Matar a la Reina. Angy Skay

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Matar a la Reina - Angy Skay Diamante Rojo

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boca.

      Arrugué mi entrecejo tanto que creí que desaparecería. No podía verme en ningún espejo, pero estaba segura de que mis mejillas ardían de coraje. Benditos cojones los que tenía aquel hombre, y santa paciencia la que tenía yo.

      —¿A qué coño vienes después de tantos meses sin saber nada de ti?

      Y cuando decía «nada», me refería a «nada», literalmente. Nos conocimos en un bar, como le conté a Vanessa. A los pocos meses apareció por arte de magia en Barcelona y, casualmente, me lo encontré en la acera del club dando un paseo, ya que su hotel estaba al lado. Por muy absurdo que parezca, decidí dejarlo pasar a mi pequeño rincón y le mentí. Le mentí como una bellaca, diciéndole que me dedicaba a pintar cuadros y que sobrevivía de ello, pero no me atreví a contarle la verdad, a decirle que, frente a donde nos encontrábamos, regentaba uno de los clubes más prestigiosos de Cataluña.

      La segunda vez que nos vimos estuvimos cinco días juntos, lo que duró el tiempo de su estancia por vacaciones. Lo único que sabía de él era que se dedicaba a comprar empresas que estaban en quiebra, para después levantar y crear un imperio de ellas. Sabía que tenía treinta y cinco años y que no vivía en Barcelona. Lo demás era un misterio. Porque cada vez que nos encontrábamos, era imposible no tocarnos, como si una conexión superior a nuestras fuerzas lo impidiera. No hablábamos de nosotros, sino de nuestro entorno, y ese detalle nunca había llamado mi atención, hasta pocos días después de aquel.

      —Vengo a verte y me recibes pegándome una hostia. Todo muy bonito. ¿En qué estás trabajando?

      Pasó por mi lado, rozando mi cadera. Se asomó para ver el cuadro mientras yo permanecía paralizada en la misma posición de antes. Echó su cabeza hacia atrás lo suficiente para poder contemplarme, y tuve que desviar mis ojos, presa de la furia, para aniquilarlo con la mirada.

      —Vete —sentencié.

      —¿Vas a echarme?

      Se colocó justo enfrente de mí, dejando su boca a escasos milímetros de la mía. Noté su aliento acariciar mis labios. Mi sexo me amenazó, pidiéndome a gritos que le diera rienda suelta a la acción y me dejara de tanta gilipollez. No estaba enamorada de él, pero lo de los segundos platos me jodía en exceso.

      —¿Vienes aquí para echar tu polvo español? —Mi tono salió cargado de reproche.

      —¿Acaso eso es importante para ti?

      —No soy el segundo plato de nadie, ya te lo dije en una ocasión.

      —Y no he dicho que lo seas. He venido a España y me ha parecido oportuno visitarte —murmuró roncamente.

      Se aproximó más a mi cuerpo, de manera que ni el aire podía pasar entre nosotros. Sentí que mi pecho subía y bajaba a gran velocidad cuando puso una mano sobre mi cadera y la empujó hacia delante para que pudiera notar la extravagante dureza que tenía en medio de sus piernas. Retrocedí un poco por la incomodidad de mi cuerpo, y él se sorprendió.

      —¿Es que tienes a alguien esperándote en casa?

      Le lancé una mirada asesina.

      No tenía a nadie en ningún sitio; nunca lo tuve. De hecho, mi apartamento se encontraba en la planta de arriba del estudio, donde me conformaba con tener una habitación, un baño y un salón-cocina. Para mí sola tampoco necesitaba gran cosa. Era fácil de limpiar y lo tenía frente a mi negocio. ¿Qué más quería?

      —Sí. Spyke me espera —le respondí altanera.

      —Mmm… —Soltó una gran carcajada—. Tendrás que presentármelo algún día. Dicen que los perros se parecen a los dueños. —Sonrió.

      —Lárgate, Jack. Estoy trabajando.

