El Tipo Perfecto . Блейк Пирс
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу El Tipo Perfecto - Блейк Пирс страница 7
Y entonces, en medio de sus lágrimas, lo entendió. Había algo en lo definitivo de esta cita que le había impactado de lleno. No tenía que regresar en otros seis meses. Sería una visita normal. El estadio del embarazo de su vida había terminado, al menos para el futuro previsible.
Casi podía sentir cómo la puerta emocional le daba en las narices con un ruido estridente. Además de que su matrimonio hubiera terminado de la manera más sorprendente posible y de enterarse de que su padre el asesino, al que pensaba que había dejado atrás, estaba de vuelta en su presente, caer en la cuenta de que había tenido a un ser vivo dentro de ella y que ya no lo tenía resultaba demasiado que soportar.
Salió a toda pastilla del aparcamiento, con la visión borrosa por las lágrimas que le inundaban los ojos. Le daba igual. Le pisó fuerte al acelerador mientras conducía disparada por Robertson. Era media tarde y no había demasiado tráfico. Aun así, se metía de un carril a otro con salvaje despreocupación.
Por delante de ella, en un semáforo, vio un camión de mudanzas. Se puso a conducir a todo gas, y sintió cómo el cuello se le echaba hacia atrás al acelerar. El límite de velocidad eran treinta y cinco millas por hora, pero ella iba a cuarenta y cinco, después cincuenta y cinco, a más de sesenta. Estaba convencida de que, si le golpeaba al camión con bastante fuerza, todo su dolor se desvanecería en un instante.
Miró hacia su izquierda y mientras pasaba como un rayo, vio a una madre caminando por el pavimento con su bebé. La idea de que ese chiquitín fuera testigo de una masa de metal retorcido, fuego y ruido ensordecedor, y restos chamuscados le convenció en un instante de abandonar su misión.
Jessie pisó a fondo los frenos, deteniéndose de repente a un par de metros de la parte trasera del camión. Se metió al aparcamiento de la gasolinera que había a su derecha, aparcó, y apagó el motor del coche. Respiraba con dificultad y la adrenalina le recorría todo el cuerpo, haciendo que le temblaran los dedos de las manos y los pies hasta el punto de que le resultara incómodo.
Después de unos cinco minutos sentada allí sin moverse con los ojos cerrados, su pecho dejó de retumbar y su respiración volvió a la normalidad. Escuchó un zumbido y abrió los ojos. Era su teléfono. La identificación del remitente decía que se trataba del detective Ryan Hernández del L.A.P.D. Había hablado con ella durante su clase de criminología el semestre pasado, en la que ella le había impresionado con la manera de resolver un caso de estudio que él había presentado a la clase. También le había visitado en el hospital después de que Kyle tratara de matarla.
“Hola, hola”, se dijo Jessie en voz alta para sí misma, asegurándose de que su voz sonara normal. Bastante normal. Respondió a la llamada.
“Al habla Jessie”.
“Hola, señorita Hunt. Soy el Detective Ryan Hernández. ¿Te acuerdas de mí?”.
“Por supuesto”, dijo ella, encantada de sonar como su ser habitual. “¿Qué pasa?”.
“Sé que hace poco que te has graduado”, dijo él, con una voz que sonaba más dubitativa de lo que ella recordaba. “¿Ya tienes algún puesto asegurado?”.
“Todavía no”, respondió Jessie. “En este momento, estoy considerando mis opciones”.
“En ese caso, me gustaría hablarte sobre un trabajo”.
CAPÍTULO CUATRO
Una hora después, Jessie estaba sentada en la zona de recepción de la Comisaría de Policía de la Comunidad Central del Departamento de Policía de Los Ángeles, o como se le conocía habitualmente, la División del Centro, esperando a que saliera el detective Hernández a reunirse con ella. Se negó rotundamente volver a pensar en el incidente que casi le había llevado a chocar con un camión. Era demasiado como para procesarlo en este momento. En vez de ello, se enfocó en lo que estaba a punto de suceder.
Hernández había sido cauteloso durante la llamada, y le había dicho que no podía entrar en detalles—solo le dijo que se había abierto una vacante para un agente junior y que había pensado en ella. Le había pedido que viniera a hablarlo en persona ya que quería calibrar su interés antes de mencionárselo a los de arriba.
Mientras Jessie esperaba, intentó recordar lo que sabía sobre Hernández. Le había conocido ese otoño cuando él había visitado su programa de master en psicología forense para hablar de las aplicaciones prácticas de la criminología. Y resulta que, cuando era policía de uniforme, había contribuido de manera importante a atrapar a Bolton Crutchfield.
Durante la clase, había presentado un complicado caso de asesinato a los alumnos y les había preguntado si alguno de ellos podía determinar al perpetrador y su motivo. Solamente Jessie se lo había figurado. De hecho, Hernández había dicho que era la segunda alumna que había resuelto el caso.
La siguiente vez que le vio fue en el hospital donde estaba recuperándose del ataque de Kyle. Todavía estaba bajo la influencia de los medicamentos, por lo que sus recuerdos eran algo vagos.
Solo había venido hasta allí porque ella le había hecho una llamada, sospechando de los antecedentes de Kyle antes de conocerle a los dieciocho años, con la esperanza de que le pudiera ofrecer alguna pista que seguir. Le había dejado un mensaje de voz y cuando él no pudo dar con ella después de varios intentos—básicamente porque su marido la había maniatado en su casa—él había rastreado su celular para caer en la cuenta de que se encontraba en el hospital.
Cuando le visitó, había sido amable, y le había repasado el estado del caso pendiente contra Kyle. Sin embargo, también había mostrado claras sospechas (con razón de sobra) de que Jessie no había hecho todo lo posible para aclarar las cosas después de que Kyle matara a Natalia Urgova.
Era cierto. Después de que Kyle persuadiera a Jessie de que ella había matado a Natalia en medio de un furor fomentado por el alcohol del que no se acordaba, Kyle le había ofrecido encubrir el crimen arrojando el cadáver de Natalia al mar. A pesar de las dudas que había sentido en ese momento, Jessie no había insistido en presentarse a la policía para confesar. Era algo de lo que se seguía arrepintiendo hasta el día de hoy.
Hernández había guardado eso en secreto y, por lo que ella sabía, no le había dicho nada respecto a ello a nadie más. Una pequeña parte de ella se temía que esa fuera la verdadera razón para decirle que viniera hoy y que lo del trabajo no era más que una patraña para hacerle venir a comisaría. Se imaginó que, si le llevaba a la sala de interrogatorios, sabría por dónde iban las cosas.
Tras unos pocos minutos, él salió a recibirla. Era el mismo que ella recordaba, de unos treinta años, de complexión fuerte pero no excesivamente imponente. Con un metro ochenta, y algo menos de noventa kilos de peso, era obvio que estaba en una forma excelente. Solo cuando se le acercó más, recordó lo musculoso que era.
Tenía el pelo negro y corto, ojos castaños, y una sonrisa amplia y cálida que seguramente hacía que los sospechosos se sintieran a salvo. Se preguntó si la cultivaba por esa misma razón. Vio el anillo de bodas en su mano izquierda y se acordó de que estaba casado, aunque no tenía hijos.
“Gracias por venir, señorita Hunt”, le dijo, extendiéndole la mano.
“Llámame Jessie, por favor”, dijo ella.
“Muy bien, Jessie. Vamos a mi escritorio y te pondré al tanto de lo que tengo en mente”.