Las aventuras de Huckleberry Finn. Марк Твен

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Las aventuras de Huckleberry Finn - Марк Твен Básica de Bolsillo

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que necesita es compasión y el juez dijo que así era, así que lloraron otra vez. Y cuando llegó la hora de acostarse, el viejo se levantó, extendió la mano y dijo:

      —Mírenla todos, caballeros y damas, cójanla, estréchenla. Aquí tienen una mano que fue la mano de una persona inmunda pero que ya no lo es. Es la mano de un hombre que ha empezado una nueva vida y que morirá antes de volver a ser lo que fue. Presten atención a estas palabras y no olviden que las pronuncié. Ahora esta mano está limpia; estréchenla, no tengan miedo.

      Así que se la estrecharon, uno tras otro, todos ellos, y lloraron. La mujer del juez se la besó. Y después el viejo firmó un compromiso, hizo su marca. El juez dijo que era el momento más sagrado de la historia, o algo así. Después acomodaron al viejo en una bonita habitación, que era la habitación de invitados, y en algún momento de la noche, le entró muchísima sed, salió al tejado del porche y desde allí se deslizó por un poste, y cambió su chaqueta nueva por una garrafa de whisky barato, y volvió a subir y se lo pasó muy bien. Y al alba, volvió a escurrirse al exterior, borracho como una cuba, rodó por el porche, se cayó y se rompió el brazo izquierdo por dos sitios y estaba casi muerto de frío cuando alguien lo encontró después del amanecer. Y cuando fueron a mirar a la habitación de invitados, tuvieron que hacer sondeos antes de poder navegar por ella.

      El juez se sintió dolido o algo así. Dijo que creía que al viejo se le podría reformar quizá con una escopeta, porque él no sabía de ninguna otra manera.

      Capítulo 6

      Al poco tiempo el viejo se recuperó y entonces fue a por el juez Thatcher en los tribunales para obligarle a que renunciara al dinero, y fue a por mí también, por no dejar el colegio. Me pilló un par de veces y me pegó, pero yo iba al colegio igual, y la mayoría de las veces lo esquivaba o lo dejaba atrás corriendo. Antes, no me gustaba especialmente ir al colegio, pero llegué a la conclusión de que iría para fastidiar a papá. El asunto del juicio era lento; parecía que no iban a empezarlo nunca, así que, de vez en cuando, durante todo el invierno, el viejo me cogía y yo le pedía dos o tres dólares prestados al juez para él para evitar que me diera una paliza. Cada vez que conseguía dinero, se emborrachaba, y cada vez que se emborrachaba liaba la de Dios en el pueblo; y cada vez que liaba la de Dios, lo metían en la cárcel. A él le iba bien; este tipo de cosas estaban justo en su línea.

      Se acostumbró a merodear demasiado por la casa de la viuda, hasta que finalmente ella se lo dijo; le dijo que si no dejaba de andar por allí, le causaría problemas. ¡No veas cómo se enfadó! Dijo que iba a demostrar quién mandaba en Huck Finn. Así que un día de primavera me acechó, me cogió y me llevó unas tres millas río arriba en una balsa, y cruzó conmigo a la orilla del lado de Illinois, a una zona boscosa donde no había casas, aparte de una vieja cabaña de troncos que se encontraba en un lugar donde los árboles eran tan espesos que nadie podría encontrarla a menos que supiera que estaba allí.

      Me tenía con él todo el tiempo y no tuve ni una oportunidad de escaparme. Vivíamos en la vieja cabaña y siempre cerraba con llave y se metía la llave debajo de la cabeza por las noches. Tenía una pistola que había robado, supongo, y pescábamos y cazábamos, y de eso vivíamos. De vez en cuando, me encerraba dentro e iba a la tienda, tres millas, al transbordador, y cambiaba pescado y caza por whisky, y se lo traía a la casa y se lo pasaba bien, y me daba palizas. La viuda pronto descubrió dónde estaba yo y envió a un hombre hasta allí para que intentara cogerme; pero papá lo echó con la escopeta, y no pasó mucho tiempo antes de que me acostumbrara a estar donde estaba ni de que terminara gustándome; todo menos la parte de las palizas.

      Era una vida perezosa y alegre, todo el día tumbado cómodamente, fumando y pescando, y sin libros y sin estudiar. Pasaron dos meses o más, y mi ropa se convirtió en harapos sucios, y no lograba entender cómo me había podido llegar a gustar tanto estar en casa de la viuda, donde tenías que lavarte, y comer en un plato, y peinarte, e irte a la cama y levantarte a unas horas fijas, y donde tenías que estar siempre preocupándote por un libro, y donde tenías a la señorita Watson criticándote todo el tiempo. Yo no quería volver nunca más. Había dejado de soltar juramentos porque a la viuda no le gustaba; pero ahora empecé otra vez porque papá no tenía ninguna objeción. Teniéndolo todo en cuenta, se pasaba muy bien allí en el bosque.

