La Ilíada. Homer

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La Ilíada - Homer

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dijo estas aladas palabras:

      872 «¡Padre Júpiter! ¿No te indignas al presenciar tan atroces hechos? Siempre los dioses hemos padecido males horribles que recíprocamente nos causamos para complacer á los hombres; pero todos estamos airados contigo, porque engendraste una hija loca, funesta, que sólo se ocupa en acciones inicuas. Cuantos dioses hay en el Olimpo te obedecen y acatan; pero á ella no la sujetas con palabras ni con obras, sino que la instigas, por ser tú el padre de esa hija perniciosa que ha movido al insolente Diomedes, hijo de Tideo, á combatir, en su furia, con los inmortales dioses. Primero hirió á Ciprina en el puño, y después, cual si fuese un dios, arremetió contra mí. Si no llegan á salvarme mis ligeros pies, hubiera tenido que sufrir horrores entre espantosos montones de cadáveres, ó quedar inválido, aunque vivo, á causa de las heridas que me hiciera el bronce.»

      888 Mirándole con torva faz, respondió Júpiter, que amontona las nubes: «¡Inconstante! No te lamentes, sentado á mi vera, pues me eres más odioso que ningún otro de los dioses del Olimpo. Siempre te han gustado las riñas, luchas y peleas, y tienes el espíritu soberbio, que nunca cede, de tu madre Juno, á quien apenas puedo dominar con mis palabras. Creo que cuanto te ha ocurrido, lo debes á sus consejos. Pero no permitiré que los dolores te atormenten, porque eres de mi linaje y para mí te parió tu madre. Si, siendo tan perverso, hubieses nacido de algún otro dios, tiempo ha que estarías en un abismo más profundo que el de los hijos de Urano.»

      899 Dijo, y mandó á Peón que lo curara. Éste le sanó, aplicándole drogas calmantes; que nada mortal en él había. Como el jugo cuaja la blanca y líquida leche cuando se le mueve rápidamente con ella; con igual presteza curó aquél al furibundo Marte, á quien Hebe lavó y puso magníficas vestiduras. Y el dios se sentó al lado del Saturnio Jove, ufano de su gloria.

      907 Juno argiva y Minerva alalcomenia regresaron también al palacio del gran Júpiter, cuando hubieron conseguido que Marte, funesto á los mortales, de matar hombres se abstuviera.

Ilustración de cabeza de capítulo

      Héctor se despide de Andrómaca

       Índice

      COLOQUIO DE HÉCTOR Y ANDRÓMACA

      1 Quedaron solos en la batalla horrenda teucros y aqueos, que se arrojaban unos á otros broncíneas lanzas; y la pelea se extendía, acá y allá de la llanura, entre las corrientes del Símois y del Janto.

      5 Ayax Telamonio, antemural de los aqueos, rompió el primero la falange troyana é hizo aparecer la aurora de la salvación entre los suyos, hiriendo de muerte al tracio más denodado, al alto y valiente Acamante, hijo de Eusoro. Acertóle en la cimera del casco guarnecido con crines de caballo, la lanza se clavó en la frente, la broncínea punta atravesó el hueso y las tinieblas cubrieron los ojos del guerrero.

      12 Diomedes, valiente en el combate, mató á Axilo Teutránida, que, abastado de bienes, moraba en la bien construída Arisbe; y era muy amigo de los hombres, porque en su casa, situada cerca del camino, á todos les daba hospitalidad. Pero ninguno de ellos vino entonces á librarle de la lúgubre muerte, y Diomedes le quitó la vida á él y á su escudero Calesio, que gobernaba los caballos. Ambos penetraron en el seno de la tierra.

      20 Euríalo dió muerte á Dreso y Ofeltio, y fuése tras Esepo y Pédaso, á quienes la náyade Abarbarea concibiera en otro tiempo del eximio Bucolión, hijo primogénito y bastardo del ilustre Laomedonte (Bucolión apacentaba ovejas y tuvo amoroso consorcio con la ninfa, la cual quedó encinta y dió á luz los dos mellizos): el Mecistíada acabó con el valor de ambos, privó de vigor á sus bien formados miembros y les quitó la armadura de los hombros. El belígero Polipetes dejó sin vida á Astíalo; Ulises, con la broncínea lanza, á Pidites percosio; y Teucro, á Aretaón divino.

