Un puñado de esperanzas. Irene Mendoza
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—¡Eres magnífica, princesa! —jadeé respirando su calor y su aroma, dejando pequeños y tiernos besos sobre sus pechos.
—¡Oh, Mark…! —rio Frank con la voz ronca y susurrante mientras acariciaba mis cabellos.
Era un nuevo sexo, el mejor que había tenido jamás. Era un sexo generoso y era… tan fácil y tan dulce que en cierto modo me sobrecogió.
«Así que esto es lo que llaman hacer el amor», me dije feliz como nunca.
Aquella chica que ahora acariciaba perezosamente mi cuerpo y descansaba entre mis brazos me había conmovido de tal manera que ya nada sería igual.
«Ella va a ser la medida para todo a partir de ahora, lo sé», me dije asombrado de mi propio descubrimiento.
«Pero esta noche no le digas que la amas, aún no, pero ámala como a la única, como nunca», decidí, pensando ya en recuperarme para volver a tenerla de nuevo.
Capítulo 11
Clair de Lune
Creo que un hombre puede volverse adicto a una mujer, lo creo firmemente porque a mí me ocurrió con Frank.
Yo no tenía adicciones reconocidas como mi padre, pero llevaba sus genes y para mí era un error enamorarme. Lo que no hicieron el alcohol o las drogas lo hizo su piel, su calor, su aroma, su sexo y hasta sus huesos.
Tras un breve sueño volvimos a empezar. Esta vez fui más lento y cuidadoso con ella, más cariñoso y dulce, y descubrí que ella se entregaba aún más intensamente gracias a mi estimulante ternura. Su cuerpo respondía muy rápido a mis generosas atenciones, a mis necesidades, que no eran otras que verla disfrutar de mí.
Era un espectáculo delicioso contemplar su placer, ver cómo gozaba con cada caricia, cada roce, cada beso. Jamás había estado con una mujer que se excitase tan rápido como yo, que se dejase llevar de aquella forma tan salvaje y sincera. Frank se entregaba enseguida y alcanzaba el clímax con rapidez y eso era algo nuevo, casi prodigioso.
Tengo que reconocerlo. A veces había llegado a aburrirme del sexo, algo mecánico y frío que al final resultaba tan solo una divertida manera de hacer ejercicio. Y nunca había entendido la sumisión de Pocket con Jalissa, que lo traía de acá para allá como un corderito, amenazándolo sin sexo si no hacía lo que ella quería. Pero ahora era consciente por primera vez del poder que podía ejercer una mujer si estás enamorado. Podía compararse con la necesidad enfermiza que una droga puede suponer para un adicto. Y yo ya era adicto a Frank.
Enseguida supe que a Frank le encantaba el sexo. Tomaba la iniciativa y eso nos encanta a los hombres.
Despertó en medio de la noche y acarició mi miembro con su trasero, dándome a entender lo que quería sin necesidad de palabras.
Nos entendíamos a base de caricias, gemidos y jadeos. Yo, casi en un duermevela, me apreté contra ella gruñendo de gusto y, sin abrir los ojos, con una sonrisa de satisfacción en la cara comprobé cómo, ni corta ni perezosa, se metía bajo las sábanas para agradecer mi dedicación anterior.
Su boca se empleó a fondo conmigo y no tuvo inconveniente alguno en terminar saboreando el resultado de mi placer. Después salió de entre las sábanas, desnuda y bellísima, y me sonrió relamiéndose esos dulces y estupendos labios que acababan de tratarme de maravilla.
—¡Oh… nena! —suspiré sonriendo agradecido.
—Ahora… debes darme las gracias tú —susurró Frank.
Ella rio sentada sobre mí y yo decidí complacerla empezando por acariciar su tierno sexo, que mojaba mi muslo. Con los dedos de una mano pellizqué sus pezones, eso parecía gustarle mucho, y con los de la otra me afané en acariciar su clítoris. Frank me ayudaba en la tarea, meciéndose suavemente mientras mi erección volvía a despertar entre sus nalgas.
Se deslizó sin dejar de agitarse sobre mí y tomando el último condón que había dejado en una mesilla junto a la cama, me lo puso y me introdujo en ella haciéndome gemir con fuerza. Nada más llenarla sentí cómo se contraía envolviéndome con su húmeda y tierna carne. No tuve que moverme apenas, solo disfrutar del paraíso que representaba su imagen haciéndomelo.
Nada más eyacular, aún dentro de su cuerpo, me erguí tomándola por la nuca y acercando su boca a la mía, la bese con tanta pasión que creo que eso fue lo que la hizo explotar de placer. La solté y agarrándola por la cintura contemplé cómo se dejaba llevar agitando su hermoso cuerpo sobre mí.
Después suspiró intensamente y se dejó abrazar. La acuné entre mis brazos mientras ambos recuperábamos la consciencia. Tras el orgasmo era como si Frank se abandonase a todo lo que le rodeaba y se fuese a un lugar al que yo no podía acompañarla.
—Sabes a mí —susurré besando su pelo, intentando recuperarla.
—Me gusta tu sabor —susurró sin levantar la cabeza de mi hombro, con los ojos cerrados.
Tomé su boca con ansia, la tumbé sobre mí y sin darme apenas cuenta nos dormimos de nuevo.
Desperté con las primeras luces del nuevo año y aturdido aún me giré para descubrir a Frank dormida junto a mí, boca abajo. Hacía frío a pesar de la calefacción. La tapé con ternura no sin antes contemplar su perfecto culo respingón como un auténtico pervertido, y me levanté a por un cigarro poniéndome una de las mantas por encima. Ella hizo un gruñidito maravilloso y volvió a dormirse profundamente.
Nada más salir del lavabo recordé que ya no tenía más preservativos y me dirigí al cajón donde Pocket guardaba los suyos con la esperanza de que mi amigo no se hubiese llevado todos a casa de Jalissa.
«¡Ni uno, joder!», maldije mentalmente. Había fantaseado con la idea de volver a hacerlo antes de desayunar juntos, en la cama.
Era muy pronto para preparar el desayuno, pero no para cumplir una promesa que le había hecho: tocar el piano para ella.
Desnudo, con la manta sobre mis hombros y un cigarro en los labios, me senté al piano y comencé a tocar notas arbitrarias, buscando una melodía que reconociese. Prefería hacerlo solo, sin que me observase Frank. Me daba cierto pudor ponerme a tocar el piano ante ella. Me parecía estar intentando darme aires de algo, como un esnob.
Una de esas notas me recordó al Claro de luna de Debussy. Me la sabía de memoria, así que comencé a tocarla sumergiéndome en la música lentamente.
Estaba tan enfrascado en la música que no me di cuenta de que Frank se había levantado. De pronto noté cómo se abrazaba a mí, sintiendo sus pezones en mi espalda. Giré un poco la cabeza para mirarla y me sonrió. Estaba despeinada, aún adormilada y con el abrigo camel de Pocket por encima de su cuerpo desnudo.
—Hola —susurré besándola dulcemente en los labios.
—Shhhh —susurró girándome la cabeza hacia el piano—. No dejes de tocar.
Ella me quitó el cigarrillo de la boca y dando una larga calada me lo volvió a poner en los labios. Continué interpretando el Clair de Lune mientras Frank me abrazaba descansando su cabeza sobre mí, suspirando. Sentir su aliento cálido en la nuca y su mirada