La Reina Roja. Victoria Aveyard
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Sin tiempo para pensar, lo único que puedo hacer es correr.
La antesala que hay bajo el ruedo da a un pasillo vacío y oscuro. Cámaras negras y cuadradas me ven correr a toda velocidad y dar la vuelta por un pasillo y otro más. Puedo sentirlas, tras de mí como los centinelas, no muy lejos. Corre, repite mi cabeza. Corre, corre, corre.
Tengo que hallar una puerta, una ventana, algo que me ayude a orientarme. Si pudiera salir, al mercado tal vez, podría tener una oportunidad. Podría.
El primer tramo de escaleras que encuentro sube a un largo salón con espejos. Pero aquí también hay cámaras, situadas en las esquinas del techo como grandes bichos oscuros.
Una salva de disparos hace explosión sobre mi cabeza, lo que me obliga a arrojarme al suelo. Dos centinelas, con uniformes del color de la lumbre, hacen trizas un espejo para arremeter contra mí. Son como los de Seguridad, me digo. Torpes agentes que no te conocen. Que no saben qué puedes hacer.
Pero tampoco yo sé qué puedo hacer.
Como ellos esperan que corra, hago lo contrario y los embisto. Sus armas son grandes y potentes, pero voluminosas. Antes de que puedan disponerlas para disparar, aturdir o ambas cosas, yo me deslizo de rodillas por el terso piso de mármol entre los dos gigantes. Uno de ellos grita tan fuerte tras de mí que convierte otro espejo en una tormenta de vidrio. Cuando logran cambiar de dirección, yo ya estoy lejos, corriendo otra vez.
Hallar por fin una ventana es una bendición y una maldición al mismo tiempo. Derrapo y paro frente a un panel gigantesco de cristal de diamante, con vista al ancho bosque. Está justo ahí, al otro lado, más allá de una pared impenetrable.
Bueno, manos, éste podría ser un buen momento para que hagan lo que ustedes saben hacer. Pero nada sucede, desde luego. Nada sucede cuando más lo necesito.
Una oleada de calor me toma por sorpresa. Al voltear, veo que un muro rojo y naranja se aproxima, y sé que los centinelas han dado conmigo. Pero el muro está caliente, titilante, casi compacto. Fuego. Y viene directo hacia mí.
Mi voz es débil, apenas audible, desesperada, cuando yo misma río de mi apuro.
—¡Vaya, qué maravilla!
Me vuelvo para salir corriendo, pero choco con un muro amplio de tela negra. Varios brazos fuertes me envuelven y me sujetan mientras trato de zafarme. ¡Electrocútalo! ¡Quémalo!, grito en mi cabeza. Pero no pasa nada. El milagro no va a volver a salvarme.
El calor aumenta y amenaza con dejar sin aire mis pulmones. Hoy sobreviví al relámpago; no quiero tentar a la suerte con el fuego.
Pero lo que me matará es el humo. Negro y denso y demasiado fuerte, me asfixiará viva. Siento que todo da vueltas a mi alrededor, y que los párpados me pesan. Oigo pasos, gritos, el rugido del fuego mientras el mundo se oscurece.
—Lo siento —dice la voz de Cal.
Creo que estoy soñando.
* Heron en inglés significa garza real. [N. del T.]
OCHO
Estoy en el zaguán, veo a mamá despedirse de mi hermano Bree. Ella llora y lo abraza con fuerza. Shade y Tramy aguardan para sostenerla si las piernas le fallan. Sé que también ellos quieren llorar al ver marcharse a su hermano mayor pero no lo hacen, por mamá. Junto a mí, papá no dice nada, se contenta con mirar al legionario. Incluso con su armadura de placa de acero y malla antibalas, el soldado parece pequeño junto a mi hermano. Bree podría comérselo vivo, pero no lo hace. No hace nada cuando el legionario lo toma del brazo y lo separa de nosotros. Entonces aparece una sombra, que lo persigue extendiendo sus alas oscuras y terribles. El mundo da vueltas a mi alrededor y me derrumbo.
