La fábrica mágica . Морган Райс

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La fábrica mágica  - Морган Райс Oliver Blue y la escuela de Videntes

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—chilló Chris, frotándose la cabeza incrédulo—. ¡Me vengaré de esto!

      Pero por primera vez en su vida, dudó. Parecía demasiado escarmentado como para acercarse a Oliver, para golpearle en la oreja o frotar los nudillos contra su cabeza. En su lugar, se echó hacia atrás como si tuviera miedo. A continuación, salió hecho una furia de la habitación y subió las escaleras. El ruido del portazo resonó en toda la casa.

      Oliver se quedó con a boca abierta. ¡No podía creer que hubiera funcionado de verdad! No solo había hecho que su invento funcionara en el último segundo, ¡sino que literalmente había hecho caer la comida de Chris al suelo con su mente!

      Se miró las manos. ¿Tenía algún tipo de poder? ¿Realmente existía algo como la magia? No podía empezar a creer de repente en ella por una pequeña experiencia. Pero en el fondo sabía que de algún modo era diferente, que tenía algún tipo de poder.

      Con la mente dándole vueltas, volvió a su libro y leyó, por millonésima vez, el pasaje sobre Armando Illstrom. Gracias a su invento, Oliver había asustado a Chris por primera vez en su vida. Deseaba conocer a Armando Illstrom más que nunca. Yen realidad la fábrica no estaba tan lejos de su nueva escuela. Tal vez debería visitarlo mañana después de la escuela.

      Pero seguramente él ahora sería un hombre muy mayor. Posiblemente tan mayor que ya habría pasado a mejor vida. Pensar eso entristecía a Oliver. Odiaría que su héroe hubiera muerto antes de que hubiera tenido ocasión de conocerlo, ¡y de agradecerle que inventara la trampa cazabobos!

      Leyó de nuevo el pasaje sobre la serie de inventos fallidos de Armando. El pasaje enunciaba –en un tono bastante irónico, observó Oliver- que Armando Illstrom había estado a punto de inventar una máquina del tiempo cuando estalló la Segunda Guerra Mundial. Su fábrica fue a menos. Pero cuando terminó la guerra, Armando nunca intentó terminar su invento. Desde el principio, todos lo habían ridiculizado por intentarlo, llamándolo el Edison Menor. Oliver se preguntaba por qué Armando había parado. Seguro que no era porque unos inventores bravucones se habían reído de él.

      Se le despertó el interés. Decidió que, al día siguiente, encontraría la fábrica. Y si Armando Illstrom todavía estaba vivo, le preguntaría, a la cara, qué había pasado con su máquina del tiempo.

      Sus padres aparecieron por la esquina de la cocina, ambos cubiertos de comida.

      —Nos vamos a la cama —dijo su madre.

      —¿Y qué pasa con mis sábanas y mis cosas? —preguntó Oliver, mirando al hueco vacío.

      Su padre suspiró.

      —Supongo que quieres que vaya a buscarlas al coche, ¿verdad?

      —Estaría bien —respondió Oliver—. Me gustaría dormir bien antes de ir mañana a la escuela.

      La sensación de terror que sentía por el día de mañana empezaba a crecer, siendo un reflejo de la tormenta que se estaba formando. Ya podía decir que iba a pasar el peor día de su vida. Por lo menos, quería estar descansado para prepararse. Había tenido tantos horribles primeros días en escuelas nuevas, que estaba seguro de que mañana iba a ser otro para añadir a la lista.

      Su padre salió de la casa caminando fatigosamente y de mala gana, una columna de aire se coló rugiendo cuando abrió la puerta. Volvió al cabo de unos segundos con una almohada y una sábana para Oliver.

      —De aquí a dos días compraremos una cama —dijo, mientras le daba la ropa de cama a Oliver. Estaba fría por haber estado todo el día en el coche.

      —Gracias —respondió Oliver, agradecido por esa mínima comodidad.

