Narrativa completa. H.P. Lovecraft
Чтение книги онлайн.
Читать онлайн книгу Narrativa completa - H.P. Lovecraft страница 80
Herbert West:—Reanimator: escrito entre 1921 y 1922. Publicado en 1922.
Hipnos40
A propósito de los sueños, esa nefasta aventura de
todas nuestras noches, podríamos decir que los hombres
se van a la cama diariamente con una osadía extraña,
si no supiéramos que es a causa de la ignorancia del peligro.
Baudelaire
¡Ojalá los dioses llenos de compasión, si es que efectivamente están ahí, resguarden esos momentos en que ningún poder del carácter, ni las drogas concebidas por el ingenio del hombre, pueden mantenerme apartado del precipicio del sueño! La muerte es compasiva, ya que de ella no hay regreso; pero para aquel que de las cámaras más hondas de la oscuridad retorna desorientado y despierto, no vuelve a existir paz. Fui un loco al hundirme con tan desenfrenado ímpetu en secretos que nadie ha intentado comprender; y fue un loco, o un dios, este único amigo mío que me guio y fue delante de mí, ¡y entró al fin en miedos que pueden llegar a ser los míos!
Recuerdo que nos conocimos en una estación de tren, donde era el centro de atención de una afluencia de transeúntes curiosos. Estaba inconsciente, y había caído en una especie de temblor que había sumido su flaco cuerpo y vestido de negro en un extraño rigor. Creo que por entonces llegaba a los cuarenta, ya que había hondas arrugas en su cara pálida y gastada —aunque oval y realmente hermosa—, grises estrías en su cabello ondulado y tupido, y una barba corta y ancha que en otra época fue azabache como un ala de cuervo. Tenía la frente nívea como el mármol de Pentélico, y alta y amplia casi como la de un dios.
Pensé enseguida, con todo mi ardor de artista, que este hombre era la imagen de un fauno sacada de la antigua Hélade, exhumada de entre las ruinas de un templo, y vuelta a la vida de alguna forma en nuestro tiempo asfixiante, solo para que sintiese el frío y la dureza de los años catastróficos. Y cuando abrió sus enormes, deprimidos, confundidos ojos negros, supe que a partir de entonces sería mi único amigo —el único amigo de quien nunca había tenido compañero alguno—; porque me di cuenta de que aquellos ojos habían visto absolutamente la grandeza y el susto de regiones que estaban más allá de la conciencia ordinaria y de la realidad; regiones que yo había amado en mi imaginación, aunque buscaba sin conseguirlo. Así que aparté a la multitud y le dije que debía venir conmigo a casa, y ser mi guía y maestro por los misterios inescrutables; y él asintió sin decir una sola palabra. Después, descubrí que su voz era melodía: una melodía de profundas violas y de esferas traslúcidas. Hablamos regularmente por la noche y durante el día, mientras yo esculpía bustos suyos y tallaba en marfil miniaturas de su cabeza para perpetuar sus diversas expresiones.
No es posible hablar de nuestras tertulias, ya que no tenían nada que ver con las cosas de la realidad que los hombres conocen. Se referían a ese cosmos grandioso e impresionante, de nebulosa entidad y conocimiento, que está por debajo de la materia, el espacio y el tiempo, y cuya existencia entrevemos tan solo en algunos sueños... en esos sueños extraños que están más allá de los sueños que nunca visitan a los hombres comunes, y tan solo una o un par de veces en la vida a los hombres con imaginación. El universo de nuestra conciencia despierta nace de ese cosmos como nace una pompa de la pipa de un bromista: lo toca como puede tocar la pompa su irónica fuente al ser reabsorbida por el bromista indeciso. Los científicos sospechan algo sobre esa realidad, pero lo ignoran casi todo. Los sabios descifran los sueños, y los dioses se burlan. Un hombre de ojos asiáticos ha dicho que todo espacio y tiempo son relativos, y los hombres se han reído. Pero incluso ese hombre de ojos asiáticos no ha llegado más que a sospechar. Yo había querido y deseado ir más allá; en cuanto a mi amigo, lo había intentado y conseguido en parte. Así que lo intentamos juntos; y con drogas desconocidas buscamos aterradores y vedados sueños en el estudio que yo tenía en la torre de la casa ancestral del viejo Kent.
