Antropología de la integración. Antonio Malo Pé

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Antropología de la integración - Antonio Malo Pé Cuestiones Fundamentales

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diferencial. Cada uno de los sentidos humanos tiene un determinado umbral diferencial, que es estudiado por la fisiología. Por ejemplo, se estima que el umbral diferencial de la vista humana es la percepción de la luz de una vela a 48 km. de distancia en una noche despejada y oscura. Por otro lado, junto a las variaciones de color, la sensibilidad diferencial de la vista permite captar el espacio y estructurar las demás sensaciones. Algo similar ocurre con el oído, cuyo umbral diferencial es la percepción de un reloj mecánico a seis metros de distancia en una habitación sin ruido, pues también a través de este sentido logramos distinguir entre sonidos y ruidos, así como percibir la sucesión temporal[8].

      A veces, la intensidad del estímulo es tan débil que, aunque desencadena el proceso que conduce a la sensación, no alcanza el umbral de la conciencia. Hablamos entonces de sensaciones subliminales, que pueden producir reacciones sensoriales periféricas o incluso reflejos fisiológicos y psicológicos inconscientes, como despertar recuerdos, dar lugar a experiencias afectivas o motivar determinados comportamientos. Así, durante una película, la proyección de la imagen subliminal de cierta bebida puede hacer nacer en algunos espectadores el deseo de comprarla.

      2) Como ya hemos visto, la sensación puede entenderse como una asimilación intencional, en la que lo desemejante (la realidad sensible y el conocimiento sensible) se vuelve semejante (la sensación). De ahí que, volviendo al ejemplo citado anteriormente, el ruido exista solo en el acto de oírlo[9]. Por eso, lo normal no es sólo oír ruido, sino también ser conscientes del ruido que se oye. De todas formas, como acabamos de ver al mencionar los mensajes subliminales, es posible separar la sensación de ruido de la consciencia de este. Por otro lado, en la sensación, alcanzamos cierta conciencia de nosotros mismos como cuerpos vivos y sentientes. De ahí que la sensación implique un vivir más perfecto, pues por medio de ella, además de vivir sensiblemente la realidad, somos conscientes de estar vivos, por lo menos en un nivel sensible. Por eso, cuando vemos, oímos, gustamos, etc., experimentamos placer; un placer que, como dice Aristóteles, está unido al ejercicio natural y sin obstáculos de esas operaciones. En definitiva, experimentar un placer sensible es —desde el punto de vista ontológico— superior al simple vivir[10].

      Como veremos en este capítulo y en el siguiente, las sensaciones —una vez estructuradas— no se presentan en nosotros ya de manera aislada, salvo en casos excepcionales; algo semejante sucede también en los animales, pues estos no perciben formas o colores aislados, sino estructuras con un significado instintivo[11]. La estructuración del conocimiento humano no es, sin embargo, instintiva, sino más bien el resultado de un largo proceso de humanización y biográfico. Así, mientras que las sensaciones de un recién nacido son puntuales —sin estructuración alguna o con una estructuración mínima—, las del niño tienen ya una integración espontanea, y las del adulto, una integración completamente personal; sin embargo, en todos ellos, las sensaciones están cargadas de sentido pues se refieren a la realidad en cuanto tal. La menor estructuración del conocimiento en el recién nacido y en el niño implica también que ellos cuenten con una capacidad de sorpresa mayor que la del adulto, ya que este último ha estructurado y organizado la realidad casi por completo mediante el uso de sus funciones superiores y de una memoria con experiencias de todo tipo. Se explica así porque, en los adultos, el conocimiento inteligible, aunque es genéticamente posterior a la sensación, constituye la estructura normal en que se captan las sensaciones. En efecto, no vemos un color verde, sino cierta realidad de ese color, por ejemplo, una bandera. Es verdad que los sentidos conocen sólo la forma sensible, que es particular (es decir, no universal) y accidental (no sustancial); así, lo que se ve es este verde, esta forma rectangular. Sin embargo, no es incorrecto decir que se ve una bandera verde. Pues, cuando hablamos de ver una bandera, no nos referimos a una sensación visual —el verde— o a una forma —el rectángulo— sino a la percepción de una realidad sensible, que forma parte de nuestro mundo y que, en este caso, cuenta además con un significado simbólico, el de representar un país. No hay que confundir, sin embargo, la estructuración racional de nuestras sensaciones con la apertura al mundo, pues ya en el recién nacido sus sensaciones, a pesar de no estar estructuradas, se refieren a la realidad en cuanto tal, es decir, a un mundo humano que va más allá de los simples datos sensibles e, incluso, de los esquemas instintivos del animal[12].

      El conocimiento humano, por tanto, está formado por diferentes estructuras, cuya integración final se logra a través de las funciones superiores de la inteligencia, la experiencia personal y la cultura. Hay, sin embargo, enfermedades, como las agnosias, que pueden causar la pérdida de esa estructuración, ocasionando una especie de regresión cognitiva.

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