Raices históricas de san Juan de la Cruz. José Carlos Gómez-Menor Fuentes
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José Carlos GÓMEZ-MENOR
Toledo, octubre de 2010
[1]P. León, Judíos de Toledo, CSIC, Madrid, 1979, t. II, p. 225.
[2]F. del Pulgar, Claros varones de Castilla, ed. de J. Domínguez, Espasa-Calpe, Madrid, 4ª ed., 1969.
[3]Siega de pan y flores, Covarrubias, Toledo, 2009 y Con luz y a oscuras viviendo, Trébedes, Toledo, 2009.
[4]Omnia disce: videbis postea nihil esse superfluum. Didascalion, VI, 3 (PL 176, 801 a).
Primera parte
Las dificultades del estudio histórico de san Juan de la Cruz
I
Los diferentes caminos de la Historia
El diccionario de la Real Academia de la Lengua define la voz historia del siguiente modo: “Narración y exposición de los acontecimientos pasados y dignos de memoria, sean públicos o privados”. Como todas las definiciones del diccionario, aquí se recoge una visión convencional que alude al uso lingüístico con el que suele emplearse el término “historia” en una comunidad de hablantes. Además de este uso, la Academia aclara otras acepciones de este término: 2.- Disciplina que estudia y narra estos sucesos. 3.- Obra histórica compuesta por un escritor. 4.- Conjunto de los sucesos o hechos políticos, sociales, económicos, culturales, etc., de un pueblo o una nación. 5.- Conjunto de los acontecimientos ocurridos a una persona a lo largo de su vida o en un período de ella. Es en esta última acepción en la que se incluye el género peculiar de las biografías.
Desde luego que es un lugar común incluir el estudio que realiza la historia dentro del ámbito de las ciencias sociales. Esto significa que se ubica en un contexto diferente de aquel en el que se instalan las ciencias naturales, que se caracterizan por tener un objeto que está ahí fuera (el mundo de la naturaleza) y que puede ser conocido, según tengamos o no los medios adecuados, con cierta objetividad. El hombre, como decía Ortega, se encuentra con la naturaleza, que es el hábitat en el que tiene que desenvolver su vida[5]. La historia tiene ya que ver con la actuación del hombre en este contexto natural: para conocerla, para sobrevivir, para defenderse, para organizarse, para ser feliz… Se refiere, por tanto, a todo lo que el hombre hace en el escenario de la naturaleza.
Entendemos que el tejido con el que están hechas las ciencias sociales es diferente al de las ciencias naturales. En concreto, como señalaba Dilthey, uno de los autores que más ha insistido en la diferenciación de las ciencias sociales frente a las ciencias naturales, en la historia el grado de observación de los hechos tiene un importante componente de interpretación, pues los hechos de los que se ocupa deben ser comprendidos, concebidos a la luz de su finalidad y su valor. Se trata, en definitiva, de las vivencias de los seres humanos. Mientras las ciencias naturales admiten una visión más fuerte o nítida del conocer, pues versan sobre un fenómeno externo (como por ejemplo la rotación de la Tierra o la sucesión de las estaciones), las ciencias sociales tienen que ver con las acciones humanas y éstas deben ser comprendidas, lo que supone una mayor implicación de aquel que quiere conocerlas[6].
Los hechos, los acontecimientos y las acciones humanas suceden en unas coordenadas espacio-temporales y deben ser interpretados. A esta tarea es a la que dedica su esfuerzo la actividad de los historiadores.
Debemos descartar una concepción esencialista de historia, pues no existe algo así como una esencia (al estilo de las ideas platónicas) de la historia[7]. A lo largo del tiempo los historiadores han defendido diferentes versiones sobre la aproximación a los hechos que debe realizar la historia. Por ejemplo, la concepción, por utilizar una expresión que empleó por primera vez el historiador británico Henry Tawney, de una historia total. Esta perspectiva, que surgió en el seno de la historiografía francesa en torno a los Annales, proponía una visión de la historia que fuera más allá de los enfoques particulares, como los de la economía o la política. O, por utilizar un término utilizado por Le Roy Ladurie, la historia inmóvil, que, siguiendo algunas sugerencias de Fernand Braudel, pone el acento en la relación del hombre con el ambiente en el que se mueve (sería una especie de geohistoria). Otro punto de vista que tuvo una gran repercusión en las tendencias historiográficas fue el del materialismo histórico, que siguiendo los postulados del marxismo, considera la lucha de clases como el auténtico motor de la historia[8]. La cuestión de la economía se alza, como es sabido, como el elemento clave que permite leer todos los demás aspectos de la realidad como integrados en la superestructura, que refleja los intereses de una clase dominante[9].
Todo esto pone de relieve que la historia debe encuadrar las acciones o los sucesos protagonizados por los individuos o los grupos dentro de un marco más grande, para que puedan ser interpretados adecuadamente. Ya sea ese marco más concreto o más abierto, como un contexto cultural, o una mentalidad o unas circunstancias determinadas.
Es por esto mismo por lo que resulta indudable que la historia supone un estudio que no puede presentarse como blindado frente a otras disciplinas científicas. En este sentido, el saber histórico no puede ser concebido como un saber autosuficiente, alejado de las disciplinas que se ocupan de indagar en el mundo de los hechos. El historiador debe manejar muchas herramientas (la literatura, la economía, el arte, la genealogía, la heráldica[10], sólo por poner algunos ejemplos) porque son utensilios que le prestan una ayuda estimable a la hora de conocer los hechos y por eso puede servirse de otros estudios que le puedan auxiliar en esa labor.
Las principales dificultades se presentan cuando el historiador quiere conocer algunos hechos sobre los que apenas existen datos a los que agarrarse. Por ejemplo, investigaciones basadas en documentos que solo permiten datos fragmentarios, puntuales, muy separados entre sí. A veces maravilla que ciertos documentos se hayan conservado por azar en los archivos cuando no se ve utilidad ninguna que aconseje su conservación. Así, por ejemplo, libros de cuentas, de los siglos XIV y XV, acerca de fincas propiedad de cabildos catedrales, o parroquias, fincas luego vendidas o desaparecidas tras la ya lejana fecha (si tomamos como referencia a España) de la desamortización del ministro Mendizábal. Aquellos libros de refitor, minuciosos y a veces con datos casi sólo válidos para un período de pocos años, conservados por la favorable circunstancia de disponer de grandes espacios, en salas claustrales o en semisótanos oscuros; casi olvidados por los archiveros, almacenados más por rutina que por amor al diligente trabajo de los colectores y administradores de unos bienes que permitieron la sustentación a eclesiásticos de la Baja Edad Media. Documentos que se han conservado milagrosamente, mientras otros muchos –los más– han perecido por causa de humedades,