Entre las preocupaciones de los días que siguieron está el mayor de los tormentos: la inefabilidad. Jamás podré explicar lo que vi y conocí durante esas horas de irreverente investigación, por falta de emblemas y capacidad de sugerencia de los idiomas. Digo esto porque de principio a fin, nuestros hallazgos solo provenían de la naturaleza de las sensaciones; sensaciones que nada tenían que ver con ninguno de los estímulos que el sistema nervioso del ser humano normal es capaz de absorber. Eran sensaciones; pero dentro de ellas había elementos increíbles de espacio y de tiempo... cosas que en el fondo poseen una presencia precisa y concreta. Los términos que mejor pueden sugerir el carácter general de nuestras aventuras son los de inmersiones o ascensiones; pues en cada descubrimiento, una parte de nuestra mente se separaba de cuanto es real y actual, y se precipitaban etéreamente en aterradores, lóbregos y espeluznantes abismos, traspasando a veces ciertos obstáculos delimitados y particulares que solo podría describir como pegajosas e imperfectas nubes de vapor.
Estos vuelos oscuros e incorpóreos los hacíamos algunas veces en solitario, y otras veces juntos. Cuando lo hacíamos juntos, mi amigo iba siempre muy delante de mí; podía percibir su presencia a pesar de nuestra estado incorpóreo, por una especie de recuerdo visual mediante el cual se me plasmaba su rostro, dorado por una misteriosa luz y de una belleza inquietante, con sus mejillas extraordinariamente juveniles, sus ojos ardientes, su frente divina, su cabello oscuro y su barba crecida.
No teníamos manera de comprobar el paso del tiempo, porque el tiempo se había transformado para nosotros en una mera ilusión. Solo sé que había en todo ello algo muy peculiar, dado que finalmente comprobamos extasiados que no envejecíamos. Nuestras conversaciones eran ateas y siempre tremendamente ambiciosas: ningún dios ni demonio podía haber aspirado a revelaciones y capturas como los que nosotros proyectábamos en voz baja. Me estremezco al hablar de ellos, y no soy capaz de afinarlos; aunque sí quiero decir aquí que mi amigo escribió sobre papel un deseo que no se atrevió a expresar con palabras; después me hizo incendiar el papel, y se asomó atemorizado a la ventana para contemplar el cielo adornado de la noche. Pero quiero mencionar —mencionar tan solo— que sus planes implicaban el gobierno del cosmos y mucho más; planes en los que la tierra y las estrellas se moverían a su capricho, y serían suyos los destinos de todos los seres vivos. Afirmo —juro— que yo no compartí tan exageradas aspiraciones. Cualquier cosa que haya proferido o escrito mi amigo en sentido contrario, debe ser vista como un error, pues no soy un hombre tan poderoso como para exponerme a las inconfesables esferas, ya que sería la única manera de conseguirlo.
Hubo una noche en que los vientos de los espacios olvidados nos hicieron girar de forma indomable hacia los vacíos eternos que se abren más allá de toda forma de razonamiento y forma. Sobre nosotros se precipitaron en multitud percepciones enloquecedoramente indecibles; percepciones de infinidad que entonces nos estremecieron de gusto, y cuyo recuerdo en parte he olvidado, y en parte no soy capaz de transmitir a los demás. Destrozamos pegajosos obstáculos al atravesarlos en veloz sucesión, y finalmente sentí que habíamos alcanzado las regiones más alejadas de cuantas habíamos visitado inicialmente.
Mi amigo me llevaba una inmensa ventaja cuando nos lanzamos en ese océano terrorífico de vacío virgen, y pude ver el siniestro regocijo de su lozano, flotante y brillante rostro-recuerdo. De pronto, dicho rostro perdió firmeza, se desvaneció, y muy poco después me sentí impulsado contra un obstáculo que no me fue posible atravesar. Era como los demás, pero muchísimo más denso; parecía una masa acuosa y viscosa, si es que tales términos pueden emplearse para cualidades análogas concernientes a una esfera no-material.
Sentí que me había detenido algún obstáculo