Pedro Casciaro. Rafael Fiol Mateos

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Pedro Casciaro - Rafael Fiol Mateos Libros sobre el Opus Dei

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después.

      Pedro compartía los planteamientos liberales de su padre. También había sido educado por su madre en los rudimentos de la fe, aunque adolecía de una formación religiosa un tanto superficial: su vida de piedad era escasa, pues consistía básicamente en acompañar a su madre a Misa los domingos.

      En octubre de 1931, Pedro se trasladó a Madrid porque deseaba estudiar la carrera de arquitectura. Esta elección se adecuaba muy bien a sus talentos y aficiones: estaba dotado de sensibilidad artística y de genio creativo, conocía bien la historia del arte y dominaba las matemáticas y la física. Su primer objetivo era superar los exámenes de ingreso en la Escuela Especial de Arquitectura. Para poder presentarse a esas pruebas, el plan de estudios exigía que los candidatos hubieran aprobado las materias de los dos primeros años de la licenciatura en matemáticas.

      LA ACADEMIA DYA

      De esta manera, Pedro empezó a acudir con frecuencia a la residencia de estudiantes de la calle Ferraz. Josemaría Escrivá, en las sucesivas conversaciones, le fue enseñando a tener un trato personal con Jesús, a vivir en presencia de Dios, a convertir el estudio en oración, a descubrir en las circunstancias ordinarias ocasiones para ofrecer pequeños sacrificios al Señor, etc.

      Don Josemaría, en aquellas entrevistas de dirección espiritual, lo dejaba hablar y lo escuchaba con mucha atención, sin interrumpirlo. Le preguntaba por sus padres, por sus estudios y por su lucha interior de la última semana. Al final hablaba él, para darle los consejos oportunos.

      Pedro no entendía muy bien todo lo que esto suponía, porque no estaba al corriente de los ordenamientos canónicos vigentes acerca de la reserva eucarística. Pero le parecía que el obispo podía haber dado antes aquel permiso, pues le constaba cómo se vivía la fe en DYA y veía en el Padre un sacerdote santo, inteligente y piadoso, plenamente merecedor de que se depositara en él esa confianza.

      No expuso al Padre esas consideraciones, pero sí le hizo preguntas propias de quien no está muy al corriente de estas cuestiones: si el Santísimo se quedaba también por las noches en las iglesias y cuánto tiempo podía quedarse solo el Señor, porque había visto que a veces en los templos no había nadie. El sacerdote fue contestando a sus preguntas, dándole una lección de fe y de amor a la Eucaristía, que lo impulsó a tener más devoción a Jesús sacramentado. Varias ideas de aquella conversación las encontraría más adelante en Camino:

      No seas tan ciego o tan atolondrado que dejes de meterte dentro de cada Sagrario cuando divises los muros o torres de las casas del Señor. —Él te espera.

      ¿No te alegra si has descubierto en tu camino habitual por las calles de la urbe ¡otro Sagrario!?

      Humildad de Jesús: en Belén, en Nazaret, en el Calvario... —Pero más humillación y más anonadamiento en la Hostia Santísima: más que en el establo, y que en Nazaret y que en la Cruz. Por eso, ¡qué obligado estoy a amar la Misa! (“Nuestra” Misa, Jesús...).

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