La Reina Roja. Victoria Aveyard
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Le sigue la reina, quien inclina la cabeza en señal de saludo a la multitud. Mientras que las ropas del rey son oscuras y austeras, el atuendo azul marino de ella es fresco y ligero. Se inclina solamente ante la Casa de Sansón, cuyos colores observo que viste. Han de ser parientes, a juzgar por su aire de familia. Ella ostenta el mismo cabello rubio cenizo y la misma sonrisa mordaz, que la hacen parecer un gato montés.
Por amedrentador que sea el aspecto que exhibe la familia real, no es nada comparado con los guardias que la escoltan. Aunque yo soy una Roja nacida en el fango, sé cómo son ellos. Todos saben cómo es un centinela, porque nadie quiere encontrarse con uno de ellos. Flanquean al rey en cada emisión, en cada discurso o decreto. Como siempre, sus uniformes parecen de fuego, con colores que oscilan entre el rojo y el anaranjado, al tiempo que sus ojos brillan detrás de aterradoras máscaras negras. Cada uno porta un rifle negro rematado con fulgurantes bayonetas plateadas, que podrían cortar el hueso. Sus habilidades son más terribles que su apariencia: guerreros de elite de diferentes Casas Plateadas, entrenados desde niños, que han jurado lealtad eterna al rey y su familia. Eso es suficiente para hacerme temblar. Pero las Grandes Casas no temen.
De algún sitio en lo profundo de los palcos surge un alarido: “¡Muera la Guardia Escarlata!”, grita alguien, y otros lo siguen en el acto. Yo siento un escalofrío al recordar los acontecimientos de ayer, tan lejanos ahora. Qué rápido podría cambiar esta gente…
El rey parece descontento y palidece entre el ruido. No está habituado a arrebatos como éste, y casi protesta por la gritería.
—¡La Guardia Escarlata está siendo atacada, al igual que todos nuestros enemigos! —ruge Tiberias, haciendo resonar su voz sobre la multitud, que calla como ante el estallido de un látigo—. Pero no es eso lo que nos reúne ahora. Hoy estamos aquí para honrar la tradición, ¡y ningún demonio rojo nos lo impedirá! Hoy celebramos el rito de la prueba de las reinas para que surja la más talentosa de las hijas y se case con el hijo más noble. En esto hallamos la fuerza para unir a las Grandes Casas y el poder para asegurar el régimen plateado hasta el fin de los tiempos, y derrotar a nuestros enemigos dentro y fuera de nuestras fronteras.
—¡Fuerza! —contesta el público a voz en grito. Es estremecedor—. ¡Poder!
—¡Ha llegado de nuevo el momento de enarbolar este ideal, y mis dos hijos honrarán nuestra más solemne costumbre! —mueve la mano y dos figuras pasan al frente, flanqueando a su padre. No consigo ver sus caras, pero ambos son altos y de cabello negro, como el rey. Visten también uniformes militares—. El príncipe Maven, de la Casa de Calore y de Merandus, hijo de mi esposa soberana, la reina Elara.
El segundo príncipe, más pálido y delgado que el otro, alza la mano en señal de sobrio saludo. Se vuelve a izquierda y derecha, y yo alcanzo a ver su rostro. Aunque es de aspecto serio y señorial, no puede tener más de diecisiete años. Sus rasgos son afilados y tiene ojos azules, su sonrisa podría congelar el fuego: desprecia este esplendor. No puedo menos que coincidir con él.
—Y el príncipe heredero de la Casa de Calore y de Jacos, hijo de mi difunta esposa, la reina Coriane, beneficiario del reino de Norta y de la Corona Ardiente, Tiberias VII.
La innegable ridiculez de este título me hace reír tanto que no reparo en el joven que saluda y sonríe. Por fin alzo los ojos, para poder decir que estuve así de cerca del futuro rey. Pero me encuentro mucho más de lo que esperaba.
