Transmisión . Морган Райс
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Su madre asintió.
—Estaré aquí fuera.
Kevin fue a sentarse al sofá, que resultó ser tan cómodo como parecía. Miró las fotografías de excursiones para ir a pescar y vacaciones que había por toda la habitación. Le llevó un rato darse cuenta de algo importante.
—Usted no sale en ninguna de las fotos que hay aquí —dijo.
La Dra. Yalestrom sonrió al oírlo.
—La mayoría de mis clientes nunca se fijan. La verdad es que muchos de ellos son lugares a los que siempre quise ir, o lugares que oí que eran interesantes. Las puse porque los jovencitos como tú pasan mucho tiempo mirando la habitación, sin hacer otra cosa que hablar conmigo e imagino que al menos deberíais tener algo a lo que mirar.
A Kevin le pareció que era hacer un poco de trampa.
—Si trabaja mucho con gente que se está muriendo —dijo—, ¿por qué tiene fotos de lugares a los que siempre quiso ir? ¿Por qué dejarlo para más adelante, cuando usted ha visto que…?
—¿Cuando he visto lo rápido que todo puede acabar? —preguntó la Dra. Yalestrom, dulcemente.
Kevin asintió.
—Tal vez a causa de la maravillosa habilidad humana de saberlo y, aun así, procrastinar. O tal vez sí que he estado en algunos de estos lugares, y la razón por la que no estoy en las fotos solo es que creo que con una en la que yo mire fijamente a la gente hay más que suficiente.
Kevin no estaba seguro de si esas eran buenas razones o no. De algún modo, no parecían suficientes.
—¿Tú dónde irías, Kevin? —preguntó la Dra. Yalestrom—. ¿Dónde irías si pudieses ir a cualquier lugar?
—No lo sé —respondió él.
—Bueno, piénsalo. No tienes que decírmelo ahora mismo.
Kevin negó con la cabeza. Era raro hablar así con un adulto. Normalmente, cuando tienes trece años, las conversaciones se reducen a preguntas y órdenes. Con la posible excepción de su mamá, que igualmente estaba en el trabajo buena parte del tiempo, a los adultos realmente no les interesaba lo que alguien de su edad tenía que decir.
—No lo sé —repitió—. O sea, realmente nunca pensé que podría ir a algún sitio. —Intentaba pensar en lugares a los que le gustaría ir, pero era difícil que se le ocurriera algún lugar, especialmente ahora que solo le quedaban unos cuantos meses para hacerlo—. Siento que, piense en el lugar que piense, ¿qué sentido tiene? Muy pronto estaré muerto.
—¿Cuál crees que es el sentido? —preguntó la Dra. Yalestrom.
Kevin hizo todo lo posible por pensar en una razón.
—Creo que… ¿por qué muy pronto no es lo mismo que ahora?
La psicóloga asintió.
—Creo que esta es una buena manera de decirlo. Entonces, ¿hay algo que te gustaría hacer muy pronto, Kevin?
Kevin lo pensó.
—Supongo… supongo que debería decirle a Luna lo que está pasando.
—¿Y quién es Luna?
—Es mi amiga —dijo Kevin—. Ya no vamos al mismo colegio, o sea que no me ha visto desmayarme ni nada, y hace días que no la llamo, pero…
—Pero deberías decírselo —dijo la Dra. Yalestrom—. No es sano rechazar a tus amigos cuando las cosas no van bien, Kevin. Ni tan solo para protegerlos.
Kevin se tragó una negación, pues eso era más o menos lo que él estaba haciendo. No quería causar dolor a Luna con esto, no quería hacerle daño con las noticias de lo que iba a suceder. Esta era en parte la razón por la que no la había llamado en tanto tiempo.
—¿Qué más? —dijo la Dra. Yalestrom—. Vamos a probar otra vez con los lugares. Si pudieras ir a cualquier lugar, ¿adónde irías?
Kevin intentó escoger entre todos los lugares que había en la habitación, pero lo cierto era que solo había un paisaje que continuaba apareciendo en su cabeza, con unos colores que una cámara normal no podía capturar.
—Sonaría estúpido.
—No hay nada malo en sonar estúpido —le aseguró la Dra. Yalestrom—. Te contaré un secreto. La gente a menudo piensa que todo el mundo menos ellos son especiales. Piensan que las otras personas deben ser más inteligentes, o más valientes, o mejores, porque solo ellos pueden ver las partes de ellos mismos que no son esas cosas. Les preocupa que todos los demás digan lo correcto y que ellos parezcan estúpidos. Pero no es cierto.
Aun así, Kevin se quedó allí sentado durante unos segundos, examinando el tapizado del diván en detalle.
—Yo… yo veo lugares. Un lugar. Creo que esta es la razón por la que tuve que venir aquí.
La Dra. Yalestrom sonrió.
—Estás aquí porque una enfermedad como la tuya puede crear un montón de efectos raros, Kevin. Yo estoy aquí para ayudarte a hacerles frente, sin que dominen tu vida. ¿Te gustaría hablarme más de las cosas que ves?
De nuevo, Kevin examinó detalladamente el diván, memorizando su relieve y sacó una pelusa diminuta que sobresalía del resto. La Dra. Yalestrom estaba callada mientras lo hacía; con el tipo de silencio que parecía que le estaba succionando las palabras, proporcionándoles un espacio en el que caer.
—Veo un lugar en que nada es como aquí. Los colores son falsos, las plantas son diferentes —dijo Kevin—. Lo veo destrozado… por lo menos, eso creo. Hay fuego y calor, un destello brillante. Hay una serie de números. Y hay algo que parece una cuenta atrás.
—¿Por qué parece una cuenta atrás? —preguntó la Dra. Yalestrom.
Kevin se encogió de hombros.
—No estoy seguro. ¿Porque los latidos cada vez están más cerca, supongo?
La psicóloga asintió y, a continuación, se dirigió al escritorio. Volvió con papel y lápices.
—¿Cómo se te da el arte? —preguntó—. No, no respondas a eso. No importa si es una gran obra de arte o no. Solo quiero que intentes dibujar lo que ves, para que pueda hacerme una idea de cómo es. No le prestes mucha atención, solo dibuja. ¿Puedes hacer eso por mí, Kevin?
Kevin se encogió de hombros.
—Lo intentaré.
Cogió los lápices y el papel e intentó traer a la mente el paisaje que había visto, intentando recordar cada detalle del mismo. Era difícil hacerlo, pues aunque los números permanecían en su cabeza, parecía que tenía que sumergirse en lo profundo de sí mismo para arrancar las imágenes. Estaban bajo la superficie y, para llegar hasta ellas, Kevin tenía que meterse en sí mismo, concentrándose solo en eso, dejando que el lápiz fluyera sobre el papel casi de forma automática…
—Bien,