Rebelde, Pobre, Rey . Морган Райс

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Rebelde, Pobre, Rey  - Морган Райс De Coronas y Gloria

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me enfadara contigo. No, sentí admiración. Antes pensaba que serías buena en la cama para una o dos noches. Después pensé que eras alguien que verdaderamente comprendía cómo funcionaba el mundo”.

      Oh, Estefanía lo comprendía, mejor que nadie a quien alguien como Lucio pudiera conocer. Él tenía su posición, que lo protegía de cualquier cosa con que se pudiera encontrar en el mundo. Estefanía solo tenía su inteligencia.

      “Y decidiste que seríamos la pareja perfecta”, dijo Estefanía. “Entonces dime, ¿qué pensabas hacer acerca de mi matrimonio con Thanos?”

      “Estas cosas se pueden dejar a un lado”, dijo Lucio, como si fuera tan sencillo como chasquear los dedos. “Después de lo que ha hecho, imaginaba que te alegrarías de liberarte de aquella ligadura”.

      Sería una ventaja que los sacerdotes se encargaran de ello, porque sino Estefanía corría el peligro de que los crímenes de Thanos mancharan su imagen. Siempre sería la mujer que estaba casada con el traidor, a pesar de que Lucio se había asegurado de que nadie la relacionara con los crímenes.

      “O, si no deseas eso”, dijo Lucio, “estoy seguro de que no costará mucho asegurar su deceso. Al fin y al cabo, tú casi lo conseguiste. Sin importar donde haya ido, se podría pensar en otro sicario. Podrías estar de luto durante un… tiempo razonable. Estoy seguro de que el negro te quedaría bien. Estás hermosa con todo lo demás”.

      Había algo en la mirada de Lucio que hacía que Estefanía se sintiera incómoda, como si intentara imaginar qué aspecto tendría sin llevar nada encima. Lo miró directamente a los ojos, intentando mantener un tono formal.

      “¿Y después qué?” exigió ella.

      “Y después te casas con un príncipe más apropiado”, dijo Lucio. “Piensa en todo lo que podríamos hacer juntos, con las cosas que tú sabes y las cosas que yo puedo hacer. Podríamos gobernar el Imperio juntos, y la rebelión jamás podría ni tocarnos. Debes admitirlo, seríamos una pareja encantadora”.

      Entonces Estefanía se rio. No pudo evitarlo. “No, Lucio. No lo seríamos, porque yo no siento nada por ti más allá del desprecio. Eres un matón, y peor, eres la razón por la que lo he perdido todo. ¿Por qué iba a considerar casarme contigo?”

      Observó que la expresión de Lucio se endurecía.

      “Yo podría conseguir que lo hicieras”, remarcó Lucio. “Podría hacerte hacer lo que quisiera. ¿No crees que todavía podría dar a conocer tu parte en la fuga de Thanos? Quizás me quedé con aquella doncella tuya, como seguro”.

      “¿Forzándome a casarme?” dijo Estefanía. ¿Qué clase de hombre haría eso?

      Lucio extendió las manos. “No eres tan diferente a mí, Estefanía. Conoces las reglas del juego. Tú no querrías a un estúpido que viniera a ti con flores y joyas. Además, aprenderías a quererme. Quisieras o no”.

      Volvió a alargar el brazo hacia ella, y Estefanía puso su mano sobre el pecho de él. “Tócame, y no saldrás de esta habitación con vida”.

      “¿Quieres que desvele tu parte ayudando a escapar a Thanos?” preguntó.

      “Olvidas tu propia parte”, dijo Estefanía. “A fin de cuentas, tú lo sabías todo. ¿Cómo reaccionaría el rey si se lo dijera?”

      En aquel momento esperaba rabia por parte de Lucio, quizás incluso violencia. En cambio, vio que sonreía.

