Soldado, Hermano, Hechicero . Морган Райс

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Soldado, Hermano, Hechicero  - Морган Райс De Coronas y Gloria

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pensamientos de lo que iba a hacer allí llevaban a Estefanía, endureciendo su decisión. En Felldust estaba el hechicero que había matado Antiguos. Felldust le proporcionaría un modo de hacer desaparecer a Ceres. Después de eso… después de eso, podría encargarse de Thanos, forjando a su hijo en el arma que necesitaba.

      “No hacía falta llegar a esto”, dijo Estefanía, de pie para poder ver por encima del barandal.

      “¿Cómo dice, princesa?” preguntó Felene.

      “Dije, ¿es tierra lo que hay allí?” preguntó Estefanía.

      Lo era, el polvo negro de la costa se levantaba en el filo del horizonte. Al principio, solo era una débil línea por encima de las olas, levantándose como un sol rocoso hasta que empezó a llenar la visión de Estefanía.

      “Sí”, dijo Felene, yendo hasta el barandal para echar un vistazo. “Pronto estará en tierra sana y salva, princesa”.

      Estefanía hundió la mano en su capa. Con el infinito cuidado solo conocido por aquellos que trabajan con venenos, se agenció un dardo. “Felene, hay algo que he querido decirte desde que partimos”.

      “¿De qué se trata, princesa?” dijo Felene con una sonrisa burlona.

      “Es fácil”, dijo Estefanía con una de sus sonrisas. “¡No me llames princesa!”

      Su mano se movió en un destello, el dardo centelleó al sol mientras se dirigía hacia la piel desprotegida del rostro de Felene.

      El dolor estalló en su muñeca y a Estefanía le llevó un momento darse cuenta de que Felene había subido el hombro, haciendo que el brazo de Estefanía chocara con él. Estefanía abrió la mano con un espasmo y vio que el dardo caía por un lado.

      Para entonces, el dolor ya se estaba extendiendo hacia la mejilla, con tanta fuerza que Estefanía se tambaleó. Aquella no era la bofetada delicada y fina de una chica noble. Era el golpe de una marinera y, con el peso que llevaba, hizo que Estefanía cayera sentada sobre las tablas de cubierta.

      “¿Crees que soy estúpida?” exigió Felene. “¿Crees que no sé que has estado preparando esto desde que marchamos?”

      “Yo…” empezó Estefanía, pero el zumbido de sus oídos no le permitió continuar.

      “Tienes suerte de llevar al hijo de Thanos, ¡porque si no te tiraría a los tiburones ahora mismo!” dijo Felene bruscamente. “Oh, sí, ¡he reconocido las señales! Y ahora estoy considerando si venderte a un esclavista, matarte inmediatamente después de que haya nacido el hijo de Thanos, ¡o simplemente llamar a todo esto un mal trato y volver a Delos!”

      Estefanía se disponía a levantarse, cuando Felene la tiró de un empujón. “Oh, no, princesa. Quédate donde estás. De este modo todos estamos más seguros, hasta que encuentre suficiente cuerda para atarte al mástil”.

      Entonces Estefanía miró por encima de ella, a Elethe. Le hizo la señal más simple, con la esperanza de que fuera suficiente.

      Lo fue. Su doncella sacó una espada corta y curvada y saltó hacia delante. Pero al parecer Felene también estaba preparada para aquello, pues dio la vuelta y bloqueó el primer golpe, con su propio cuchillo en mano de nuevo.

      “Lástima”, dijo Felene. “Nos lo podríamos haber pasado muy bien. Yo sobreviví a la Isla de los Prisioneros. ¿Crees que no podría encargarme de ti?”

      Estefanía tuvo que sentarse a contemplar la lucha que vino a continuación por un instante, y no solo porque su cabeza zumbaba por el golpe de Felene. Normalmente, no tenía tiempo para el juego de espadas o las habilidades cuidadosamente perfeccionadas de los guerreros. Sin embargo, estas dos hacían que sus cuchillos bailaran al sol mientras luchaban, cogiéndose con las manos los brazos, buscando ángulos. Estefanía vio que Felene daba un golpe bajo y después se echaba hacia atrás para esquivar un puñetazo. Se acercó a Elethe, forcejeando con ella ya que ambas querían clavar su espada.

      Entonces fue cuando Estefanía se levantó, sacó un cuchillo que tenía y se lo clavó en la espada a Felene.

      Estefanía la vio caer de rodillas, su rostro era la imagen de la sorpresa cuando se llevó la mano a la herida. Su cuchillo repiqueteó sobre cubierta cuando abrió los dedos.

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