Caigo un año más tarde, con los pies hundidos en el lodo en que chapoteamos bajo nuestra casa. Mamá abraza a Tramy ahora, mientras le suplica compasión al legionario. Shade tiene que apartarla. En algún lugar, Gisa llora por su hermano preferido. Papá y yo guardamos silencio, ahorrándonos nuestras lágrimas. La sombra regresa, gira esta vez en torno mío y tapa el sol y el cielo. Yo aprieto los ojos con la esperanza de que me deje en paz.
Cuando los vuelvo a abrir, estoy en brazos de Shade, y lo estrecho lo más fuerte que puedo. Mientras me acurruco en su pecho, hago una mueca de dolor. Me arde la oreja y retrocedo al ver gotas de sangre roja en la camisa de mi hermano. Gisa y yo agujeramos de nuevo nuestros oídos con el diminuto regalo de Shade. Supongo que yo lo hice mal, como todo. Esta vez siento la sombra antes de verla. Y parece enfadada.
Ella me arrastra por un desfile de recuerdos, todos ellos son heridas abiertas que no sanan aún. Algunos incluso son sueños. No, pesadillas. Mis peores pesadillas.
Un mundo nuevo se materializa a mi alrededor, para formar un paisaje nublado de humo y cenizas: El Obturador. Jamás he estado ahí, pero he oído lo bastante para imaginarlo. El terreno es plano, formado por cráteres de un millar de bombas. Los soldados con uniformes Rojos manchados se encogen en cada cráter, como la sangre que llena una herida. Yo paso flotando entre ellos, examino sus caras, en busca de los hermanos que he perdido a causa del humo y la metralla.
Bree es el primero en aparecer, forcejea en un charco de lodo con un lacustre vestido de azul. Quiero ayudarle, pero sigo flotando hasta que lo pierdo de vista. Después viene Tramy, quien se agacha junto a un soldado herido para impedir que muera desangrado. Nunca olvidaré sus gritos de dolor y frustración. Tampoco a él puedo ayudarlo.
Shade espera delante, aventaja incluso a los guerreros más valientes. Está plantado en una cresta, sin considerar el riesgo de las bombas, las armas ni el ejército lacustre que hay al otro lado. Incluso tiene agallas para sonreírme. Yo sólo puedo mirar cuando el suelo bajo sus pies hace explosión y lo convierte todo en una columna de humo y cenizas.
—¡Alto! —consigo gritar, mientras tiendo el brazo al humo que una vez fue mi hermano.
Las cenizas toman cuerpo, moldean nuevamente la sombra. Ésta me cubre hasta que una oleada de recuerdos vuelve a volcarse sobre mí. Papá al llegar medio muerto a casa. El alistamiento de Kilorn. La mano de Gisa. Todo se confunde, un remolino de colores demasiado vivos que hieren mis ojos. Algo no está bien. La memoria retrocede en el tiempo, como si yo viera mi vida en reversa. Y entonces surgen hechos que no es posible que recuerde: el momento en el que vi a mi hermana por primera vez, cuando aprendí a caminar, cuando mis hermanos me pasaban como una pelota entre ellos mientras mamá los reprendía. Esto es imposible.
“Imposible”, me dice la sombra. La voz es tan aguda que temo que me parta el cráneo. Caigo de rodillas, choco con lo que parece concreto.
Y entonces ellos ya no están. Mis hermanos, mis padres, mi hermana, mis recuerdos, mis pesadillas han desaparecido. Concreto y barrotes de acero se alzan a mi alrededor. Una jaula.
Me pongo en pie con dificultad y me llevo una mano a mi dolorida cabeza, mientras comienzo a ver claramente las cosas. Una figura me mira al otro lado de los barrotes. Una corona