Te veo. Teresa Driscoll

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Te veo - Teresa Driscoll

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toda la noche junto a la cama, chasqueando la lengua, toqueteándola y llorando—. Tiene muy mala cara y no puede incorporarse.

      —Confíe en mí. Lo mejor para Sarah es que consigamos que esté despierta y que beba un poco por sí misma.

      Están en una UAD, unas siglas que Sarah ha descubierto que corresponden a «Unidad de Alta Dependencia». Ha sido consciente de lo que ocurría a su alrededor desde hace horas, pero está atontada y se ha estado haciendo la sorda.

      Quieren saber exactamente cuántas pastillas se ha tomado. No paran de preguntárselo. Ha oído las conversaciones que ha mantenido el personal médico con su madre. Al parecer, le están haciendo pruebas para determinar la cantidad de pastillas, pero los resultados tardan en llegar, así que todos dicen que sería mucho más fácil si Sarah respondiera.

      Las enfermeras han intentado que su madre duerma un poco en la sala para familiares, y a Sarah le encantaría que les hiciera caso.

      Está demasiado cansada, aturdida e indispuesta como para sentirse culpable. Está hasta las narices de sentirse culpable; lo único que quiere es que la dejen en paz.

      Su madre les dice ahora a las enfermeras que la última vez que estuvieron en un hospital fue porque Sarah sufrió un ataque de asma cuando todavía iba a primaria. Los padres podían acostarse en la sala de juegos situada justo al lado del ala de pediatría. Dormían en colchones que había en el suelo, aunque algunos tenían la suerte de disfrutar de camas plegables en condiciones.

      Pero esta vez no hay ni colchones ni camas. Margaret se ha pasado la noche como un fantasma, ha ido de aquí para allá para estirar las piernas cada pocas horas y ha estado entre el sillón de plástico verde que hay junto a la cama de Sarah en la unidad y la cafetería cerrada donde hay unas máquinas que ofrecen un café asqueroso y tentempiés variados.

      Sarah ya vomita menos. Pero sigue decidida a no decir ni mu.

      «¿Cuántas pastillas, Sarah? Necesitamos saberlo».

      —No tengo muchas en casa. Solo paracetamol; dos cajas como mucho.

      La madre de Sarah le repite eso al personal médico por enésima vez.

      ¿La verdad? Sarah no se acuerda de cuántas pastillas se ha tomado. Compró unas cuantas en la tienda de la esquina, y otras tantas en el supermercado. Una ley absurda impone un límite para que no se pueda comprar más de la cuenta en cada sitio.

      Lo había hecho al pensar en la emisión del programa de televisión sobre el caso. En que pedirían la colaboración de nuevos testigos. En la puta imbécil del tren.

      Le había dicho a la policía y a sus padres una y otra vez que todo era una sarta de mentiras. ¿Cómo que había tenido relaciones sexuales en el lavabo? ¿Con un completo desconocido? Pero ¿quién se habían creído que era? Cómo se atrevían…

      Sin embargo, poco después le había entrado el pánico: ¿y si gracias al programa de televisión aparecían más testigos? El caso había perdido repercusión poco después de la desaparición de Anna. Claro que Sarah quería que la gente ayudara a la policía; quería que encontraran a Anna. El problema es que no quería que se supiera la verdad sobre lo que ella había hecho. Eso no. Por favor, eso no…

      —¿No cree que quizá sería mejor que volviéramos a llamar al doctor? ¿Al especialista, quizá? ¿A ver qué opina?

      —Estoy siguiendo las instrucciones específicas del doctor. Por favor, trate de no preocuparse. Sarah ha dejado de vomitar, y lo mejor será que intentemos que ingiera fluidos por sí misma. Confíe en mí, es lo mejor. Después tendremos una idea más clara del punto en el que estamos.

      —Y ¿qué significa eso? —La madre de Sarah está hecha un manojo de nervios.

      —Cállate. —Sarah no ha podido contenerse. Apenas un susurro—. Silencio, ¿vale? Todos.

      —Vaya. Muy bien, Sarah. Venga, vamos. Intenta abrir los ojos y a ver si podemos incorporarte un poco, ¿vale? Pronto tendremos los resultados de las pruebas. Así sabremos cómo estás. Aunque sería de gran ayuda…

      —No sé cuántas me tomé. ¿Vale? Es que no lo sé.

      —Creo que deberíamos dejarla tranquila. Por favor. —La madre de Sarah comienza a llorar, y Sarah siente que se le forman lágrimas en los ojos. Ojalá Lily estuviera allí, pero eso no puede decírselo a su madre. Otro tema tabú.

      —Lo siento…

      —No tienes que pedir perdón por nada, cariño. Todo saldrá bien. Todo saldrá bien. Te lo prometo. Todo el mundo te envía recuerdos. Los padres de Anna. Jenny, Paul, Tim, todos. Quieren que te pongas bien.

      Sarah cierra los ojos. Eso no es verdad, ¿a que no? Porque la verdad es que le echan la culpa a ella. Se lo han dejado bien claro.

      La noche anterior a la emisión del puñetero programa habían quedado todos, en teoría para ofrecerse apoyo emocional, pero las cosas se habían torcido. El ambiente se había ido caldeando hasta que habían terminado enzarzados en una discusión a gritos. Los dos chicos estaban enfadadísimos. Jenny lloraba.

      La cuestión es que se suponía que todos irían a Londres. Los cinco. Anna y Sarah celebraban que habían terminado los exámenes de secundaria y no tendrían que volver a ponerse el uniforme de la escuela, y los mayores iban por pura diversión. Pero les había ocurrido lo mismo de siempre: no se podía confiar en ellos.

      Cuando eran pequeños, era muy distinto. La diferencia de edad no parecía importar. Jenny y los dos chicos iban dos cursos por delante de ellas, pero ¿y qué? En el instituto, cuando los mayores empezaron a trabajar a media jornada, todo cambió. De pronto, comenzaron a tener más dinero. Querían hacer otras cosas. Y empezaron a echarse atrás de los planes que tenían.

      Sarah detestaba que hubiera habido tanto cambio, pero lo que más le asqueaba era que la gente la dejara colgada, y así se lo había soltado, enfadada, mientras discutían:

      «¡Si no hubieseis sido tan egoístas, si no hubieseis hecho otros planes, quizá no habría tenido que cuidar de Anna en Londres yo sola!».

      Paul había sido el primero en desdecirse. Sus padres le habían ofrecido pasar una semana en Grecia con ellos, en una casa con piscina. Tim había sido el siguiente en fallar. Le encanta el senderismo, así que no había dudado cuando le plantearon pasar una semana caminando por Escocia; además, quería ir al museo del monstruo del lago Ness. Y tampoco le hacía mucha gracia ser el único tío en un viaje de chicas.

      Y, luego, el novio que Jenny tenía por aquel entonces le había ofrecido ir a un concierto, de modo que Sarah y Anna se habían quedado solas.

      «Tendrías que haberla cuidado igualmente…». Los dos chicos estaban furiosos. «Es que no entendemos cómo llegasteis a separaros…».

      Después, Jenny le había preguntado por qué no habían hecho el pacto de siempre, el de cuidar la una de la otra. «Hostia, es que estabais en Londres…».

      Y lo único que Sarah quería es que se callaran de una puñetera vez. De todas formas, ¿por qué suponían que era ella la que tenía que cuidar de Anna? ¿Por qué no al revés, eh? ¿Era porque Sarah vivía en una urbanización y tenía más experiencia en callejear? ¿Era porque Anna era un poco princesita? ¿Era por eso?

      Por

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