Como desees. Cary Elwes
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Acto seguido, continuamos caminando por el pasillo. Y justo cuando doblamos una esquina, menos de un minuto más tarde, allí estaba ella, subiendo las escaleras.
—¡Eh, ahí está! —la llamó Rob—. ¡Oye, Robin! Quiero que conozcas a alguien.
Era alta y esbelta, con el pelo rubio y largo y unos enormes y expresivos ojos azules. En dos palabras: era hermosa. También era muy joven, como pronto descubriría, apenas tenía veinte años, y sentí una ligera sensación de alivio al no ser la persona más joven de la película (sin contar a Fred Savage).
Nunca olvidaré el momento en que Rob nos presentó.
—Cary —dijo—. Esta es Robin. ¡Interpreta a Buttercup! La chica de la que te vas a enamorar.
Una enorme sonrisa se formó en el rostro de ella mientras se volvía hacia él y decía: «¡Oh, Rob! », como queriendo decir «¡Por favor!», y luego extendió la mano para estrechar la mía. «Hola», dijo en un tono muy dulce. Lo que le respondí, aparte de «Hola», no lo recuerdo. Probablemente no dijera gran cosa, ya que me sentía como si me hubieran noqueado. Recuerdo la descripción de Buttercup de Goldman en el libro:
«Era la mujer más hermosa que había existido en cien años. A ella parecía no importarle».
Y eso era completamente cierto en lo que respectaba a Robin. Era como si estuviera mirando a una joven Grace Kelly. Era así de hermosa. Mi incomodidad debió de ser obvia, porque Rob me dio un ligero codazo en las costillas y me lanzó una sonrisita que parecía decir «¿Qué, tengo razón o no?».
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ROBIN WRIGHT
Mi teoría es que estaban tan cansados de ver chicas (creo que yo era la número ciento cincuenta) en ese momento que pensaban: «¡Dale el papel! ¡Haz que sea la princesa!». Estaban muy aturdidos después de ver a todas las ingénues de Hollywood. Ese fue mi golpe de suerte: estaban exhaustos.
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Recuerdo a Robin imitando un perfecto acento inglés, algo que hace notablemente bien, y luego me desarmó totalmente con una risita que creció rápidamente hasta convertirse en la risa más maravillosa. Recuerdo pensar para mí mismo: «¡Guau! ¿Cuántas mujeres hay tan hermosas y a la vez tan divertidas?». Quiero decir, era obvio que Rob iba a encontrar a alguien con talento para hacer de Buttercup, pero que tuviera esa combinación de belleza y sensibilidad cómica… es algo escaso y maravilloso.
Robin había pasado por el estudio para su prueba de vestuario de último minuto. Creo que terminamos la conversación con ella diciendo que tenía muchas ganas de trabajar conmigo y yo tartamudeando algo estúpido como respuesta, como «Yo también». Para usar una frase que sería completamente apropiada en el reino de cuento de hadas de La princesa prometida, estaba embelesado. En pocos minutos, nuestros caminos se separaron: Robin se marchó a su prueba de vestuario, y yo, regresé a la oficina de producción para firmar algunos papeles y recoger una copia del programa. Pero, para ser sincero, no pude concentrarme mucho en nada después de ese primer encuentro con Robin. En mi imaginación, era la Buttercup perfecta. Me moría de ganas de comenzar.
3. La mesa italiana y mi encuentro con Fezzik
Unos días más tarde todos los miembros del elenco nos reunimos para nuestra primera mesa italiana en la sala de banquetes del hotel Dorchester, uno de los cinco estrellas más antiguos y distinguidos de Londres, situado en el elegante barrio de Mayfair, donde Rob, Andy y Bill se alojaban. Al entrar en la sala miré a mi alrededor y me fijé en que casi todos los miembros del reparto ya estaban allí, con aspecto muy relajado. La sala estaba totalmente abastecida de refrescos y tentempiés colocados en bandejas de plata, incluidos los famosos sándwiches de berros y huevo del hotel. En el centro de la sala había una enorme mesa de roble con unas veinte sillas alrededor. En la mesa, unos cuantos guiones. Un par de docenas de sillas más rodeaban el perímetro: asientos para los jefes de varios departamentos. Vi a Rob y a Andy hablar con un hombre al que inmediatamente reconocí como Bill Goldman y fui derecho hacia ellos.
—Hola, Cary —dijo Rob, y me dio otro abrazo de oso—. ¿Has conocido ya a Bill?
—N-no —tartamudeé—. Hola.
Allí estaba. De pie frente a mí… El legendario William Goldman. Un hombre cuya obra me había fascinado de niño. Era alto y delgado, con mechones de pelo gris. También tenía una sonrisa cálida y una apariencia sencilla.
—Encantado de conocerte —saludó con un apretón a pesar de mi mano sudorosa.
Mientras le decía cuánto me gustaba el guion y el libro (diálogo al que estoy seguro que Goldman estaba muy acostumbrado a esas alturas de su carrera), el tema se desvió hacia Fezzik.
—Entonces, ¿quién lo interpreta? —pregunté.
—Oh, sí. Tenemos al hombre perfecto —dijo Rob, emocionado—. ¿Te acuerdas del luchador del que te hablé en Berlín? Su nombre es André el Gigante.
—¿De verdad su apellido es «el Gigante»?
—¿No has oído hablar de él? —preguntó Bill Goldman con una sonrisa.
—Creo que recordaría un nombre así.
—Oh, es fantástico. ¡Es un luchador mundialmente famoso! —contestó Bill.
Resulta que era, como él mismo decía, un «fan lunático» de André.
—¿Has visto alguna vez ese episodio de El hombre de los seis millones de dólares en el que conoce a Bigfoot? —me preguntó Rob.
—Creo que sí —dije mientras caía en la cuenta—. No estoy seguro.
—Bueno, pues ¡es él! ¡El tipo que hace de Bigfoot! —exclamó Rob.
—Era el candidato perfecto, ya que tiene los pies grandes de verdad —añadió Andy metiendo baza y quedándose tan corto que daba risa.
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WILLIAM GOLDMAN
Sabía que tenía un gigante en la historia. Y entonces, un día que estaba viendo la televisión, años antes de escribir siquiera el guion, pensé: «André podría hacer del gigante». Luego fui a Madison Square Garden, lo vi y me enamoré de él como todo el mundo. Y era perfecto para nosotros.
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—Así que es un gigante de verdad, ¿no? —pregunté.
—Es literalmente el tío más grande del planeta. ¡Y lucharás contra él! ¿Qué te parece? —añadió Rob con una risotada.
¿El hombre más grande del planeta?
Traté de imaginármelo.
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ANDY SCHEINMAN