Pequeño circo. Nando Cruz
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Pequeño circo - Nando Cruz страница 20
Lo invité un día a mi casa. Yo vivo en un barrio un poco macarra de Barakaldo y, cuando llegó, los macarras le llamaron de todo. Él decía, «joder, cómo me han puesto esos». Yo disimulaba, «¿ah, sí? ¡No me he dado cuenta!». ¿Qué podía a hacer? ¿Pegarme con ellos? Menuda pinta llevaba…
Vivía yo en un piso viejo. Él se levantaba por la mañana y veías una sombra corriendo. No le llegabas a ver. Al cabo de diez minutos aparecía ya con el pelo cardado, maquillado… Ibas luego al baño y tenías que entrar con mascarilla. Olía a laca barata una exageración. Josetxo olía a una mezcla de laca y Ducados. El olor llegaba antes que él.
Era un tío encantador, pero salimos por la noche y al día siguiente lo odiaba todo Bilbao. Se emborrachaba y empezaba a hablar mal de todo dios. Era una marica mala. Le preguntaban por un grupo de Bilbao y decía, «¡son una puta mierda! ¡Donde no hay mata no hay patata!». Tenía gracia y tenía razón, pero lo decía todo gritando. «¡En este país solo se salvan Corcobado, Atom Rhumba y yo!», decía. Y supongo que incluía a Atom Rhumba porque estaba yo delante.
JAIME CRISTÓBAL: Cuando sacó A Glitter Cobweb dio una pequeña gira por Galicia con la caja de ritmos y la guitarra. Volvió hablando mucho de «un jaco de puta madre» al que le habían invitado. Pero siempre era «me han invitado». Josetxo no tenía presupuesto para hacerse yonqui.
Se le veía más en los after hours. Era de esa gente que salía tres días seguidos. Cuando salía, salía, pero siempre con los sponsor. Alrededor del año 90 comienza a circular el speed y empieza a ser típico lo de salir tres días seguidos.
La palabra gorrón suena horrible, pero entre nosotros hablábamos de los sponsor de Josetxo. Se echaba un colega y lo exprimía durante meses hasta que se hartaba. No tenía ingresos, pero si eliges vivir del aire… Él tomó una decisión muy consciente de no currar.
GERMÁN CARRASCOSA: En una entrevista en Ruta 66 contaba que iba con personas que manejaban mucho dinero por rollos de drogas. Había una chica que vendía ingentes cantidades de heroína y era mecenas del grupo. Le pagaba los viajes y un montón de cosas. No se sabe si Josetxo llegó a trabajar. Se ha especulado mucho sobre eso. ¡Se han hecho tesis!
JAIME CRISTÓBAL: Se decía que curró una época de pintor de paredes para comprarse la Telecaster. Fue esa vez y nunca más. Siempre andaba a salto de mata. En alguna entrevista había comentado que su padre le mandaba pasta. Siempre tuvo algún apoyito por ahí, y luego, la mánager aquella…
GERMÁN CARRASCOSA: Cuando Josetxo leyó Por favor, mátame37 con sus cuarenta años, le entró cierta frustración. Esa era la raíz de toda su música: los New York Dolls, los Ramones, Iggy Pop, la Velvet… Él pensaba que podía haber sido uno de ellos. Yo pienso lo mismo. Aunque su música deriva de ellos, a partir de algo existente él hizo algo irrepetible y personal, maravilloso y distinto. Para mí tiene tanto valor como el disco de la Velvet y Nico, pero en Pamplona le hacíamos caso cuatro colgados. Y él debía de pensar: «Madre de Dios, ¿qué he hecho con mi vida?».
JAIME CRISTÓBAL: Eso salía a veces en la conversación, pero más como una fantasía. Para mí todo partía de ese afán adolescente de réplica de tus ídolos. Por mucho que dijera que no tenía que haber nacido aquí, lo decía con rabia, no con una verdadera frustración. No creo que lo sintiera como una injusticia. No veía en él ese resquemor. No iba con ese rollo de «aquí no me conoce nadie y se me tiene que descubrir». Creo que tenía la suficiente autoestima para decir, «sé que he hecho esto, está de puta madre, una gente con buen gusto lo aprecia y nadie me va a quitar mis posiciones en las listas de Rockdelux de los mejores discos de los 80 y lo mejor del año 89»38.
