La verdad en los tiempos de la posverdad. Rafael Gómez Pérez
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El texto no hace sino afirmar la contingencia. Pero se usa una expresión, que llama la atención: es uno de estos términos muy del siglo XX no ya a lo Heidegger, sino incluso a lo Sartre[4]. Es esa “vertibilitas” que en castellano podría traducirse (con un neologismo) por “derramancia”. Tomás ha escrito aquí totalmente de paso, describiendo, con plena conciencia de lo que quiere decir, la condición indigente, angustiosa, de la creatura si sibi relinqueretur, si se la dejase a sí misma. El ser dejado a sí mismo, se derrama hacia la nada, se va como deslizando y perdiendo a lo largo del camino, hasta caer en el abismo de la nada Unde patet —acaba Tomás— quod nulla veritas est necessaria in creaturis, de donde es patente que en las creaturas no hay ninguna verdad necesaria.
La razón es clara: porque ninguna creatura, es necesaria, porque está tejida inexorablemente de esa vertibilitas in nihil. Hasta aquí la inmutabilidad de la verdad humana se ha demostrado señalando la mutabilidad de los seres que la causan. Santo Tomás, que ha tenido siempre presente que la verdad se funda en el ser, aunque se perfeccione en el entendimiento, añade otro argumento ex parte intellectus humani: «De modo semejante ocurre si hablas de la verdad según que su razón se cumple en el intelecto. Es claro que ningún intelecto es eterno e invariable por naturaleza, salvo el divino. Por tanto, solo la verdad que es en Dios es eterna e inmutable»[5].
Como se verá, santo Tomás profundizará más en este punto, que aquí está escuetamente enunciado: la mutabilidad de la verdad humana ex parte intellectus. El pasaje del Comentario al libro I de las Sentencias es —en conjunto— rico en la descripción de la mutabilidad de la verdad ex parte obiecti, por parte de la cosa. Y, en definitiva, si hubiera que resumir en pocas palabras la idea central del art. 3 de esta distinción 19, podría decirse: como la verdad se funda en el ser, y solo el ser de Dios es eterno e inmutable, solo la verdad divina es inmutable y eterna; la verdad de las cosas, que de puro mudables y contingentes que son se derramarían hacia la nada si se las dejase a sí mismas, es, por tanto, mudable y temporal.
Puede verse en esta conclusión sobre la limitación humana un toque de sabor existencialista que acepta como auténtica esa situación y la acompaña de un intento —más o menos claro— de trascenderla en el Ser.
Para más claridad, fijémonos en la respuesta a una de las objeciones. La objeción decía así: lo que no puede entenderse que no sea, es eterno, pero la verdad no puede entenderse que no sea, porque todo lo que se entiende, se entiende por un juicio de verdad: luego la verdad que está en nuestro entendimiento es eterna.
Tomás responde: «Aunque no puede entenderse que la verdad no sea, es decir, que se aprehenda la verdad pero no el ser, sin embargo es posible que no sea ni ese intelecto ni ese ser en el que la verdad se funda [eso es la contingencia]. Solo es eterna la verdad que se funda en un intelecto eterno y en un ser eterno».
Al rechazar Tomás la posibilidad de existencia de verdades eternas e inmutables en nuestra mente, recurre a las dos corrientes de pruebas: ex parte intellectus y ex parte esse. De todos modos, la dirección probativa ex parte intellectus está aquí solo apuntada. Falta algo que se encontrará en cambio en la cuestión De Veritate; algo que podría llamarse la morada de la verdad en el entendimiento.
El Comentario a las Sentencias del Maestro Pedro Lombardo es una obra primeriza de santo Tomás. Cuando más tarde intente rehacer y estructurar estas anotaciones sobre el libro clásico, se dará cuenta de que la sistemática de Lombardo no es todo lo clara y todo lo pedagógica que podría esperarse. Es entonces cuando nacerá en Tomás la idea de empezar la Summa Theologiae.
