Te veo. Teresa Driscoll
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Читать онлайн книгу Te veo - Teresa Driscoll страница 17
—¿Hay algo que valga la pena? —Tony está mirando las cartas que tengo en las manos.
—Una de la aseguradora, con una oferta para varios coches.
Esboza una mueca y gira sobre los talones, mientras yo enciendo el horno y me mantengo ocupada preparando el pan y el beicon; justo en ese momento, suena el teléfono.
—Ya lo cojo yo —le digo: quizá es Matthew. Aunque creo que le pedí que me llamara a la tienda.
—Pasa algo, Ella, ¿verdad? Algo que no me has dicho.
—Ahora no, Tony, por favor. Estoy bien. —Joder. Si al final resulta que no es la madre de Cornualles, tendremos que entregar las cartas a la policía. Bueno. En ese caso, se lo tendré que contar a Tony igualmente.
Mientras con una mano abro el paquete de beicon, con la otra descuelgo el teléfono, y me preparo para decirle a Matthew que me llame más tarde, a la tienda.
—¿Está la madre de Luke?
—Sí, soy yo, Ella Longfield. ¿Quién es?
—Rebecca Hillier, la madre de Emily. Solo quería confirmar la hora de la reunión.
—¿Qué reunión? Creo que me he perdido.
Se produce una pausa larga.
—¿Luke no le ha dicho nada?
—No, ¿ha ocurrido algo?
—Mire, no voy a hablar de esto por teléfono. Se lo he dicho claramente a Luke. Al grano: ¿están libres mañana o no?
Tony me está haciendo preguntas en silencio: «¿Quién es? ¿Qué pasa?».
—Bueno, la cosa es que mi marido ha quedado con unos amigos para jugar a póquer, así que…
—Pues a las 19:30, en nuestra casa. Luke tiene la dirección.
Y me cuelga.
—Qué rara… Y qué mala educación. Dile a Luke que baje, por favor.
—Pero ¿qué pasa?
—Ojalá lo supiera.
Coloco media docena de lonchas de beicon en una bandeja, un poco montadas entre sí para que quepan todas. Al oír los pasos de Tony subiendo por las escaleras, abro con rapidez el temido sobre.
vigila lo que haces. yo no te pierdo de vista…
—¡Ella! Será mejor que subas.
«Madre de Dios…».
En la habitación de Luke, enseguida me doy cuenta de que algo va mal, y al instante dejo de sentir miedo por la postal y lo tengo por mi hijo. En estas últimas dos semanas ha llegado cada vez más tarde, tanto a trabajar en la tienda como al instituto. Hemos recibido una carta en la que se nos notificaba que también se ha saltado clases. El tutor nos ha pedido hacer una reunión. Mi intención era tratar de aclarar qué ocurría, pero con todo lo que ha sucedido últimamente…
—¿Se puede saber qué pasa, Luke? —Tony está más enfadado que preocupado.
Luke está hecho un ovillo bajo las sábanas, vestido con la ropa de ayer. Unos tejanos y una sudadera gruesa turquesa. Está sudado y huele mal.
—¿Tienes frío? ¿Te encuentras mal? —le pregunto, intentando mantener la calma. Me siento culpable por haber estado tan ciega.
—Contesta, Luke. ¿Qué ocurre? —Tony descorre las cortinas.
Luke, con la mirada sombría y la capucha puesta, no responde.
—Acabo de hablar con la madre de Emily. Me ha dicho no sé qué de una reunión. Ha sido un poco maleducada y, al parecer, creía que yo sabía de qué me hablaba. ¿Qué reunión, Luke? —intento no sonar enfadada.
Luke sigue sin abrir la boca.
—¿Qué ocurre, Luke?
En ese momento, el pánico se adueña de mí. Empiezo a pensar en qué puede ser: ¿drogas?, ¿robo?, ¿algún altercado con la policía? No, mi pequeño no sería capaz de algo así. Mi niño, que saca dieces en todo, que se supone que tenía posibilidades de entrar en Oxford o en Cambridge hasta que hemos llegado a esta época en la que le ha entrado la tontería. Es una fase, según Tony. Solo se ha rebelado un poco porque el año de los exámenes finales de bachillerato ha sido mucho más duro de lo que nadie esperaba. A lo mejor solo está hasta las narices de los exámenes. ¿Será eso?
—Por favor, Luke. Dinos qué pasa. Quizá podemos ayudarte. —Tony ha suavizado el tono.
En ese momento, Luke nos sorprende a ambos y se echa a llorar. Berrea como un bebé, algo incongruente e histriónico y, al mismo tiempo, es aterrador que ese llanto lo emita un chaval de metro ochenta vestido de pies a cabeza y cubierto con un edredón de rayas azules de Marks and Spencer.
Al instante reparo en dos cosas: sea lo que sea lo que haya ocurrido, es muy serio; y he estado tan trastornada con el caso de Anna Ballard que no me he dado ni cuenta de esto.
Capítulo 11
El padre
Henry está dando marcha atrás con el tractor cuando Barbara asoma la cabeza por la puerta.
—¿Qué demonios haces, Henry?
—Estoy preparándolo todo para tu querida vigilia.
—Anda, ahora resulta que es mi vigilia.
—Bueno, está claro que no fue idea mía.
Durante unos minutos, ella observa cómo maniobra con el tractor. Hace movimientos furiosos y erráticos de un lado para otro. Henry solo quiere que su esposa vuelva adentro, que lo deje en paz. Pero no.
—Sigo sin entender qué haces.
—Voy a colocar unas cuantas balas de paja para que la gente pueda sentarse.
—La gente no querrá sentarse. Ya te digo yo que estarán poco rato.
—La gente siempre quiere sentarse. Además, vendrán personas mayores que necesitan sentarse, Barb. Y no podemos sacar sillas. No quiero que se acomoden demasiado, porque, si no, no nos los sacaremos nunca de encima.
—Mira que eres ridículo.
A Henry le parece que es el momento perfecto para que lo acuse de ser ridículo. Desde el principio había dicho que no quería celebrar la dichosa vigilia. Anoche, ya en la cama, tuvieron una discusión al respecto entre susurros.
«Podríamos hacerlo enfrente de casa», había dicho Barbara cuando el párroco llamó.