La fábrica mágica . Морган Райс
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Para alivio de Oliver, funcionó. Estuvo sentado, en silencio y anónimo, durante toda la clase, como un fantasma obsesionado con el álgebra. Pero Oliver pensaba que eso tampoco parecía la mejor solución a sus problemas. Pasar desapercibido era igual de malo que ser humillado en público. Le hacía sentir insignificante.
El timbre sonó de nuevo. Era la hora de comer, así que Oliver siguió su mapa hasta el comedor. Si el patio había sido intimidante, no era nada comparado con el comedor. Aquí, los chicos eran como animales salvajes. Sus voces estridentes hacían eco en las paredes, haciendo el ruido aún más insoportable. Oliver agachó la cabeza y fue a toda prisa hacia la cola.
Bam. De repente, chocó contra un cuerpo grande y ominoso. Lentamente, Oliver alzó la mirada.
Para su sorpresa, estaba mirando a la cara de Chris. A cada lado de él, en una especie de formación de flecha, había tres chicos y una chica con la misma cara enfurruñada. Amigotes fue la palabra que le vino a la mente a Oliver.
—¿Ya has hecho amigos? —dijo Oliver, intentando no parecer sorprendido.
Chris entrecerró los ojos.
—No todos somos friquis antisociales y perdedores —dijo.
Oliver se dio cuenta de que esa no iba a ser una interacción agradable con su hermano. Pero, por otra parte, nunca lo eran.
Chris miró a sus nuevos amigotes.
—Este es el mocoso de mi hermano, Oliver —anunció. Después soltó una carcajada—. Duerme en un hueco.
Sus nuevos amigos abusones también empezaron a reír.
—Aquí lo tenéis para hacerle dar vueltas, tirarle de los calzoncillos hacia arriba, llaves de cabeza y mi favorito —continuó Chris. Agarró a Oliver y le apretó sus nudillos contra la cabeza—. Los coscorrones.
Oliver se retorcía y revolcaba mientras Chris lo tenía agarrado. Atrapado en la horrible y dolorosa llave de cabeza, Oliver recordó sus poderes del día anterior, el momento en el que había roto la pata de la mesa y había mandado las patatas sobre el regazo de Chris. Si supiera cómo había reunido esos poderes, podría hacerlo ahora y liberarse. Pero no tenía ni idea de cómo lo había hecho. Lo único que había hecho era visualizar en su imaginación que la mesa se rompía, que el soldadito de plomo volaba por los aires. ¿Era eso lo único que hacía falta? ¿Su imaginación?
Ahora lo intentaba, se imaginaba a sí mismo peleando hasta librarse de Chris. Pero no sirvió de nada. Con todos los nuevos amigos de Chris mirando y riendo con regocijo, estaba demasiado sintonizado con la realidad de su humillación como para cambiar su mente a la imaginación.
Finalmente, Chris lo soltó. Oliver se tambaleó hacia atrás, frotándose su dolorida cabeza. Se aplanó el pelo con la mano, que se había quedado encrespado por la electricidad estática. Pero más que la humillación por el acoso de Chris, Oliver sentía el escozor de la decepción por fracasar en reunir sus poderes. Quizás todo lo de la mesa de la cocina fue solo una coincidencia. Quizá no tenía ningún poder especial después de todo.
La chica que se apoyaba sobre el hombro de Chris habló en voz alta.
—Estoy impaciente por conocerte mejor, Oliver —Lo dijo en una voz amenazante que Oliver entendió que quería decir justo lo contrario.
Había estado preocupado por los abusones. Evidentemente, debería haber previsto que el peor abusón de todos sería su hermano.
Oliver se abrió camino entre Chris y sus nuevos amigos a empujones y se dirigió a la cola de la comida. Con un suspiro triste, cogió un sándwich de queso de la nevera y se fue, hecho polvo, hacia el baño. El cubículo del lavabo era el único lugar en el que se sentía a salvo.
***
La siguiente clase de Oliver después de la comida era ciencias. Deambuló por los pasillos en busca del aula correcta, con el estómago revuelto por la certeza de que sería tan mala como sus dos primeras clases.
Cuando encontró el aula llamó a la puerta. La profesora era más joven de lo que él esperaba. Los profesores de ciencias, según su experiencia, acostumbraban a ser mayores y algo raro, pero la Sra. Belfry parecía completamente cuerda. Tenía el pelo largo, liso y castaño claro, que era casi del mismo color que su vestido de algodón y su chaqueta de punto. Se giró cuando lo oyó llamar y sonrió, mostrando unos hoyuelos en las mejillas y le hizo señas para que entrara.
—Hola —dijo la Sra. Belfry sonriendo—. ¿Tú eres Oliver?
Oliver asintió. Aunque era el primero en estar allí, de repente se sintió muy tímido. Por lo menos, parecía que esta profesora lo esperaba. Eso era un alivio.
—Encantada de conocerte —dijo la Sra. Belfry, alargando la mano para dársela.
Todo era muy formal, pero para nada lo que esperaba Oliver teniendo en cuenta lo que había experimentado en el Campbell Junior High hasta el momento. Pero le dio la mano. Tenía una piel muy cálida y su conducta amable y respetuosa le ayudó a sentirse a gusto.
—¿Tuviste ocasión de leer un poco? —preguntó la Sra. Belfry.
Oliver abrió los ojos como paltos y sintió un pequeño ataque de pánico en el pecho.
—No sabía que había que leer algo.
—No pasa nada —dijo la Sra. Belfry para tranquilizarlo, sonriendo con su amable sonrisa—. No hay de qué preocuparse. Este trimestre estamos aprendiendo acerca de científicos y algunos personajes históricos importantes —Señaló hacia un retrato en blanco y negro que había en la pared—. Este es Charles Babbage, inventó la…
—… calculadora —terminó Oliver.
La Sra. Belfry sonrió y aplaudió.
—¿Ya lo sabías?
Oliver asintió.
—Sí. Y a menudo se le atribuye ser el padre del ordenador, pues fueron sus diseños los que llevaron a su invención —Miró hacia la siguiente retrato que había en la pared—. Y ese es James Watt —dijo—. El inventor de la máquina de vapor.
La Sra. Belfry asintió. Parecía entusiasmada.
—Oliver, ya puedo decirte que vamos a llevarnos estupendamente.
Justo entonces, se abrió la puerta y entraron los compañeros de Oliver a raudales. Tragó saliva, su ansiedad había vuelto en una enorme avalancha.
—¿Por qué no te sientas? —sugirió la Sra. Belfry.
Él asintió y se apresuró a ir al asiento más cercano a la ventana. Si se complicaba todo mucho, como mínimo podría mirar hacia fuera e imaginarse en algún otro lugar. Desde allí, tenía una gran vista del barrio, de todos los trozos de basura y las hojas crujientes del otoño que se llevaba el viento. Las nubes allá arriba parecían incluso más oscuras que por la mañana. Esto no ayudaba a la sensación de premonición de Oliver.
El resto de