Te veo. Teresa Driscoll

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Te veo - Teresa Driscoll

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que el visitante se ha ido.

      Está pensando que debería bajar y descubrir qué demonios pasa cuando oye balidos a su espalda. Se gira y ve a dos hembras que resbalan por el barro en el extremo más alejado del campo y se acercan peligrosamente al arroyo. Mierda. Tendrá que ir hasta allí y guiarlas hasta la zona más elevada y segura.

      La humedad de la tierra provoca que el cometido le lleve más de lo esperado.

      Ovejas de las narices. Son tontas de remate.

      Llama a Sammy, que se le acerca con el rabo entre las piernas. Incluso el perro detesta ese campo, y mira al amo como si estuviera loco. «¿Qué hacemos aquí? Normalmente te traes el quad».

      Al final, con la ayuda de Sammy, Henry logra que las dos hembras extraviadas y el resto del rebaño avancen hasta la zona más elevada del terreno. Desde allí, las conduce todavía más lejos: atraviesan la puerta que lleva hasta el campo colindante, que, a pesar de que ahora tiene poco pasto, es una opción mucho más segura para pasar la noche. Cierra la puerta y echa el pestillo, llama a Sammy y perro y amo enfilan el sendero adyacente que lleva a la granja.

      Se llama Primrose Lane, el camino de las prímulas. A Anna le encantaba pasar por allí cuando era pequeña, porque había setos muy altos. Y siempre quería recoger ramilletes de flores silvestres.

      «Vamos a echar una carrera, papá».

      Henry cierra los ojos al evocar ese eco más amable y se queda quieto unos segundos. Se la imagina vestida con la chaqueta rosa de plumas, la goma rosa en el pelo y los guantes rosas. «Venga, papá. Te echo una carrera hasta casa». Con el ramillete de prímulas en la mano.

      Hasta que no nota a Sammy rozándole las piernas, Henry no abre los ojos de nuevo.

      «Tranquilo, chico. No pasa nada».

      Le acaricia la cabeza al perro, inspira profundamente y retoma el camino hasta casa. Cuando llegan al jardín, Barbara ya ha vuelto adentro.

      En el cuarto de los zapatos, se quita las botas de agua y le ordena al pastor escocés, cubierto de barro, que espere.

      —¿Quién era?

      Barbara sale de la cocina pálida, mientras se seca las manos en el delantal.

      —Un detective privado.

      —Y ¿se puede saber qué hace aquí un detective privado?

      —Dice que Ella, la florista, está recibiendo mensajes desagradables.

      —Pero eso no es ninguna novedad.

      —No, pero no solo por las redes sociales. Se ve que le están llegando cartas de verdad, o algo así. A su casa. La cosa se ha puesto fea.

      —Y ¿esto debería importarnos porque…?

      —Creo que el detective privado sospecha que se las he enviado yo.

      —¿Te ha acusado de haberlo hecho?

      —No explícitamente, pero lo ha insinuado. Como si me estuviera haciendo un favor. Como si me avisara.

      Henry se detiene y entorna los ojos.

      —Y antes de que preguntes: no, no se las he enviado yo. Aunque tampoco puedo fingir: me importa una mierda quién se lo manda.

      —Bueno, espero que le hayas dicho que ni se le ocurra volver a aparecer por aquí. ¿Crees que deberíamos llamar a Cathy o al equipo de Londres y explicárselo?

      —No, no ganamos nada. Ya le he dicho que no vuelva. Y él mismo ha dicho que va a informar a la policía.

      —Y ¿no le has dicho nada más? Ninguna tontería, Barbara… ¿sobre mí?

      Su mujer lo mira con frialdad, muy seria, sin pestañear.

      Henry nota cómo se le acelera el pulso.

      —No, Henry. No le he dicho ninguna tontería… sobre ti.

      Henry se sienta en el viejo banco de iglesia que les sirve como banqueta en el cuarto de los zapatos.

      —¿Jenny está en casa?

      —Todavía no, se ha ido a la ciudad. Quiere un abrigo nuevo para la vigilia que sea calentito y elegante.

      Henry ha dejado clarísima su opinión sobre la vigilia desde el principio. Él no es muy religioso. Había sido idea del párroco: señalar el primer aniversario de la desaparición con plegarias y velas. La habían fijado para el jueves… el día que se cumplía el año. Sin embargo, al confirmarse la emisión del programa, decidieron aplazarla hasta el sábado. Al ser fin de semana, también les iría mejor a los asistentes.

      Barbara alza la barbilla.

      —La madre de Sarah me ha dicho que ojalá pudiésemos postergar la vigilia hasta que Sarah tenga suficientes fuerzas para asistir, pero le he dicho que no era buena idea, que lo más importante es que Sarah se centre en recuperarse. Creo que deberíamos seguir con lo que habíamos planeado.

      —Pero ¿sigues pensando que la vigilia es una buena idea?

      —No lo sé, Henry. Pero la gente está siendo amable y parece que quieren hacer algo. Además, la prensa hará fotos, y eso ayuda a que se siga hablando del caso. Cathy dice que es positivo. Que se siga hablando del caso.

      —¿Cómo está Sarah? ¿Sigue diciendo que fue un accidente? Lo de las pastillas…

      «Nadie sufre una sobredosis sin querer», piensa Henry. Trata de sentir cierta compasión por Sarah, pero es incapaz.

      Capítulo 10

      La testigo

      —Cariño, ¿por qué no dejas que haga yo el té? Date un respiro para variar.

      Oigo la voz de mi marido, pero no me doy la vuelta. Desde el rellano superior de las escaleras, no aparto los ojos de las cartas que están tiradas sobre el felpudo. Lo diviso entre el abanico de facturas y sobres blancos; me llama a gritos. El sobre negro que ya me es tan familiar. Esta vez, la dirección está impresa en una etiqueta de color crema.

      —Estoy bien, no te preocupes. Ya me conoces, prefiero ponerme ya en marcha.

      Bajo deprisa para recoger las cartas del suelo y amontonarlas; noto la postal dura dentro del sobre y la meto en el centro justo cuando Tony comienza a bajar las escaleras.

      —¿De verdad que estás bien, Ella?

      —¿Te apetecen unos sandwichitos de beicon? Dile a Luke que en quince minutos están listos, por favor.

      El corazón me va a mil por hora y evito mirarme en el espejo con tal de no ver lo evidente. Tengo la cara roja.

      De verdad que creía que al llamar a Matthew todo esto se solucionaría; creía sinceramente que podía evitar que Tony tuviera que preocuparse por esto también, porque ya ha aguantado suficiente.

      En la cocina,

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