La fábrica mágica . Морган Райс

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La fábrica mágica  - Морган Райс Oliver Blue y la escuela de Videntes

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Junior High se alzó amenazador ante él, Oliver sintió que un escalofrío lo recorría. Era un lugar de aspecto horrible hecho de ladrillos grises, completamente cuadrado y con una fachada castigada por el clima. No había ni tan solo hierba sobre la que sentarse, solo un gran patio de asfalto con aros de baloncesto rotos a cada lado. Los niños se daban empujones los unos a los otros, peleando por la pelota. ¡Y el ruido! Era ensordecedor, de discusiones a cantos, de gritos a parloteo.

      Oliver deseaba dar la vuelta e irse corriendo por donde había venido. Pero se tragó su miedo y ando, con la cabeza baja y las manos en el bolsillo, a través del patio y de las grandes puertas de cristal.

      Los pasillos del Campbell Junior High estaban oscuros. Olían a lejía, a pesar de que parecía que no los habían limpiado en una década. Oliver vio un letrero hacia la zona de recepción y lo siguió, pues sabía que tendría que darse a conocer a alguien. Cuando la encontró, dentro había una mujer con un aspecto aburrido y enfadado, con las luchas largas y rojas y escribiendo en un ordenador.

      —Perdone —dijo Oliver.

      No respondió. Él se aclaró la voz y lo intentó de nuevo, un poco más alto.

      —Perdone. Soy un alumno nuevo, empiezo hoy.

      Por fin, movió sus ojos del ordenador a Oliver. Entrecerró los ojos.

      —¿Un alumno nuevo? —preguntó, con una mirada de sospecha en la cara—. Estamos en octubre.

      —Lo sé —respondió Oliver. No hacía falta que se lo recordaran—. Mi familia se acaba de mudar aquí. Me llamo Oliver Blue.

      Lo contempló en silencio durante un largo momento. Después, sin decir ni palabra, volvió de nuevo su atención al ordenador y empezó a escribir. Sus largas uñas repiqueteaban contra las teclas.

      —¿Blue? —dijo—. Blue. Blue. Blue. Oh, aquí. Christopher John Blue. Octavo curso.

      —Oh, no, ese es mi hermano —respondió Oliver—. Yo soy Oliver. Oliver Blue.

      —No veo a ningún Oliver –respondió débilmente.

      —Bueno… aquí estoy —dijo Oliver, sonriendo débilmente—. Debería estar en la lista. En algún sitio.

      La recepcionista parecía extremadamente poco impresionada. Todo ese debacle no le estaba ayudando a él lo más mínimo con sus nervios. Ella volvía a escribir y soltó un largo suspiro.

      —Bueno. Aquí está. Oliver Blue. Sexto curso —Se giró en su silla giratoria y dejó una carpeta con documentación encima de la mesa—. Tienes tu horario, mapa, contactos útiles, etcétera, todo está aquí —Le dio un golpecito sin muchas ganas con una de sus uñas rojas y brillantes—. Tu primera clase es inglés.

      —Perfecto —dijo Oliver, cogiendo la carpeta y metiéndosela bajo el brazo—. Se me da bien.

      Sonrió para evidenciar que había hecho una broma. La recepcionista torció un poco un lado del labio hacia arriba, solo un poquito, en una expresión que podría haber parecido diversión. Se dio cuenta de que no tenían nada más que decirse y notó que a la recepcionista le gustaría mucho que se fuera, así que Oliver salió de la habitación cogiendo con fuerza su carpeta.

      Una vez en el pasillo, la abrió y empezó a estudiar el mapa, en busca del aula de inglés y de su primera clase. Estaba en el tercer piso, así que Oliver fue en dirección a las escaleras.

      Allí, los chicos que se daban empujones parecían hacerlo más. Oliver se dejó llevar dentro de un mar de cuerpos, empujado hacia las escaleras por la multitud más que por su propia voluntad. Tuvo que abrirse camino a la fuerza dentro de aquel enjambre para salir al tercer piso.

