazos en su abdomen.

      ¿Alguna vez volveré a ser la de siempre? ¿Acaso existe esa persona todavía?

      Se quitó ese pensamiento de la cabeza, forzando a la autocompasión a tomar el asiento de atrás, al menos durante un rato. Estaba demasiado ocupada como para atender a eso en este momento.

      Ya era hora de prepararse para su sesión de fisioterapia, su reunión con la agente de bienes raíces, su cita con su psiquiatra, y después con su ginecólogo. Tenía todo un día por delante en el que aparentar que era un ser humano funcional.

      *

      La agente de bienes raíces, un pequeño torbellino que revoloteaba por todas partes vestido de traje y que se llamaba Bridget, le estaba mostrando el tercer apartamento de la mañana cuando Jessie empezó a sentir deseos de tirarse por el balcón.

      Todo iba bien al principio. Estaba un tanto eufórica después de su sesión final de fisioterapia, que había concluido con la sentencia de que estaba “razonablemente equipada para las tareas de la vida diaria.” Bridget había mantenido las cosas en marcha mientras miraban los dos primeros apartamentos, enfocándose en los detalles de la unidad, los precios, y las amenidades. No fue hasta que llegaron a la tercera unidad, la única que le intrigaba a Jessie por el momento, que las preguntas se pusieron un tanto personales.

      “¿Estás segura de que solo te interesan apartamentos de un dormitorio?”, preguntó Bridget. “Puedo asegurar que este te gusta. Pero hay uno de dos dormitorios un piso más arriba que tiene virtualmente la misma distribución. Solo son treinta mil dólares más y tendría mayor potencial de reventa. Además, nunca sabes cómo puede cambiar tu situación en un par de años”.

      “Eso es cierto”, reconoció Jessie, pensando mentalmente que solo hace dos meses estaba casada, embarazada, y viviendo en una mansión en Orange County. Ahora estaba separada de un asesino que había confesado su crimen, había perdido a su hijo nonnato, y estaba viviendo con una amiga de la universidad. “Pero un dormitorio me va bien”.

      “Por supuesto”, dijo Bridget en un tono que indicaba que todavía no se iba a rendir. “¿Te importa si te pregunto cuáles son tus circunstancias? Me puede ayudar a enfocarme mejor en tus preferencias. No puedo evitar notar que tienes la piel más pálida en el dedo anular donde hasta hace poco había un anillo de bodas.

      “Podría adaptar la selección de ubicaciones dependiendo de si estás pensando en tirar hacia adelante con todas tus fuerzas o en… acomodarte”.

      “Estamos en la zona adecuada”, dijo Jessie, mientras su voz se tensaba involuntariamente. “Solo quiero ver apartamentos de un dormitorio por aquí. Esa es toda la información que necesitas ahora mismo, Bridget”.

      “Por supuesto. Lo siento”, dijo Bridget, escarmentada.

      “Tengo que tomar prestado el cuarto de baño un momento”, dijo Jessie, sintiendo como la tensión que había en su garganta se expandía hacia su pecho. No estaba segura de lo que le estaba pasando. “¿Está bien?”.

      “Por supuesto”, dijo Bridget. “¿Recuerdas dónde estaba, al final del pasillo?”.

      Jessie asintió y se dirigió hacia allí lo más deprisa que pudo sin echarse a correr. Para cuando llegó y cerró la puerta, tenía miedo de que se fuera a desmayar. Parecía como si estuviera a punto de tener un ataque de pánico.

      ¿Qué diablos me está pasando?

      Se refrescó la cara con agua fría, y después reposó las palmas sobre el mostrador mientras se guiaba a sí misma a través de unas respiraciones lentas, y profundas.

      Las imágenes se sucedían a través de su mente sin ritmo o razón de ser: estar acurrucada en el sofá con Kyle, temblando en una cabaña desolada al fondo de la cordillera Ozark, mirando el ultrasonido de su bebé por nacer y que nunca lo haría, leyendo una historia para irse a dormir con su padre adoptivo en una mecedora, viendo cómo su marido arrojaba un cadáver desde un yate en las aguas costeras, el sonido de su padre susurrándole “bicho de verano” al oído.

      Jessie no sabía por qué le había alterado la pregunta básicamente inocua que había hecho Bridget sobre sus circunstancias. Lo cierto es que lo había hecho y ahora sentía un sudor frío, temblaba involuntariamente, y miraba de vuelta al espejo a una persona que apenas reconocía.

      No estaba del todo mal que su próxima parada fuera para ver a su terapeuta. El pensamiento calmó ligeramente a Jessie que tomó unas cuantas respiraciones profundas antes de salir del cuarto de baño y dirigirse al fondo del pasillo hasta la puerta principal.

      “Ya te llamaré”, le gritó a Bridget al tiempo que cerraba la puerta después de salir. Pero no estaba segura de que lo haría. Ahora mismo, no estaba segura de nada.

      CAPÍTULO TRES

      La consulta de la doctora Janice Lemmon solo estaba a unas cuantas manzanas del apartamento del que Jessie estaba saliendo y se alegró por la oportunidad de caminar y aclararse la mente. Mientras descendía por Figueroa, casi se alegró de sentir el viento punzante, cortante, que hacía que se le humedecieran los ojos antes de secarse de inmediato. El frío sobrecogedor empujó la mayoría de los pensamientos hacia un lado, excepto el de moverse deprisa.

      Cerró la cremallera del abrigo hasta el cuello y bajó la cabeza mientras pasaba junto a una cafetería, y después un restaurante que estaba casi a rebosar. Eran mediados de diciembre en Los Ángeles y los negocios locales hacían lo que podían para que sus fachadas resultaran festivas en una ciudad donde la nieve era casi un concepto abstracto.

      Sin embargo, en los túneles de viento que creaban los rascacielos del centro urbano, el frío siempre estaba presente. Eran casi las 11 de la mañana, el cielo estaba gris y la temperatura rondaba los diez grados. Hoy iba a bajar hasta los cuatro grados centígrados. Para Los Ángeles, eso era frío siberiano. Por supuesto, Jessie ya había pasado por inviernos mucho más fríos.

      De niña en su Missouri rural, antes de que todo se fuera al carajo, jugaba en el pequeño patio

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