Las copas de cristal caen de mis manos sobre la pileta sin romperse.
Conozco esa sonrisa y esos ojos. Apenas anoche incendiaron los míos. Él me consiguió este trabajo, me salvó de alistarme. Era uno de nosotros. ¿Cómo es posible?
Él voltea por completo, saludando a su alrededor. No hay duda.
El príncipe heredero es Cal.
SIETE
Vuelvo a la plataforma de los sirvientes con una sensación de vacío en el estómago. Si acaso había sentido felicidad hasta este instante, se desvanece ahora por completo. No me atrevo a voltear otra vez, verlo ahí con ropas elegantes, cargado de galones y medallas, y justo con los aires de grandeza que no soporto. Como Walsh, él también porta la insignia de la corona en llamas, pero la suya es de mármol negro, diamantes y rubíes. Titila sobre el negro oscuro de su uniforme. ¡Qué diferente de las prendas sencillas que vestía anoche, usadas para no desentonar con pueblerinos como yo! Ahora parece un futuro rey de pies a cabeza, Plateado hasta la médula. Y pensar que confié en él.
Los demás sirvientes se hacen a un lado, para permitir que me arrastre hasta el último sitio de la fila mientras la cabeza me da vueltas. Él me consiguió este trabajo, me salvó, salvó a mi familia… y es uno de ellos. Peor que uno de ellos. Un príncipe. El príncipe. La persona a la que la totalidad de quienes ocupan esta monstruosidad de piedra en espiral han venido a ver.
—Todos están aquí para honrar a mi hijo y al reino, de manera que yo los honro a ustedes —ruge el rey Tiberias, haciendo añicos mis pensamientos como si fueran de vidrio. Alza los brazos para señalar los numerosos palcos y sus ocupantes. Aunque yo hago todo lo posible por no quitarle la vista de encima, no puedo hacer otra cosa que mirar a Cal. Él sonríe, pero sus ojos no—. Honro su derecho a gobernar. El futuro rey, el hijo de mi hijo, será de su sangre plateada, y de la mía. ¿Quién osará reclamar su derecho?
El patriarca de cabello de plata brama en respuesta:
—¡Yo reclamo la prueba de las reinas!
En toda la Espiral, los líderes de las diferentes Casas gritan al unísono. “¡Yo reclamo la prueba de las reinas!”, repiten, conservando una tradición que yo no entiendo.
Tiberias sonríe y asiente.
—Comencemos entonces. Lord Provos, si me hace el favor.
El rey voltea en el acto, hacia la que supongo es la Casa de Provos. El resto de la Espiral sigue la dirección de su mirada, y los ojos de todos van a dar a una familia vestida de dorado con rayas negras. Un viejo de cabello gris cruzado por blancos mechones, avanza. Con su extraña vestimenta, parece una avispa a punto de clavar el aguijón. Hace un movimiento brusco con la mano y no sé qué esperar.
La plataforma se tambalea de súbito, ladeándose. Yo no puedo menos que saltar, y casi choco con el sirviente que tengo a mi lado, mientras resbalamos por un carril invisible. Con el alma en un hilo veo que también el resto del Jardín Espiral rota. Lord Provos es un telqui, y mueve la estructura por carriles preestablecidos con sólo el poder de su mente.
La estructura entera gira bajo su mando hasta que el escenario ajardinado se ensancha en un círculo enorme. Las terrazas bajas retroceden, para alinearse con los niveles superiores, y la espiral se convierte en un cilindro inmenso abierto al cielo. Mientras las terrazas fluyen, el escenario se sumerge, hasta detenerse a casi seis metros bajo el palco inferior. Las fuentes se vuelven cascadas, se vuelcan desde lo alto del cilindro hasta su base, donde llenan pozas angostas y profundas. Tras un último resbalón, nuestra plataforma hace alto sobre el palco del rey, lo que nos ofrece una vista perfecta de todo, incluido el escenario