No ha de extrañar, por tanto, que en los comentarios tomistas a las Sentencias se halle un método algo confuso, excesivas distinciones que al fin y al cabo olvida otras importantes distinciones. Esto último ocurre con el problema de la inmutabilidad de la verdad: en el Comentario al Libro I de las Sentencias se trata junto con el problema de la eternidad. Por eso, casi todo lo que se dice sobre la inmutabilidad va precedido por ese adverbio “similiter”, que indica una no completa dedicación a la cuestión.
Cuando se trate del mismo problema en las cuestiones del De Veritate se notará la separación sistemática y lógica de la inmutabilidad y de la eternidad de la verdad. Es oportuno, por eso, dejar para entonces algunas consideraciones sobre el porqué de la separación que, por lo demás, se conservará en el art. 8 de la q. 16 de la Iª parte de la Summa Theologiae.
[1] Esta manera de introducir la cuestión —se verá más adelante— fue modificada. A santo Tomás quizá le pareció complicada: lo es (Cfr. prólogo de la Suma Teológica), y, como aborrecía la falta de claridad y las repeticiones, fue dándole (en el De Veritate y en la Suma) una estructura mucho más pulida.
[2] «Respondeo dicendum, quod est una tantum veritas aeterna, scilicet veritas divina. Cum enim ratio veritatis in actione compleatur intellectus, et fundamentum habeat ipsum esse rei; iudicium de veritate sequitur iudicium de esse rei et de intellectu. Unde sicut esse unum tantum est aeternum, scilicet divinum, ita una tantum veritas».
[3] «Quorumdam vero esse est mutabile solum secundum vertibilitatem in nihil, si sibi relinqueretur; et horum veritas similiter mutabilis est per vertibilitatem in nihil, si sibi relinqueretur. Unde patet quod nulla veritas est necessaria in creaturis».
[4] Cfr. PIEPER, J., Actualidad del tomismo, conferencia pronunciada en el Ateneo de Madrid y publicada en la colección “O crece o muere”, en Rialp, Madrid, 1952. Pieper, en una comparación entre el tomismo y el existencialismo, afirma que para los dos la íntima estructura del ser es incognoscible, que en los dos se llega a un abismo, pero que el abismo tomista es de luz; de nada y de sombra el existencialista.
[5] «Similiter etiam si loqueris de veritate secundum quod ratio eius completur in ratione intellectus, patet quod nullus intellectus est aeternus et invariabilis ex natura sua, nisi intellectus divinus. Ex quo etiam patet quod sola veritas una quae est in Deo, est aeterna et inmutabilis».
7.
UN PROYECTO DE LECCIÓN MAGISTRAL
EN 1256 TERMINA TOMÁS SU GRADO de bachiller sentenciario. En el comentario a los cuatro libros de Pedro Lombardo se ha advertido ya la postura sintética, original del filósofo y la profunda dedicación del teólogo. Ha recibido a Aristóteles y conoce con toda seguridad a Avicena (gracias quizá a la traducción de Gerardo de Cremona) que influye decisivamente en sus primeras obras[1].
En general, Tomás ha aceptado una posición realista, crítica hacia la tradición neoplatónica. No tiene prejuicio alguno (en todo caso prejuicio a favor); pero está dispuesto a no aceptar todo lo que racionalmente no se sostenga. ¿Acaso no son suyas estas palabras? «Studium philosophiae non est ad hoc quod scietur quid homines senserint, sed qualiter se habeat veritas rerum»[2], la filosofía no trata de lo que opinan los hombres, sino de la verdad de las cosas. Además ¿no acaba de decir en el Comentario al Libro de las Sentencias que la verdad humana es mudable, contingente? Tomás cree en el valor de nuestro conocimiento, esta participación del Intellectus Subsistens. Pero tiene, por usar una expresión hegeliana, “el valor de equivocarse”.
En 1256 recibe Tomás una noticia que lo inquieta y turba: ha sido nombrado Maestro in Sacra Pagina, por iniciativa de Alejandro IV. Debe preparar la