Ana Karenina (Prometheus Classics). Leon Tolstoi

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу Ana Karenina (Prometheus Classics) - Leon Tolstoi страница 8

Автор:
Серия:
Издательство:
Ana Karenina (Prometheus Classics) - Leon  Tolstoi

Скачать книгу

mantenido siempre entre sí cordiales relaciones, y su amistad se había afirmado más aún durante los años en que Levin fue estudiante.

      Éste se preparó a ingresó en la Universidad a la vez que el joven príncipe Scherbazky, el hermano de Dolly y Kitty. Levin frecuentaba entonces la casa de los Scherbazky y se encariñó con la familia.

      Por extraño que pueda parecer, con lo que Levin estaba encariñado era precisamente con la casa, con la familia y, sobre todo, con la parte femenina de la familia.

      Levin no recordaba a su madre; tenía sólo una hermana, y ésta mayor que él. Así, pues, en casa de los Scherbazky se encontró por primera vez en aquel ambiente de hogar aristocrático a intelectual del que él no había podido gozar nunca por la muerte de sus padres.

      Todo, en los Scherbazky, sobre todo en las mujeres, se presentaba ante él envuelto como en un velo misterioso, poético; y no sólo no veía en ellos defecto alguno, sino que suponía que bajo aquel velo poético que envolvía sus vidas se ocultaban los sentimientos más elevados y las más altas perfecciones.

      Que aquellas señoritas hubiesen de hablar un día en francés y otro en inglés; que tocasen por turno el piano, cuyas melodías se oían desde el cuarto de trabajo de su hermano, donde los estudiantes preparaban sus lecciones; que tuviesen profesores de literatura francesa, de música, de dibujo, de baile; que las tres, acompañadas de mademoiselle Linon, fuesen por las tardes a horas fijas al boulevard Tverskoy, vestidas con sus abrigos invernales de satén –Dolly de largo, Natalia de medio largo y Kitty completamente de corto, de modo que se podían distinguir bajo el abriguito sus piernas cubiertas de tersas medias encarnadas–; que hubiesen de pasear por el boulevard Tverskoy acompañadas por un lacayo con una escarapela dorada en el sombrero; todo aquello y mucho más que se hacía en aquel mundo misterioso en el que ellos se movían, Levin no podía comprenderlo, pero estaba seguro de que todo lo que se hacía allí era hermoso y perfecto, y precisamente por el misterio en que para él se desenvolvía, se sentía enamorado de ello.

      Durante su época de estudiante, casi se enamoró de la hija mayor, Dolly, pero ésta se casó poco después con Oblonsky. Entonces comenzó a enamorarse de la segunda, como si le fuera necesario estar enamorado de una a otra de las hermanas. Pero Natalia, apenas presentada en sociedad, se casó con el diplomático Lvov. Kitty era todavía una niña cuando Levin salió de la Universidad. El joven Scherbazky, que había ingresado en la Marina, pereció en el Báltico y desde entonces las relaciones de Levin con la familia, a pesar de su amistad con Oblonsky, se hicieron cada vez menos estrechas. Pero cuando aquel año, a principios de invierno, Levin volvió a Moscú después de un año de ausencia y visitó a los Scherbazky, comprendió de quién estaba destinado en realidad a enamorarse. Al parecer, nada más sencillo –conociendo a los Scherbazky, siendo de buena familia, más bien rico que pobre, y contando treinta y dos años de edad–, que pedir la mano de la princesita Kitty. Seguramente le habrían considerado un buen partido. Pero, como Levin estaba enamorado, Kitty le parecía tan perfecta, un ser tan por encima de todo lo de la tierra, y él se consideraba un hombre tan bajo y vulgar, que casi no podía imaginarse que ni Kitty ni los demás le encontraran digno de ella.

      Pasó dos meses en Moscú como en un sueño, coincidiendo casi a diario con Kitty en la alta sociedad, que comenzó a frecuentar para verla más a menudo; y, de repente, le pareció que no tenía esperanza alguna de lograr a su amada y se marchó al pueblo.

      La opinión de Levin se basaba en que a los ojos de los padres de Kitty él no podía ser un buen partido, y que tampoco la deliciosa muchacha podía amarle.

