Historia de dos ciudades. Charles Dickens
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Читать онлайн книгу Historia de dos ciudades - Charles Dickens страница 15
—¿Descendieron de la diligencia antes de llegar a Dover?
—Sí, señor.
—Mirad ahora al acusado. ¿Era uno de los dos viajeros?
—No puedo asegurarlo.
—¿Se parece a alguno de ellos?
—Iban los dos tan abrigados y estaba la noche tan obscura que no puedo asegurarlo.
—Miradlo de nuevo, señor Lorry. Suponiendo que ese hombre estuviera tan abrigado como aquellos dos viajeros, ¿os parece que sería semejante a uno de ellos?
—Lo ignoro.
—¿Estaríais dispuesto a jurar que no era uno de ellos?
—Tampoco.
—¿De manera que consideráis posible que fuese uno de ellos?
—Posible, sí. Excepto, tal vez, por la circunstancia de que mis compañeros de viaje parecían gente timorata y el acusado no parece hombre que se asuste fácilmente.
—Mirad nuevamente al prisionero, señor Lorry. ¿Lo conocíais ya o lo habíais visto anteriormente?
—Sí, señor.
—¿Cuándo lo visteis?
—Pocos días después de mi viaje volvía de Francia y en Calais el acusado tomó el mismo barco que yo e hizo conmigo el viaje de regreso.
—¿A qué hora llegó a bordo?
—Un poco después de medianoche.
—¿Fue el único pasajero que llegó a aquella hora?
—Sí, señor, el único.
—¿Viajabais solo, señor Lorry, o iba con vos algún compañero?
—Me acompañaban dos personas. Un caballero y una señorita. Están aquí.
—¿Conversasteis con el acusado?
—Muy poco. El tiempo era malo y casi durante todo el viaje estuve tendido en el sofá.
—¡Señorita Manette!
La joven, hacia quien se volvieron todos los ojos, se puso en pie y su padre la imitó.
—Señorita Manette, mirad al acusado.
Este pareció intranquilo al ser contemplado por aquella graciosa joven.
—¿Habíais visto ya anteriormente al acusado, señorita Manette?
—Sí, señor.
—¿Dónde?
—A bordo del barco a que acaba de referirse el señor Lorry.
—¿Erais vos la señorita a quien acaba de referirse este caballero?
—Sí, desgraciadamente soy yo.
—Contestad a las preguntas que se os dirijan, sin hacer observación alguna —exclamó el fiscal.— ¿Conversasteis con el acusado durante el viaje?
—Sí, señor.
—Referid la conversación.
En medio de la atención general y del silencio reinante, la joven empezó a decir:
—Cuando este caballero llegó a bordo…
—¿Os referís al prisionero? —preguntó el fiscal frunciendo las cejas.
—Sí, señor.
—Entonces llamadle acusado.
—Pues, cuando el acusado llegó a bordo, se fijó enseguida en mi padre y vio que estaba fatigado y enfermo. Mi padre estaba tan mal que yo temí exponerle al aire y por esto le arreglé su lecho en la cubierta, cerca de la escalera de los camarotes y me senté a su lado para cuidarlo. Aquella noche no había más pasajeros que nosotros cuatro. El acusado fue tan amable que me aconsejó cómo podría guarecer mejor a mi padre del viento y del mal tiempo, y, en general, se portó con la mayor bondad y cortesía. Así empecé a hablar con él.
—¿Os fijasteis si llegó solo a bordo?
—No llegó solo.
—¿Cuántos le acompañaban?
—Dos caballeros franceses.
—¿Observasteis si conferenciaban secretamente?
—Estuvieron hablando hasta el último momento, cuando los franceses se vieron obligados a bajar al bote.
—¿Visteis si, entre ellos, se cambiaron algunos papeles semejantes a estas listas?
—Vi que tenían algunos papeles en las manos, pero no sé cuáles.
—Ahora contadnos cuál fue la conversación del acusado, señorita Manette.
—Se mostró muy amable conmigo, y bondadoso y útil para mi padre. Espero —exclamó entre lágrimas— que mi declaración no va a perjudicarle y a pagar mal los favores que me hizo.
—No os ocupéis de esto, señorita Manette —replicó el juez,— estáis en la obligación de decir la verdad y el acusado lo sabe. ¡Continuad!
—Me dijo que viajaba a causa de unos negocios de naturaleza delicada y difícil, que podían poner en situación apurada a algunas personas, y que viajaba bajo nombre supuesto. Añadió que aquellos negocios lo habían llevado a Francia pocos días antes y que, de vez en cuando, le obligaban a dirigirse tan pronto a Francia como a Inglaterra.
Entonces el fiscal llamó al doctor Manette para que declarara y le dijo:
—Doctor Manette, servíos mirar al acusado. ¿Lo habíais visto anteriormente?
—Una vez tan sólo, cuando me visitó en mi casa de Londres. Hará de eso tres años o tres y medio.
—¿Sabéis si es la misma persona que viajaba a bordo del barco que os llevaba a vos y a vuestra hija y el mismo que conversó con ésta?
—Lo ignoro, señor.
—¿Hay alguna razón especial