Antropología de la integración. Antonio Malo Pé
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3. El problema antropológico y existencial del sufrimiento y la muerte
4. Origen y fin de la identidad personal
ESTE LIBRO...
ESTE LIBRO DEBE SU ORIGEN a las clases de Antropología filosófica que, en la última década, he impartido a cientos de estudiantes. En los últimos años, el texto ha ido ganando en madurez, gracias en buena medida a las preguntas inteligentes de mis alumnos. Tras haber intentado responderles siguiendo los manuales publicados, me he dado cuenta de que la ayuda que estos ofrecen es escasa: algunos por tener un enfoque puramente histórico; otros, a pesar de la popularidad de que gozan, por ser demasiado abstractos o limitarse a seguir ciertas corrientes de pensamiento en vez de estudiar a la persona o, mejor aún, a las personas, tal y como son. Los libros de antropología, de hecho, presentan a menudo un planteamiento fenomenológico, cultural, personalista, metafísico, etc. Y eso significa que reducen la riqueza y complejidad de las personas a un solo punto de vista.
Movido por estas y otras lagunas de los manuales de Antropología al uso, he decidido modificar la configuración de los temas y el modo de tratarlos, partiendo no ya de los libros, sino de las personas, en toda su complejidad constitutiva y existencial. Este esfuerzo me ha hecho reparar en la paradoja, bien señalada por Heidegger, entre la enorme mole de información sobre la persona humana de que hoy disponemos y lo poco que sabemos de ella.
ANTE UNA SITUACIÓN CONFUSA
Poseemos muchos datos acerca del hombre, desde el mapa del código genético a los condicionamientos psicológicos y sociales, pasando por la influencia que el medio ambiente y la cultura ejercen en nuestras vidas. Sin embargo, nunca como hasta ahora, las personas se han vuelto inaccesibles. Para la gran mayoría de los hombres y mujeres de nuestro tiempo las principales cuestiones sobre el sentido de la vida —el de dónde venimos y hacia dónde vamos—, carecen de respuesta. Parece como si la proliferación de datos e información, en lugar de ayudarnos a esclarecerlas, aumentarán la confusión. Por ejemplo, si antes casi todos aceptaban que el origen del hombre era en cierto sentido único, hoy ya no es así: hay tantas hipótesis como las que permiten las interpretaciones de los datos científicos de que disponemos. De ahí, las preguntas de mis estudiantes: ¿el hombre ocupa un lugar destacado en el cosmos, o es sólo un mono inteligente? ¿Es un ser en continua evolución o vive en la ilusión de serlo? Algo similar sucede con las acciones humanas: ¿son libres o, más bien, están condicionadas genéticamente? ¿Son el producto de la cultura, o la suma de factores genéticos y culturales? A menudo, estas preguntas reciben respuestas de lo más variado y contradictorio, por lo que no pueden ser todas ellas verdaderas.
La confusión antropológica reinante hoy día, además de provocar angustia y pérdida de sentido en muchas personas —sobre todo, en los más jóvenes—, afecta negativamente la imagen que tenemos de nosotros mismos y, por consiguiente, el modo en qué pensamos debemos comportarnos. Se trata de un fenómeno que hoy puede apreciarse en todas las etapas de la vida humana —incluso en la niñez— a través de una amplia gama de patologías psicosociales en constante aumento, como las ludopatías, obsesiones sexuales, la soledad, la delincuencia, u otros fenómenos aún más generalizados pero aparentemente menos graves, como la falta de unidad de vida, que se aprecia, por ejemplo, en la oscilación entre el orden y la eficiencia del trabajo semanal, y la fiebre del sábado por la noche, cuando jóvenes y menos jóvenes tratan de despojarse de la conciencia para zambullirse en las corrientes oscuras y primordiales de lo puramente vital. Algunos se dan cuenta de que estos síntomas manifiestan una enfermedad existencial cuando ya es demasiado tarde, como se deduce de algunas noticias: vandalismo, intimidación entre compañeros de escuela, de instituto o universidad, por rabia, venganza o, simplemente, por juego…, abusos, suicidios; otros reaccionan intentando comprender mejor a las personas en la era de la tecnociencia, del mercado global y de internet. Es lo que también procuraré hacer yo en este ensayo.
Sin embargo, no hay que pintar el cuadro con tintas demasiado oscuras, ya que en la situación actual no faltan los aspectos positivos. Entre otros: el desarrollo de la ciencia y la técnica, que conduce a una mayor duración de la vida humana, así como a la disminución de la fatiga en el trabajo, al bienestar económico, etc. Además, se va difundiendo cada vez más una nueva sensibilidad: los derechos humanos se abren camino en la mayoría de los países del mundo, así como la preocupación por devolver a la naturaleza su belleza y esplendor tras décadas de explotación, abandono e incuria.
LA PREGUNTA FUNDAMENTAL SOBRE EL SER HUMANO
La primera cuestión con que se enfrenta la antropología filosófica es la pregunta fundamental sobre el ser humano, es decir, si este es algo o alguien. Dependiendo de la respuesta que demos, nos encontraremos antes dos objetos diferentes de estudio: si el ser humano —yo que escribo y tú que me lees— es algo (por ejemplo, un simple individuo de la especie homo sapiens sapiens), entonces nuestra diferencia con las demás realidades del universo se reducirá a algunas cualidades que habrá que identificar en cada caso pero que, de todas formas, nunca trascenderán la propia especie ni, por tanto, el universo. En cambio, si somos alguien, lo que nos distinguirá de los demás seres no será ninguna cualidad o conjunto de propiedades sino nuestro mismo ser personas, es decir, la diferencia tendrá entonces un carácter ontológico.
Al parecer, la respuesta que de forma inmediata viene a la mente de muchos es esta: el hombre es algo, ya que está en el cosmos, en el sistema solar dentro de la Vía Láctea; y, por eso, mantiene una relación necesaria con los otros seres materiales, especialmente con los demás inquilinos de nuestro pequeño planeta Tierra. Así, la persona, a pesar de sus logros, será siempre incapaz de trascender el universo gigantesco en donde, como en una jaula de oro, está confinada.
Si analizamos el lugar del hombre en el Universo, observamos, sin embargo, que la forma de habitar la Tierra y relacionarse con otras realidades manifiesta una trascendencia no sólo respecto de este planeta, sino de todo el Universo, pues la persona es capaz de conocerlo, utilizar su energía, viajar por él. De ahí, la conveniencia de estudiar al ser humano, es decir, a cada uno de nosotros, tanto en su estructura material, orgánica y viviente, como en las relaciones cognoscitivas y prácticas con las demás realidades, en donde se manifiesta dicha transcendencia.
Por eso, en este manual, mi objetivo no es solo comparar las propiedades del hombre con aquellas de que están dotados los distintos seres del mundo, especialmente los vivientes, sino, sobre todo, establecer cuál es la esencia del hombre. De esta manera, no espero, por supuesto, revelar el misterio de la persona, pero sí arrojar un poco de luz para comprenderla mejor; luz que provendrá de haber identificado su núcleo ontológico. A la pregunta antropológica: ¿quién o qué es el hombre?, puedo ya anticipar una respuesta: el ser humano no es algo sino alguien, una identidad irrepetible, que se perfecciona como tal a través de las relaciones, especialmente con otras personas.
Además de aclarar los términos de ‘identidad’ y ‘relación’ que aquí utilizo, probaré a mostrar cómo estos se hallan conectados con otro