Memorias escritas desde Liorna. Agustín de Iturbide

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Memorias escritas desde Liorna - Agustín de Iturbide Pequeños Grandes Ensayos

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miembros del Supremo Tribunal de Justicia, que era atribución del emperador según las ordenanzas en vigor. Iturbide puso a consideración la creación de un banco central de emisión de papel moneda, la activación de la minería y el establecimiento de tribunales militares para restaurar el orden en las provincias; todo fue rechazado.

      El Congreso conspiró en tomo a logias francmasónicas y sociedades secretas; quienes dirigieron las intrigas fueron extranjeros como el colombiano Miguel Santa María y el estadunidense Joel R. Poinsett. Algunos diputados manejaron la idea de que ellos eran soberanos, que los demás poderes les pertenecían y debían obedecerlos, y que el emperador era sólo su delegado. Desconocieron el Plan de Iguala y los Tratados de Córdoba Servando Teresa de Mier Noriega y Guerra, representante de Nuevo León, le informó al monarca que lo desconocía Finalmente, los diputados entraron a confabularse para dirigir un motín, apresar la Corona y proclamar la República Agustín I respondió aplicando la ley: obtuvo testimonios escritos de la conspiración y el 26 de agosto de 1822 mandó apresar a 66 diputados. Pensaba que ante las pruebas contundentes de la infamia no le quedaba al resto de los diputados sino condenar a sus compañeros, aun cuando hubiera más conjurados que sólo buscaran continuar en el disimulo. Sin embargo, el Congreso solicitó sin pudor la entrega de los detenidos para que fueran juzgados por él y comenzó a sesionar sobre la inmunidad de los diputados en relación con sus opiniones. El general de brigada Felipe de la Garza, comandante de Nuevo Santander, se amotinó pronunciándose en favor de los diputados detenidos, pero ante la falta de apoyo terminó hecho prisionero y acusado de traición; sin embargo, el emperador no sólo le perdonó la vida sino que lo repuso en el mando. De la Garza fue quien prendió y ejecutó a Iturbide.

      El Ejecutivo desencarceló a la mayoría de los diputados bajo libertad condicional, vigilancia gubernativa o libertad absoluta; sólo unos cuantos permanecieron en prisión. También expulsó del país a Santa María que se quedó en Veracruz bajo la protección de Antonio López de Santa Anna, quien guardaba rencor al Libertador porque habiéndose adherido al Plan de Iguala, asaltó el puerto de Veracruz y prometió que sus defensores se arrastrarían implorando compasión, pero los veracruzanos resistieron y sólo entregaron la plaza cuando Iturbide relevó en el mando a López de Santa Anna. Agustín I se dio cuenta de la ambición de Santa Anna cuando desde el momento de su coronación trató de enamorar a su hermana, la princesa María Nicolasa de Iturbide y Arámburu, de 60 años de edad.

      El 31 de octubre el emperador se decidió por fin a disolver al Congreso por razones de Estado. En su lugar nombró una Junta Nacional Instituyente formada por antiguos diputados. Fue vitoreado nuevamente como el Libertador del atascadero político, pero el destino lo llevó a experimentar la verdadera dimensión del ambiente de deslealtad de la clase política mexicana El brigadier Santa Anna se comportaba arbitrario y perverso, robaba propiedades y se desentendía de los bombardeos al puerto procedentes del fuerte de San Juan de Ulúa. La acusación se elevó a Agustín I y éste fue a Jalapa Cuentan que estaba de pie en una reunión cuando Santa Anna llegó y se le negó el paso. Ante la larga espera, se sentó y fue reconvenido por sentarse en presencia del monarca. Santa Anna abandonó rabioso la estancia y al regresar fue despojado del mando y recibió la orden de presentarse en México; no sólo desobedeció, sino que cabalgó a Veracruz antes de que se supiera su destitución y se alzó solicitando la República Entregó la jefatura del movimiento al prófugo Guadalupe Victoria y se reservó el mando militar. Quiso tomar Jalapa y fue batido. Para apaciguar la asonada, el vallisoletano recurrió al militar en quien más confiaba, el mariscal Echávarri, a quien estimó en tal medida que había prometido casarlo con la mayor de sus hijas. Echávarri avanzó con 2000 hombres, fuerza muy superior a la de Santa Arma, pero extrañamente estableció un campamento fuera de las murallas de Veracruz. Agustín I se dio cuenta de la perfidia antes de que, junto con Echávarri, los generales Negrete, íntimo amigo de Iturbide, José Lobato y Luis Cortázar firmaran el Plan de Casa Mata el 1 de febrero de 1823 en el cual solicitaban un nuevo Congreso constituyente.