      Me di media vuelta e intenté sentarme de nuevo, pero sus grandes manos lo impidieron cuando me giró por completo. Me observó desde su imponente altura, atravesando mis ojos y mi mente, y bajó con lentitud por mi mejilla. Escuché que aspiraba el olor de mi perfume, hasta que llegó a mi cuello, el cual mordisqueó con saña.

      —Te debo un azote, y de los buenos. Me has dejado la mejilla ardiendo —ronroneó.

      Tiró de mis caderas con fuerza hacia delante, dejándome entre la mesa y él. Subió despacio y, con fuerza, agarró mi pelo con una sola mano, para después estrellar sus labios contra los míos en busca de un ardiente y salvaje beso que no tardó en llegar. Me pedí a mí misma ser lo suficientemente capaz de parar aquel estúpido beso, pero no me vi con fuerzas de hacerlo.

      Su mano libre voló entre mis muslos para colarse por mi corto vestido y llegar a mis bragas. Tocó por encima de la tela, siendo testigo de la terrible humedad que se apoderaba de mis partes más íntimas. Creí desfallecer cuando la apartó para presionar con fervor el botón más sensible de todo mi cuerpo. Les di la orden a mis piernas de que se cerraran, intentando así evitar correrme allí mismo con ese simple roce. No contento con eso, bajó desesperado por mi cuello hasta mi hombro, donde mordisqueó más de la cuenta, para después continuar con un reguero de mordiscos hacia mis pechos.

      Su cuerpo se restregaba con frenesí, sus manos volaban como una mariposa suelta en medio de un campo, y nuestras respiraciones empezaban a entrecortarse tanto que pensé por un momento que moriríamos asfixiados si la ropa no empezaba a desaparecer. Notó mis labios hinchados, y vi su cabeza perdida en medio de mis dos montañas, devorándolas con delirio y saña. Agarré su pelo con fuerza cuando consiguió sacar uno de mis pezones de su boca a la vez que tiraba de él como un bestia. Me escuché gemir, y aunque intenté reprimirme en varias ocasiones, me fue imposible.

      —Ahora, dime, ¿no me has echado de menos? —ironizó, sin abandonar su cometido.

      Eché la cabeza hacia atrás cuando un gran jadeo salió de mis labios. No pude contestarle, pero tampoco fui consciente de que alguien entraba de nuevo en mi local, y esa no podría ser otra que Eli. Menos mal que las ventanas que daban al exterior estaban entabladas con grandes maderas, haciendo así que el local pareciera desde fuera una casa abandonada, pero si sabías dónde posicionarte, veías el interior a la perfección. Era mi lugar, mi escondite.

      Asomé la cabeza por encima del cuerpo de Jack y vi desde mi posición —ya que me encontraba al final del local— a Eli buscar por la estancia. Puse mis dos manos encima de su duro pecho, dándole a entender que parara, y él elevó sus ojos brillantes hasta que se toparon con los míos. De nuevo, perdí la orientación, perdí el sentido porque había dejado de tocar mi cuerpo de esa manera.

      —¿Mica?

      La dulce voz de Eli me sacó de mi estado y recuperé la capacidad de la vista, apartándola de inmediato de los prados verdes de él. Lo empujé lo suficiente como para que dejara que mi cuerpo se apartase del suyo, deseosa de que se marchara, y pude apreciar cómo ponía los ojos en blanco. Pero no fue así. Ese día, la suerte no estaba de mi lado en ese sentido, ni del suyo.

      —Dime. —Cuando abandoné mi escondite, hice un movimiento con los ojos dirigido a Eli cuando para indicarle que no estaba sola.

      No me dio tiempo a pronunciar otra palabra más, ya que Jack salió de detrás de mí colocándose la camisa y con una sonrisa floreciendo en sus labios, además de con un enorme bulto entre las piernas que Eli no pudo evitar mirar.

      —Tengo que comentarte una cosa. Es un poco urgente —soltó sin más.

      Mi

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