GERMÁN CARRASCOSA: No es que Josetxo odiara Pamplona, pero sentía que allí no tenía nada que hacer. Pero nunca se marchó. Tenía un punto quizá acobardado. Si se iba, ¿de qué viviría? Después de tocar con Los Bichos, si ganó algo de dinero fue con los royalties. Más adelante se vendió los derechos y, como no quería trabajar, se vio obligado a quedarse allí. Él decía que ser artista está reñido con el trabajo. Era un tío que igual se tiraba un mes comiendo arroz. Sus amigos le ayudaban a pagar las facturas de la luz.
GERMÁN CARRASCOSA: Su madre tenía cáncer, y cuando falleció, él heredó el piso. En el disco Bitter Pink, Josetxo cantaba «Holocaust» de Big Star, y toca de forma muy sentida cuando habla de la madre que ha muerto.
JAIME CRISTÓBAL: En la galleta del disco de A Glitter Cobweb sale una foto antigua de una mujer. Es la madre de Josetxo. En ese disco hay una canción que, cuando ensayábamos con él, llamaba «Cabaretera»39. Es una con un ritmo rollo Tom Waits. Al menos en origen estaba dedicada a su madre.
GERMÁN CARRASCOSA: Josetxo vivió siempre en el mismo piso de Burlada. Era un piso muy fetiche: oscuro, precioso y lleno de objetos estrafalarios. Parecía la casa de la familia Adams. En la entrada tenía el ampli Marshall que se había pintado. Había cuadros suyos por todos lados, instrumentos, un bajo Höfner, su guitarra Eko de doce cuerdas… Se quedó solo allí.
El intento de fichar con Subterfuge fue en 1999. Josetxo fue a Madrid, le explicó a Carlos todo lo que quería hacer y volvió emocionado. No sé quién fue más exagerado, si Carlos o él, pero Josetxo se emocionó un montón pensando en la posibilidad de volver a tocar. Josetxo siempre usaba una expresión: «Voy a dar la vuelta a la tortilla». Quería decir que se iba a poner en marcha, que iba a dejar la miseria en la que vivía. Llamó a Jon Ulezia, un muy buen guitarrista de Pamplona. Y a mí para tocar el bajo. Yo no tenía bajo ni lo tocaba, pero me consiguió un Höfner de violín. Estuvimos ensayando unos meses en su casa. Ponía los amplis en el salón, nos enseñaba canciones…
En su casa tenía desde discos de blues del Delta hasta las mayores marcianadas. Compraba mucho en Kilkir, una de las mejores tiendas de discos que ha tenido Pamplona. Por mil pelas te pillabas uno de los Scientists, de los Beasts of Bourbon, de Birthday Party… Eso es lo que le volvía más loco: lo australiano. Y todo eso yo lo conocí por él.
A principios de los 90, había dejado de comprar discos. Yo le dejaba cosas nuevas. «Josetxo, ¡escucha a los Subsonics! ¡Escucha a los Gories!» Pero él decía, «¡esto es una tontería! ¡No inventan nada! ¿Esto es un chiste? ¡Qué ruidera! ¡Qué manera de grabar más mala!». Había mucha broma.
FERNANDO PARDO: Vino a Madrid para conseguir que Subterfuge le sacara un disco porque Carlos le había dicho, «cuando tengas lo que sea, ven y yo te lo saco». Pero Carlos pasaba de él. Recuerdo una conversación en La Vía Láctea en la que le dije, «no se puede ser 98% puro: hasta el mejor whisky hay que rebajarlo, nadie puede beber un alcohol tan puro». Y él, «¡las canciones son buenísimas, él mismo me lo dijo, así que me va a escuchar!».
CARLOS GALÁN: Vino a la oficina. Seguía siendo el mismo Josetxo, con ese lookazo, con unos botines blancos… Estuvimos una tarde hablando. Ya eran otras circunstancias, el momento era distinto.
FERNANDO PARDO: Según pasa el tiempo, aprendes ciertos movimientos que tienes que hacer, porque no quedan más huevos. A base de hostias, memorizas qué piedras has de pisar para cruzar el río sin que te muerdan los cocodrilos. Josetxo, cada vez que entraba en el río, decía, «yo entro por donde me da la gana». Y ¡zas!, el cocodrilo le daba un bocado y otro y otro… Salía desesperado diciendo que los cocodrilos le tenían manía. Y le tenías que decir, «¡tienes que entender la jugada! ¡Entiende de qué va este negocio en España!».