      Pero con el tiempo papá se volvió demasiado habilidoso con la vara de nogal, y yo no podía soportarlo. Tenía verdugones por todo el cuerpo. También se acostumbró a largarse con demasiada frecuencia y a dejarme allí encerrado. Una vez me encerró y estuvo tres días fuera y allí se estaba terriblemente solo. Llegué a pensar que se había ahogado y que yo no iba a volver a salir de allí nunca. Tenía mucho miedo. Decidí que me las arreglaría de alguna manera para salir de allí. Había intentado salir de aquella cabaña muchas veces, pero no había podido encontrar el modo. No tenía ninguna ventana lo suficientemente grande para que pasara ni un perro. No podía salir por la chimenea porque era demasiado estrecha. La puerta era de gruesos tablones macizos de roble. Papá tenía mucho cuidado de no dejar ni cuchillos ni nada en la cabaña cuando estaba fuera; creo que había rebuscado por la cabaña por lo menos cien veces; bueno, la verdad es que era lo que hacía la mayor parte del tiempo, porque era prácticamente la única manera de pasar el tiempo. Pero esta vez por fin encontré algo; encontré una vieja sierra mohosa sin mango metida entre una viga y los listones del techo. La engrasé y me puse a trabajar. Había una vieja manta de caballos colgada con clavos de los troncos del otro extremo de la cabaña detrás de la mesa, para evitar que el viento entrara por las rendijas y apagara la vela. Me metí debajo de la mesa y levanté la manta, y me puse a trabajar para serrar un trozo del tronco grande de abajo, lo suficientemente grande como para que yo pudiera pasar. Bueno, fue un trabajo largo y duro, pero ya estaba llegando al final cuando oí la pistola de papá en el bosque. Me deshice de todas las señales de mi trabajo, dejé caer la manta y escondí mi sierra, y al momento entró papá.

      Papá no estaba de buen humor, así que estaba tal como era. Dijo que había estado en el pueblo y que todo iba mal. Su abogado le había dicho que pensaba que ganaría el pleito y conseguiría el dinero si es que alguna vez el juicio llegaba a empezar; pero que había maneras de retrasarlo mucho y que el juez Thatcher sabía cómo hacerlo. Y dijo que la gente pensaba que habría otro juicio para que me retiraran de su custodia y me entregaran a la viuda designándola como mi tutora, y que creían que esta vez ella ganaría. Esto me puso a mí bastante nervioso porque yo ya no quería volver a casa de la viuda y estar allí todo constreñido y civilizado, como ellos lo llamaban. Después el viejo empezó a lanzar juramentos y maldijo a todo y a todos los que se le vinieron a la cabeza, y después los maldijo a todos otra vez para asegurarse de que no se había saltado a ninguno, y después de eso, terminó con una especie de juramento general que incluía a un buen número de gente que no sabía cómo se llamaba, así que los nombró como fulanitos de tal y cual cuando llegó a ellos y continuó con sus juramentos.

      Dijo que le gustaría ver a la viuda quedarse conmigo. Dijo que estaría vigilante y que si intentaban venirle con cualquiera de esos cuentos, conocía un sitio a seis o siete millas en el que esconderme, y que ya podrían buscar hasta que cayeran muertos, pero que no me encontrarían. Decidí que no iba a quedarme allí la mano para darle esa oportunidad.

      El viejo me hizo ir a la balsa a recoger las cosas que había traído. Había un saco de cincuenta libras de harina de maíz, una lonja de beicon, munición y una garrafa de whisky de cuatro galones, y un libro viejo y dos periódicos para usarlos como tacos, además de sirga. Llevé una carga y volví a la balsa y me senté en la proa a descansar. Estuve pensándolo todo y llegué a la conclusión de que me iría y me llevaría la pistola y algunos sedales, y que iría al bosque cuando me escapara. Pensé que no podría quedarme en ningún sitio y que simplemente tendría que ir andando de un lado a otro, sobre todo por las noches, y que pescaría y cazaría para seguir vivo, y así alejarme tanto que ni el viejo ni la viuda pudieran encontrarme nunca. Pensé que podría terminar de serrar y salir aquella noche si papá se emborrachaba lo suficiente, y pensé que así

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