      Salió al pasillo del tercer piso respirando con dificultad. ¡Esa no era una experiencia que quisiera repetir varias veces al día!

      Usando el mapa para que lo guiara, Oliver pronto encontró el aula de Inglés. Miró a través dela ventanilla cuadrada de la puerta. Ya estaba llena de alumnos. Sintió que el estómago le daba vueltas por la angustia al pensar en conocer a gente nueva, en que lo vieran, lo juzgaran y lo analizaran. Empujó el mango de la puerta y entró.

      Evidentemente, tenía razón para asustarse. Lo había hecho las veces suficientes como para saber que todo el mundo miraría con curiosidad al niño nuevo. Oliver había tenido esa sensación más veces de las que quería recordar. Intentaba no mirar a nadie a los ojos.

      —¿Quién eres tú? —dijo una voz ronca.

      Oliver se giró y vio al profesor, un hombre mayor con el pelo asombrosamente blanco, que alzó la mirada de la mesa hacia él.

      —Me llamo Oliver. Oliver Blue. Soy nuevo aquí.

      El profesor frunció el ceño. Tenía los ojos negros, pequeños y brillantes. Se quedó mirando a Oliver durante un largo e incómodo rato. Evidentemente, eso no hizo más que acrecentar el estrés de Oliver, pues ahora incluso más compañeros se estaban fijando en él y muchos más entraban a raudales por la puerta. Un público más y más grande lo observaba con curiosidad, como si fuera una especie de espectáculo de circo.

      —No sabía que tendría uno más —dijo por fin el profesor, con un aire de desprecio —Hubiera estado bien que me informaran—. Suspiró con poca energía, recordándole a Oliver a su padre—. Bueno, supongo que tendrás que sentarte.

      Oliver fue a toda prisa hasta un asiento libre, sintiendo cómo todos lo seguían con la mirada. Él intentaba hacerse lo más pequeño posible, lo más invisible posible. Pero evidentemente destacaba como un pulgar irritado, por mucho que intentara esconderse. Al fin y al cabo, era el chico nuevo.

      Ahora todos los asientos estaban llenos y el profesor empezó la clase.

      —Seguiremos por donde lo dejamos en la última clase —dijo—. Las reglas gramaticales. ¿Alguien puede explicarle a Óscar de qué estábamos hablando?

      Todo el mundo empezó a reírse por el error.

      Oliver sintió que se le tensaba la garganta.

      —Err, siento interrumpir, pero me llamo Oliver. No Óscar.

      Al instante, la expresión del profesor se volvió enojada. Oliver supo de inmediato que no era el tipo de hombre que agradecía que le corrigieran.

      —Cuando llevas sesenta y seis años viviendo con un nombre como Sr. Portendorfer —dijo el profesor fulminándolo con la mirada—, superas que la gente pronuncie mal tu nombre. Profendoffer. Portenworten. Lo he oído todo. ¡Así que te sugiero, Óscar, que seas menos preciso con tu nombre!

      Oliver subió las cejas, aturdido y en silencio. Incluso el resto de sus compañeros parecía sorprendido por el arrebato, pues ni tan solo tenían una risita nerviosa. La reacción del Sr. Portendorfer estaba por encima de lo que cualquiera esperaba y que fuera dirigida a un chico nuevo lo hacía incluso peor. De la recepcionista cascarrabias al inestable profesor de inglés, ¡Oliver se preguntaba si había ni que fuera una única persona amable en toda la nueva escuela!

      El Sr. Portendorfer empezó a hablar de forma monótona sobre pronombres. Oliver se agachó todavía más en su asiento, sintiéndose tenso e infeliz. Afortunadamente, el Sr. Portendorfer no se metió más con él, pero cuando sonó el timbre una hora más tarde, su reprimenda todavía

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