Trece sermones. Fray Luis De Granada

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Trece sermones - Fray Luis De Granada Neblí

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la más humilde; en los cantares de David, la más elegante; en la caridad, la más encendida; en la pureza, la más pura, y en las virtudes la más perfecta. Todas sus palabras estaban llenas de gracia, porque su corazón estaba lleno de Dios. Oraba y meditaba, como dice el profeta, en la ley del Señor día y noche[4]. Tenía también cuidado de sus compañeras para que fueran recatadas y no dijesen palabras injuriosas o soberbias a las demás. Siempre bendecía a Dios, y para no dejar de hacerlo, cuando la saludaban, respondía: Gracias a Dios»[5]. Hasta aquí son palabras de san Jerónimo.

      Contempla ahora a la Virgen cuando la visitó el ángel. Mírala en el lugar donde solía recogerse, porque aunque la casa fuera pobre, no faltaría en ella un lugar para la oración; allí tendría los libros de los salmos y los profetas, y quizás, como santa Judit, su cilicio y disciplina para mortificar aquel santísimo cuerpo, que no lo merecía. Dicen los santos que en ese instante estaría su espíritu en arrebatada contemplación.

      Pues siguiendo con lo dicho, además de estas tres virtudes resplandece también la fe de la Virgen. Ella no dudó de lo que el ángel le decía ni le pidió una señal, como sí hizo Zacarías, aunque mayor milagro es que una mujer virgen dé a luz que lo haga una estéril, y mucho mayor aún que dé a luz al mismo Dios. Como verdadera hija de Abraham imitó su fe, pues él creyó que aunque sacrificara a su hijo Isaac, Dios le podría resucitar para darle descendencia, y ella creyó que siendo virgen sería madre por obra de Dios. Por eso piensan los santos que si la Virgen preguntó cómo sería eso no fue porque dudara de que así sería, sino para saber de qué manera, ya que ella tenía el propósito de ser virgen. Y el ángel respondió a las dos cosas, diciéndole que daría a luz un hijo y se mantendría virgen, de modo que gozaría del fruto de la maternidad sin perder la corona de la virginidad.

      En el instante en que la Virgen dijo aquellas palabras, se encarnó Dios en sus entrañas por obra del Espíritu Santo, a quien se le atribuye en particular por ser la Encarnación obra de bondad y amor, que son sus atributos. ¿Quién sería capaz de explicar las grandezas y maravillas que en ese momento sucedieron en aquellas entrañas virginales? ¿Quién podrá contar los sentimientos y afectos y resplandores que sintió aquel purísimo corazón con aquella nueva entrada del Hijo para hacerse hombre y del Espíritu Santo para llevar a cabo este misterio?

      Pero esto ha de quedar ahora en silencio para la consideración de las almas que buscan a Dios.

      [1] Jn 3, 16.

      [2] S. AGUSTÍN, Confesiones, IX, 9: PL 32.

      [3]

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