      “Sabía que eras perfecta para mí”, dijo. Incluso en tu situación, encuentras el modo de contraatacar, y a la perfección. Juntos, no habrá nada que no podamos hacer. Sin embargo, sé que te llevará un tiempo darte cuenta de ello. Has pasado mucho”.

      Sonaba exactamente como lo haría un pretendiente preocupado, lo que hacía que Estefanía se fiara menos de él.

      “Piensa por un rato en todo lo que he dicho”, dijo Lucio. “Piensa en todo lo que podría ofrecerte un matrimonio conmigo. Sin duda, comparado con ser la mujer que estuvo casada con un traidor. Puede que todavía no me quieras, pero la gente como nosotros no toma decisiones basadas en este tipo de tonterías. Las tomamos porque somos superiores y reconocemos a los que son como nosotros solo con verlos”.

      Estefanía no era en absoluto como Lucio, pero sabía que era mejor no decirlo. Solo quería que se marchase.

      “Mientras tanto”, dijo Lucio al ver que no contestaba, “tengo un regalo para ti. Aquella doncella tuya pensó que lo necesitarías. Me contó todo tipo de cosas sobre ti mientras suplicaba por su vida”.

      Sacó un botellín de la pequeña bolsa que llevaba en el cinturón y lo dejó encima de la mesa que había al lado de la ventana.

      “Me habló de la razón por la que tuviste que irte corriendo del festival de la luna de sangre”, dijo Lucio. “De tu embarazo. Evidentemente nunca podría criar al hijo de Thanos. Bébete esto y no habrá ningún problema. En ningún sentido”.

      Estefanía deseaba arrojarle el botellín. Lo cogió para hacerlo, pero él ya había salido por la puerta.

      Se disponía a lanzárselo de todos modos, pero se detuvo, se sentó junto a la ventana y miró fijamente a través de ella.

      Estaba despejado, el sol brillaba a través de ella de un modo que hacía que pareciera más inocente de lo que era. Si bebía aquello, sería libre para casarse con Lucio, lo que era un pensamiento horrible. Pero que la situaría en una de las posiciones más poderosas dentro del Imperio. Si bebía aquello, el último resto de Thanos desaparecería.

      Estefanía estaba allí sentada, sin saber qué hacer y, lentamente, las lágrimas empezaron a caer por sus mejillas.

      Quizás acabaría bebiéndoselo, después de todo.

      CAPÍTULO TRES

      Ceres luchaba desesperadamente por recuperar la conciencia, abriéndose camino entre los velos de oscuridad que la acorralaban, como una mujer que se está ahogando y agita brazos y piernas para salir del agua. Incluso ahora, podía escuchar los gritos de los que estaban muriendo. La emboscada. La batalla. Debía obligarse a despertar, o todo estaría perdido…

      Abrió los ojos de golpe y se levantó, dispuesta a continuar con la lucha. Al menos, lo intentaría. Algo le sujetaba las muñecas y los tobillos, reteniéndola. Finalmente el sueño desapareció y Ceres vio donde estaba.

      La rodeaban paredes de piedra, que trazaban una curva que apenas dejaba un espacio lo suficientemente grande para que Ceres se tumbara. No había cama, solo un suelo duro de piedra. Una pequeña ventana con barrotes dejaba entrar la luz. Ceres sentía el restrictivo peso del acero alrededor de sus muñecas y tobillos, y vio el pesado soporte donde las cadenas la conectaban a la pared, la gruesa puerta amarrada con bandas de hierro que la proclamaban prisionera. La cadena desaparecía a través de una ranura que había en la puerta, lo que sugería que podían tirar de ella desde fuera, directa hacia el soporte, hasta dejarla pegada a la pared.

      Ceres se llenó de ira al verse atrapada de aquella manera. Tiró del soporte, simplemente para intentar arrancarlo con la fuerza que sus poderes le concedían. No pasó nada.

      Era como si tuviera niebla dentro de su cabeza e intentara ver a través de ella

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