      Sus padres se fueron, apagaron la luz al marcharse, sumergiendo a Oliver en la oscuridad. Ahora la única luz de la habitación venía de fuera, de una farola de la calle.

      El viento empezó a rugir de nuevo y los cristales de las ventanas traqueteaban. Oliver veía que el tiempo estaba alborotándose, que había algo raro en el aire. En la radio había oído que se acercaba una tormenta nunca vista. No podía evitar emocionarse por ello. La mayoría de niños tendrían miedo de una tormenta, pero Oliver solo tenía miedo de su primer día en su nueva escuela.

      Fue hacia la ventana y apoyó los codos en el alféizar, tal y como había hecho antes. El cielo estaba casi completamente oscuro. Un árbol larguirucho se movía con el viento, doblado hacia un lado de forma pronunciada. Oliver se preguntaba si podría quebrarse. Ahora podía imaginarlo, la fina corteza se partía, el árbol salía lanzado hacia el aire y se lo llevaban por el viento extremo.

      Y entonces fue cuando los vio. Justo cuando estaba cambiando a su estado de ensoñación, vio a dos personas que estaban al lado del árbol. Una mujer y un hombre que se parecían extraordinariamente a él, tanto que podrían confundirse con sus padres. Tenían caras amables y le sonreían mientras se daban las manos.

      Oliver se apartó de la ventana de un saltó, sorprendido. Por primera vez, se dio cuenta de que ninguno de sus padres se parecía nada a él. Los dos tenían el pelo oscuro y los ojos azules, como Chris. Oliver, por otro lado, tenía la combinación más extraña de pelo rubio y ojos marrones.

      De repente, Oliver se preguntó si sus padres no eran realmente sus padres. ¿Quizá fuera por eso por lo que lo odiaban tanto? Miró por la ventana pero las dos personas ya no estaban. Solo eran productos de su imaginación. Pero parecían muy reales. Y muy familiares.

      —«Una ilusión» —concluyó Oliver.

      Oliver se sentó recostado en la fría pared, acurrucado en el hueco que era su nueva habitación y se tapó con las sábanas. Se llevó las rodillas al pecho, las sujetó con fuerza y una repentina sensación extraña le golpeó, un momento de comprensión, de claridad –acerca de que todo estaba a punto de cambiar.

      CAPÍTULO DOS

      Oliver despertó con una sensación de inquietud. Le dolía todo el cuerpo de dormir sobre el suelo duro. Las sábanas no habían sido lo suficientemente gruesas para evitar que el frío le llegara a los huesos. Estaba sorprendido de haber podido dormir algo, teniendo en cuenta lo nervioso que estaba por su primer día de escuela.

      La casa estaba muy silenciosa. Nadie más estaba despierto. Oliver se dio cuenta de que, en realidad, se había despertado más pronto de lo necesario gracias al apagado amanecer que se colaba por la ventana.

      Se levantó y echó un vistazo por la ventana. El viento había causado estragos durante la noche, había tumbado vallas y buzones y había tirado basura por las aceras. Oliver miró hacia el árbol larguirucho y torcido donde había tenido la visión de la afable pareja la noche anterior, los que se parecían tanto a él y que le hicieron preguntarse si, tal vez, él no era para nada familia de los Blues. Negó con la cabeza. Solo son ilusiones por su parte, razonó. ¡Cualquiera que tuviera a Chris Blue como hermano mayor soñaría con no estar relacionado con él de verdad!

      Como sabía que tenía un poco más de tiempo antes de que despertara su familia, Oliver dejó la ventana y fue hasta su maleta. La abrió y miró todos los engranajes y alambres, las palancas y los interruptores de dentro, que había acumulado para sus inventos. Se sonrió a sí mismo al mirar el tirachinas cazabobos que había usado el día anterior con Chris. Pero este solo era uno de los muchos inventos de Oliver y no era el más importante, ni de lejos. El invento definitivo de Oliver era algo un poco más complejo y muchísimo más importante

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