      Las tres garantías lo eran por obra del Ejército Trigarante y éste se pulverizó. Bajo ese escenario, el emperador no quiso combatir la insurrección a pesar de su prestigio entre los militares. Todavía el 22 de febrero de 1823 se aprobó el Reglamento provisional político del Imperio mexicano, pero fue un documento anecdótico. El 4 de marzo Iturbide, como último acto de su gobierno, restableció al Congre-so constituyente para poder abdicar ante una autoridad, lo que hizo la noche del 19 de marzo a través del ministro de justicia Juan Gómez de Navarrete, y formalmente al día siguiente con el ministro Francisco de Paula y Álvarez. La justificación fue sencilla: “La Corona la admití con suma repugnancia, sólo para servir a la patria; pero desde que entreví que su conservación podría servir si no de causa, al menos de pretexto, para una guerra intestina, me resolví a dejarla”. También prometió expatriarse.

      El 29 de marzo de 1823 quien ya no era emperador mexicano se dirigió al Congreso mediante un manifiesto:

      ¡Haga el cielo que esta abdicación contribuya a su felicidad! En el día el Congreso es la primera autoridad. A él toca dar dirección a los movimientos del pueblo. Si este cuerpo consigue un buen éxito a sus deseos sin derramar la sangre de sus conciudadanos, si unido alrededor de un centro común pone un término a la discordia y a las divisiones intestinas, si gobierna por leyes sabias formadas sobre bases sólidas, el pueblo verá asegurados sus derechos y trabajará en aumentar las fuentes de riqueza pública si no es agitado por disensiones políticas. Si la nación es protegida por un gobierno que no la sobrecargue con impuestos y no ponga trabas a la industria, el pueblo llegará a ser un pueblo opulento. Si la nación mexicana fuerte con la prosperidad de sus hijos, se eleva en fin al rango que debe ocupar entre las naciones, yo seré el primero en admirar la sabiduría del congreso, me gozaré en la felicidad de mi patria y descenderé contento al sepulcro.

      La desventura aceptada

      Desalojó Iturbide el Palacio de la Moneada y se fue a Tacubaya, desde donde salió con su familia el 30 de marzo de 1823. Como en diferentes épocas de su vida, las muías de su carro fueron desuncidas y tiradas por la gente. Pasado ello, largo fue el trayecto porque había la orden de sortear las poblaciones para evitar las demostraciones de afecto al Libertador. Fue incomunicado. Durante la marcha se le confiscó su imprenta de campaña. Al mando de la escolta iba Nicolás Bravo, que descubrió y afrontó un plan para asesinar a Iturbide en las afueras de Jalapa. El 21 de abril en el pueblo de Apam rogó el vallisoletano para que, por motivos de salud, su padre de 85 años y su hermana fueran escoltados de vuelta a la ciudad de México. En el puerto de Veracruz sobrellevó sin queja dos afrentas: Bravo mandó que la aduana revisara su equipaje buscando una fortuna que pretendía robar, revisión que se suspendió cuando los guardias hicieron añicos una loza de talavera, y Guadalupe Victoria limitó el número de pasajeros en el barco como una forma de extorsión, orden que luego canceló.

      Antes de salir se enteró de los decretos del 8 de abril, que declaraban su coronación resultado de la violencia y nula de derecho, e ilegales todos los actos de su gobierno, así como insubsistente la forma de gobierno propuesta en el Plan de Iguala, los Tratados de Córdoba y las Bases constitucionales; y del 16 de abril que daba el estatus de traidor a quien reconociera a Iturbide como emperador, aun cuando fuera con proferirle “vivas”.

      A las 11:05 de la mañana del 11 de mayo la fragata inglesa Rowllins, de 400 toneladas, zarpó con la mar encrespada rumbo a Liorna, en el Gran Ducado de Toscana, al mando del capitán James Quelch y con la orden del Congreso de no tocar ningún puerto en el derrotero. Llevaba como pasajeros, además de Iturbide, a su esposa Ana María Huarte-Muñiz y Carrillo de Figueroa, sus ocho hijos, los sacerdotes José Antonio López y fray Ignacio Treviño, su sobrino José Ramón Malo, su secretario Francisco Álvarez con su familia y cuatro criados. Bordeando, se alejaron de la boca del Río de la Antigua. Fueron acompañados por la fragata de guerra James porque en el Golfo de México no eran raros los actos de piratería, pero al poco tiempo la escolta torció el timón y los abandonó, dejándolos con el riesgo de ser capturados por la guarnición de San Juan de Ulúa. En Veracruz se celebró esa partida

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