      32 Antíloco Nestórida mató con la pica reluciente á Ablero; Agamenón, rey de hombres, á Élato, que habitaba en la excelsa Pédaso, á orillas del Sátniois, de hermosa corriente; el héroe Leito, á Fílaco mientras huía; y Eurípilo, á Melantio.

      37 Menelao, valiente en la pelea, cogió vivo á Adrasto, cuyos caballos, corriendo despavoridos por la llanura, chocaron con las ramas de un tamarisco, rompieron el corvo carro por el extremo del timón, y se fueron á la ciudad con los que huían espantados. El héroe cayó al suelo y dió de boca en el polvo junto á la rueda; acercósele Menelao Atrida con la ingente lanza, y aquél, abrazando sus rodillas, así le suplicaba:

      46 «Hazme prisionero, Atrida, y recibirás digno rescate. Muchas cosas de valor tiene mi opulento padre en casa: bronce, oro, hierro labrado; con ellas te pagaría inmenso rescate, si supiera que estoy vivo en las naves aqueas.»

      51 Dijo Adrasto, y le conmovió el corazón. É iba Menelao á ponerle en manos del escudero, para que lo llevara á las veleras naves aqueas, cuando Agamenón corrió á su encuentro y le increpó diciendo:

      55 «¡Ah bondoso! ¡Ah Menelao! ¿Por qué así te apiadas de los hombres? ¡Excelentes cosas hicieron los troyanos en tu palacio! ¡Que ninguno de los que caigan en nuestras manos se libre de tener nefanda muerte, ni siquiera el que la madre lleve en el vientre, ni ese escape! ¡Perezcan todos los de Ilión, sin que sepultura alcancen ni memoria dejen!»

      61 Así diciendo, cambió la mente de su hermano con la oportuna exhortación. Repelió Menelao al héroe Adrasto que, herido en el ijar por el rey Agamenón, cayó de espaldas. El Atrida le puso el pie en el pecho y le arrancó la lanza. Y Néstor animaba á los argivos, dando grandes voces:

      67 «¡Amigos, héroes dánaos, ministros de Marte! Que nadie se quede atrás para recoger despojos y volver, cargado de ellos, á las naves; ahora matemos hombres y luego con más tranquilidad despojaréis en la llanura los cadáveres de cuantos mueran.»

      72 Con tales palabras les excitó á todos el valor y la fuerza. Y los teucros hubieran vuelto á entrar en Ilión, acosados por los belicosos aqueos y vencidos por su cobardía, si Heleno Priámida, el mejor de los augures, no se hubiese presentado á Eneas y á Héctor para decirles:

      77 «¡Eneas y Héctor! Ya que el peso de la batalla gravita principalmente sobre vosotros entre los troyanos y los licios, porque sois los primeros en toda empresa, ora se trate de combatir, ora de razonar, quedaos aquí, recorred las filas, y detened á los guerreros antes que se encaminen á las puertas, caigan huyendo en brazos de las mujeres y sean motivo de gozo para los enemigos. Cuando hayáis reanimado todas las falanges, nosotros, aunque estamos abatidos, pelearemos con los dánaos porque la necesidad nos apremia. Y tú, Héctor, ve á la ciudad y di á nuestra madre que llame á las venerables matronas; vaya con ellas al templo dedicado á Minerva, la de los brillantes ojos, en la acrópolis; abra la puerta del sacro recinto; ponga sobre las rodillas de la deidad, de hermosa cabellera, el peplo que mayor sea, más lindo le parezca y más aprecie de cuantos haya en el palacio, y le vote sacrificar en el templo doce vacas de un año, no sujetas aún al yugo, si apiadándose de la ciudad y de las esposas y niños de los troyanos, aparta de la sagrada Ilión al hijo de Tideo, feroz guerrero, cuya braveza causa nuestra derrota y á quien tengo por el más esforzado de los aqueos todos. Nunca temimos tanto ni al mismo Aquiles, príncipe de hombres, que es, según dicen, hijo de una diosa. Con gran furia se mueve el hijo de Tideo y en valentía nadie con él se iguala.»

      102 Dijo; y Héctor obedeció á su hermano. Saltó del carro al suelo sin dejar las armas; y blandiendo dos puntiagudas lanzas, recorrió el ejército, animóle á combatir y promovió

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