      Ante sus padres no podía alegar una ocupación determinada, ninguna posición social, siendo así que a su misma edad, treinta y dos años, otros compañeros suyos eran: uno general ayudante, otro director de un banco y de una compañía ferroviaria, otro profesor, y el cuarto presidente de un tribunal de justicia, como Oblonsky…

      Él, en cambio, sabía bien cómo debían de juzgarle los demás: un propietario rural, un ganadero, un hombre sin capacidad, que no hacía, a ojos de las gentes, sino lo que hacen los que no sirven para nada: ocuparse del ganado, de cazar, de vigilar sus campos y sus dependencias.

      La hermosa Kitty no podía, pues, amar a un ser tan feo como Levin se consideraba, y, sobre todo, tan inútil y tan vulgar. Por otra parte, debido a su amistad con el hermano de ella ya difunto, sus relaciones con Kitty habían sido las de un hombre maduro con una niña, lo cual le parecía un obstáculo más. Opinaba que a un joven feo y bondadoso, cual él creía ser, se le puede amar como a un amigo, pero no con la pasión que él profesaba a Kitty. Para eso había que ser un hombre gallardo y, más que nada, un hombre destacado.

      Es verdad que había oído decir que las mujeres aman a veces a hombres feos y vulgares, pero él no lo podía creer, y juzgaba a los demás por sí mismo, que sólo era capaz de amar a mujeres bonitas, misteriosas y originales.

      No obstante, después de haber pasado dos meses en la soledad de su pueblo, comprendió que el sentimiento que le absorbía ahora no se parecía en nada a los entusiasmos de su primera juventud, pues no le dejaba momento de reposo, y vio claro que no podría vivir sin saber si Kitty podría o no llegar a ser su mujer. Comprendió, además, que sus temores eran hijos de su imaginación y que no tenía ningún serio motivo para pensar que hubiera de ser rechazado. Y fue así como se decidió a volver a Moscú, resuelto a pedir la mano de Kitty y casarse con ella, si le aceptaban… Y si no… Pero no quiso ni pensar en lo que sucedería si era rechazada su proposición.

      Capítulo 7

      Llegó a Moscú en el tren de la mañana y en seguida se dirigió a casa de Koznichev, su hermano mayor por parte de madre. Después de mudarse de ropa, entró en el despacho de su hermano dispuesto a exponerle los motivos de su viaje y pedirle consejo.

      Pero Koznichev no se hallaba solo. Le acompañaba un profesor de filosofía muy renombrado que había venido de Jarkov con el exclusivo objeto de discutir con él un tema filosófico sobre el que ambos mantenían diferentes puntos de vista.

      El profesor sostenía una ardiente polémica con los materialistas, y Koznichev, que la seguía con interés, después de leer el último artículo del profesor, le escribió una carta exponiéndole sus objeciones y censurándole las excesivas concesiones que hacía al materialismo.

      El polemista se puso en seguida en camino para discutir la cuestión. El punto debatido estaba entonces muy en boga, y se reducía a aclarar si existía un límite de separación entre las facultades psíquicas y fisiológicas del hombre y dónde se hallaba tal límite, de existir.

      Sergio Ivanovich acogió a su hermano con la misma sonrisa fría con que acogía a todo el mundo, y después de presentarle al profesor, reanudó la charla.

      El profesor, un hombre bajito, con lentes, de frente estrecha, interrumpió un momento la conversación para saludar y luego volvió a continuarla, sin ocuparse de Levin.

      Este se sentó, esperando que el filósofo se marchase, pero acabó interesándose por la discusión.

      Había visto en los periódicos los artículos de que se hablaba y los había leído, tomando en ellos el interés general que un antiguo alumno de la facultad de ciencias puede tomar en el desarrollo de las ciencias; pero, por su parte, jamás asociaba estas profundas cuestiones referentes a la procedencia del hombre como animal, a la acción refleja, la biología, la sociología, y a aquella que, entre todas, le preocupaba cada vez más: la significación de la vida y la muerte.

      En cambio, su hermano y el profesor, en el curso de su discusión, mezclaban las cuestiones científicas con las referentes al alma, y cuando parecía que iban a tocar el tema principal, se desviaban en seguida, y se hundían de nuevo en la esfera de las sutiles distinciones, las reservas,

Скачать книгу