Los padecimientos del joven Werther. Иоганн Вольфганг фон Гёте
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Akal / Básica de bolsillo / 151
Serie Clásicos de la literatura alemana
Director de la serie
Emilio J. González García
Johann Wolfgang von Goethe
Los padecimientos del joven Werther
Traducción
Emilio J. González García
Estudió Filología alemana en las universidades de Cáceres, Marburg y Salamanca. Enseñó lengua y literatura españolas, así como traducción, en la Universidad de Duisburg-Essen de 2001 a 2005. En la actualidad se dedica a la traducción literaria.
Diseño cubierta: Sergio Ramírez
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© Ediciones Akal, S. A., 2008
Sector Foresta, 1
28760 Tres Cantos
Madrid - España
Tel.: 918 061 996
Fax: 918 044 028
ISBN: 978-84-460-3523-7
Prólogo
Hasta 1774, Alemania estaba aún lejos de su autoproclamación como país de «poetas y pensadores», al menos en el ámbito internacional. Salvo honrosas excepciones, la literatura alemana era (y en cierto modo sigue siendo) una desconocida hasta la fulgurante irrupción de Johann Wolfgang von Goethe y Los padecimientos del joven Werther, una novela cuyo mayor mérito fue, según su autor, el haber aparecido en el momento adecuado. Goethe consideraba que la situación política y social alemana había sumido a los jóvenes en un estado de desencanto, condenándolos a adaptarse a una vida burguesa ordenada y carente de alma. Werther supuso la mecha que hizo explotar esos sentimientos reprimidos y su onda expansiva se alargó varias décadas, marcando decisivamente a los posteriores fundadores del Romanticismo.
Goethe apenas necesitó cuatro semanas para redactar los desafortunados amores de Werther por la joven Lotte, en quien encuentra un espíritu afín, alguien que se emociona y se estremece ante los mismos impulsos, pero que desgraciadamente está ya prometida. La relación amistosa que entablan no sirve para aplacar la obsesiva pasión de Werther, que ve cómo sus sentimientos crecen hasta lo insoportable.
La historia recrea en cierta manera dos acontecimientos biográficos: el amor del secretario de legación Karl Wilhelm Jerusalem por la esposa de un colega, cuyo final adapta Goethe casi literalmente para su obra, y su propia relación con Charlotte Buff, a quien conoció en 1772, mientras la acompañaba a un baile, y que siglos más tarde protagonizaría la obra de Thomas Mann Lotte in Weimar. Charlotte comparte con el personaje no sólo su nombre, sino que también perdió a su madre cuando era una niña, teniendo que ocuparse de sus diez hermanos menores, y además estaba prometida a un hombre mayor que ella, en este caso Johann Christian Kestner. Una relación similar a la que mantuvo con Maximiliane von la Roche, a quien conoció en 1774, y que también influyó en el personaje de Lotte dotándola de sus profundos ojos negros, ya que los de Charlotte Buff eran azules.
No obstante, Los padecimientos del joven Werther no sólo suponen la literalización de un impulso amoroso, sino que también reflejan el hastío ante el mundo prosaico y razonable de la Ilustración burguesa, una oposición basada en el sentimiento, en la pasión desaforada, en lo irracional, lo artístico, lo bello. La controversia que generó fue, por tanto, acorde a su éxito. Atrás quedaban los presupuestos didácticos que había de tener cualquier obra ilustrada. Atrás quedaba lo útil y deleitoso. Las enseñanzas que del libro podían extraerse eran abominables a los ojos burgueses: el trabajo como actividad alienante, la crítica a la división social y a las jerarquías, la ruptura de la felicidad matrimonial, de la familia, la preponderancia del deseo sobre los sagrados vínculos y el honor. Por no hablar del final de la obra, que, evidentemente, fue lo que generó las polémicas más agrias. Los enfrentamientos no se limitaron a la dialéctica, sino que llegaron a un juicio entre la Iglesia y el autor, y a la prohibición del libro en varios estados federados.
Estas prohibiciones no sirvieron para detener la inmensa repercusión de la obra. Los padecimientos del joven Werther cayeron como una piedra en el estanque de la literatura europea. Las traducciones a las lenguas más importantes del continente no se hicieron esperar, y cuando Goethe viajó a Italia en 1786, lo hizo como escritor consagrado internacionalmente. Se suele citar la anécdota de que Napoleón, cuando conoció a Goethe en 1808 en Erfurt, demostró conocer tan bien su obra que incluso se permitió señalar algún error en la misma.
Entre el público letrado se desató una auténtica fiebre wertheriana. Los jóvenes adoptaban el atuendo azul y amarillo del protagonista y representaban en su vida real pasajes de la ficción. La novela era lectura habitual en las tertulias e incluso se produjo un fenómeno de merchandising desconocido hasta entonces, comercializándose, además de las habituales estampas, productos menos comunes como el «Eau de Werther» o tazas, teteras y platos ilustrados con escenas de la obra.
La fascinación que provocan estos padecimientos sigue manteniendo su atemporalidad y su internacionalidad. Las adaptaciones, tanto literarias como teatrales o cinematográficas, son numerosas. Incluso Pilar Miró se sintió animada a dar su propia versión del personaje en Werther (1986). Quizá su éxito perdure porque las inquietudes que refleja vayan más allá de una época concreta. Porque haya sabido representar unas inquietudes y unos sentimientos tan universales que permiten que cualquier lector se identifique con esa forma de experimentar el amor cuando el amor no es dulce; cuando se convierte en un sentimiento incontrolable y desobediente que se sabe no correspondido, pero que acalla los reparos de la razón con cualquier muestra de afecto y que se aferra a cualquier plan de futuro, por descabellado que sea.
LOS PADECIMIENTOS DEL JOVEN WERTHER
He recopilado cuidadosamente todo lo que he podido encontrar sobre la historia del pobre Werther y aquí os lo presento, con la certeza de que me lo agradeceréis. No podréis negarle vuestra admiración y cariño a su espíritu y a su carácter, ni vuestras lágrimas a su destino.
Y tú, alma bondadosa, que ahora sientes los mismos impulsos que él, encuentra consuelo en su sufrimiento y deja que este librito sea tu amigo si el destino o tus propias culpas te impiden encontrar algún otro más cercano.
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