Antes De Que Anhele. Блейк Пирс

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Antes De Que Anhele - Блейк Пирс

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asesino lo colocó allí?”, preguntó Ellington. Pero, antes de que la pregunta saliera por completo de sus labios, ella podía decir que él también lo estaba considerando como una posibilidad muy real.

      “No lo sé”, dijo ella. “Pero creo que quiero echarle otro vistazo a la consigna de Claire Locke. Y también quiero ver lo rápido que podemos obtener el archivo completo del caso de los asesinatos de Oregón en los que tú trabajaste… al principio del todo”. Dijo la última parte con una sonrisa, sin perder una oportunidad de provocarle por ser siete años mayor que ella.

      Ellington se volvió hacia Underwood. Estaba de pie junto a la puerta, fingiendo que no les estaba escuchando. “Supongo que no hablaste con la señorita Newcomb excepto para alquilarle su consigna, ¿verdad?”

      “Me temo que no”, dijo Underwood. “Intento ser amable y hospitalario con todo el mundo, pero hay mucha gente, ¿sabes?”. Entonces vio la muñeca que Mackenzie todavía tenía en la mano y frunció el ceño. “Ya te lo dije… montones de cosas raras en esos contenedores”.

      Mackenzie no lo dudaba, pero esta cosa rara en particular parecía estar llamativamente fuera de lugar. Y tenía toda la intención de descubrir qué significaba todo ello.

      CAPÍTULO NUEVE

      Debido a la hora intempestiva, era comprensible que a Quinn Tuck le hubiera fastidiado que le llamara Mackenzie. Aun así, les dijo cómo entrar al complejo y donde podían encontrar las llaves de repuesto. Era justo antes de medianoche cuando Mackenzie y Ellington abrieron de nuevo la consigna de Claire Locke. Mackenzie no pudo evitar pensar que estaban moviéndose en círculos, un sentimiento que no era especialmente alentador tan temprano en el caso, pero también le parecía que esta era la opción correcta.

      Tomando en cuenta la muñeca de la consigna de Elizabeth Newcomb, Mackenzie volvió a entrar al espacio de la consigna. Quizá fuera por que era consciente de que ya era tarde, pero el sitio le causaba todavía más aprensión en esta ocasión. Los contenedores y las cajas de la parte de atrás no eran tan perfectas como las que había en la consigna de Elizabeth Newcomb, aunque estuvieran ordenadas a su manera.

      “Un poco triste, ¿no es cierto?”, dijo Ellington.

      “¿El qué?”.

      “Estas cosas… estos contenedores y cajas. Seguramente nadie a quien le importe lo que hay dentro de ellas las vaya a volver a abrir jamás”.

      Realmente era un pensamiento triste, uno que Mackenzie intentó alejar de su atención. Caminó hasta la parte trasera de la consigna, sintiéndose casi como una intrusa. Tanto Ellington como ella examinaron los contenidos en busca de alguna muñeca o alguna otra distracción, pero no encontraron nada. Entonces, Mackenzie pensó que estaba esperando encontrarse algo tan obvio como una muñeca. Quizá hubiera algo distinto, algo más pequeño…

      O quizá aquí no haya ninguna conexión en absoluto, pensó.

      “¿Ya viste esto?”, le preguntó Ellington.

      Estaba arrodillado junto a la pared de la derecha. Asintió con la cabeza hacia la esquina de la consigna, en un espacio estrecho entre la pared y una pila de cajas de cartón. Mackenzie también se puso de rodillas y vio lo que había divisado Ellington.

      Era una tetera en miniatura, no en el sentido de que fuera una tetera pequeñita, sino más bien como que era la tetera de un juego de té de esos que las niñas pueden utilizar para tomar un té imaginario.

      Gateó hacia adelante y lo recogió del suelo. Le sorprendió bastante darse cuenta de que no estaba hecho de plástico, sino de cerámica. Tenía el mismo tacto de una tetera real, solo que esta no era de más de quince centímetros de largo. Podía agarrar el objeto entero en una mano.

      “Si quieres saber lo que pienso”, dijo Ellington, “no hay manera de que colocaran eso ahí por accidente o que lo dejara alguien que estaba harto de meter cosas a la consigna”.

      “Y no es que se acabe de caer de una caja”, añadió Mackenzie. “Es cerámica. Si se hubiera caído de una caja, se hubiera roto en mil pedazos en el suelo”.

      “¿Y qué diablos significa?”.

      Mackenzie no tenía respuesta. Ambos se quedaron mirando a la tetera, que era bastante bonita pero también algo cutre, igual que la muñeca en la consigna de Elizabeth Newcomb. Y, a pesar de su pequeño tamaño, a Mackenzie le parecía que representaba algo mucho más grande.

      ***

      Era la 1:05 de la mañana cuando por fin reservaron una habitación de motel. Aunque Mackenzie estaba cansada, también se sentía activada por el puzle que planteaban la muñeca y la pequeña tetera. Una vez en la habitación, se tomó un momento para quitarse la ropa de trabajo y ponerse una camiseta y unos pantalones de deporte. Encendió su portátil mientras Ellington también se ponía algo de ropa más cómoda. Entró a su cuenta de email y vio que McGrath había encargado a alguien que les enviaran todos y cada uno de los archivos que tuvieran sobre el caso de Salem, Oregón, de los asesinatos en consignas de almacén de hace ocho años.

      “¿Qué estás haciendo?”, preguntó Ellington al tiempo que se ponía a su lado. “Ya es tarde y mañana va a ser un día muy largo.”

      Ignorándole, le preguntó: “¿Había algo en los casos de Oregón que apuntara a algo como esto? ¿A una muñeca, una tetera… lago por el estilo?”.

      “Sinceramente, no me acuerdo. Como dijo McGrath, solo me encargué de hacer limpieza. Interrogué a unos cuantos testigos, ordené los informes y el papeleo. Si hubo algo como eso, no destacó. No estoy preparado para decir que ambos casos estén vinculados. Sí, son chocantemente similares, pero no idénticos. Aun así… puede que no venga mal investigarlo en algún momento. Quizá reunirnos con el departamento de policía de Salem para ver si alguien que estuviera más cerca del caso se acuerda de algo como esto”.

      Mackenzie confiaba en su palabra, pero no pudo evitar escanear varios de los archivos antes de entregarse a su necesidad de descanso. Sintió cómo Ellington reposaba la mano en su hombro y entonces, sintió el rostro de él junto al suyo.

      “¿Soy muy vago si me voy a dormir?”.

      “No. ¿Y yo soy demasiado obsesiva si no lo hago?”.

      “No. Tú solo estás siendo de lo más devota a tu trabajo”. Le besó en la mejilla y después se tiró en la cama individual que había en la habitación.

      Se sentía tentada de unirse a él, no para ninguna actividad extracurricular, sino simplemente para disfrutar de algo de sueño antes del frenético ritmo que les iba a traer el día siguiente. Pero le parecía que tenía que encontrar al menos algunas piezas potenciales más del puzle, incluso aunque estuvieran enterradas en un caso de hace ocho años.

      A primera vista, no había nada que encontrar. Había habido cinco asesinatos, todos los cuerpos fueron hallados en unidades de almacenamiento. Una de las unidades tenía entre sus contenidos unas tarjetas de béisbol por valor de más de diez mil dólares, y otra contenía una colección macabra de armamento medieval. Se había interrogado a siete personas en conexión con las muertes, pero ninguna de ellas había sido condenada. La teoría con la que habían trabajado la policía y el FBI era que el asesino estaba secuestrando a sus víctimas y después forzándolas a abrir sus unidades de almacenamiento. En base a los informes originales,

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