La Reina Roja. Victoria Aveyard

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La Reina Roja - Victoria Aveyard Reina Roja

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a los demás.

      Cuando llegamos a los hermosos niveles superiores, las paredes de cristal son inusualmente oscuras. Vidrios tintados, me digo, recordando lo que Gisa me contó sobre la Mansión del Sol. El cristal de diamante puede oscurecerse a voluntad para ocultar lo que no se debe ver. Obviamente, yo pertenezco a esta categoría.

      Me llevo una fuerte impresión cuando descubro que las ventanas no cambian por efecto de ningún mecanismo, sino de una agente pelirroja. Ésta agita una mano junto a cada pared por la que pasamos, y un poder dentro de ella tapa la luz, al empañar el vidrio con una ligera penumbra.

      —Esta mujer es una sombra, una curvadora de luz —bisbisea Lucas, cuando nota mi estupor.

      También aquí hay cámaras. La piel me hierve cuando siento su mirada eléctrica recorrer mi cuerpo. Normalmente me dolería la cabeza bajo el peso de tanta electricidad, pero esta vez el dolor no aparece. Algo en el escudo me ha hecho cambiar. O quizá liberó otra cosa, una parte de mí que había permanecido encerrada mucho tiempo. ¿Qué soy? Vuelve a resonar en mi cabeza, más ominosamente que antes.

      La sensación eléctrica pasa sólo después de que atravesamos una incalculable serie de puertas. Esos ojos no pueden verme aquí. Llegamos a un salón en el que mi casa podría caber diez veces, con todo y pilotes. Y justo delante de donde estoy, con una mirada ardiente que se funde con la mía, se encuentra el rey, sentado en un trono de cristal de diamante tallado a manera de infierno. Detrás de él, pronto se ensombrece una ventana, que dejaba entrar demasiada luz. Ése podría ser el último destello de sol que veré en mi vida.

      Lucas y los otros agentes me hacen pasar primero, mas no permanecen mucho tiempo ahí. Con sólo una mirada atrás, él los guía afuera.

      El rey está frente a mí, la reina de pie a su izquierda y los príncipes a su derecha. Me niego a ver a Cal, pero sé que sin duda él me contempla, embobado. Mantengo la vista fija en mis botas nuevas, concentrada en los dedos para no ceder al temor que convierte mi cuerpo en plomo.

      —¡Arrodíllate! —murmura la reina, con una voz suave como el terciopelo.

      Debería hacerlo pero mi orgullo no me lo permite. Aun aquí, frente a los Plateados, ante el rey, mis rodillas no se doblan.

      —No —replico, y encuentro fuerzas para alzar la mirada.

      —¿Te gusta tu celda, niña? —pregunta Tiberias, y la sala se llena con su voz majestuosa.

      La amenaza en sus palabras es clara como el día, pero permanezco firme. Él ladea la cabeza, me mira como si yo fuera un experimento por esclarecer.

      —¿Qué quiere de mí? —acierto a preguntar.

      La reina se inclina junto a él.

      —Te lo dije: es Roja de cabo a rabo… —pero el rey la esquiva como si fuera una mosca.

      Ella frunce los labios y da un paso atrás, con las manos apretadas. Se lo merece.

      —Lo que quiero para ti es imposible de hacer —espeta Tiberias.

      Su mirada se enciende, como si quisiera consumirme con ella.

      Recuerdo las palabras de la reina.

      —Bueno, no es culpa mía que usted no pueda matarme.

      Él ríe.

      —No me dijeron que fueras lista.

      Siento un alivio enorme, como cuando un viento fresco se cuela entre los árboles. La muerte no me espera aquí. No todavía.

      El rey tira al suelo un montón de papeles, cubiertos de letra manuscrita. La primera hoja contiene la información básica: mi nombre y fecha de nacimiento, los nombres de mis padres y la mancha oscura de mi sangre. También está ahí mi fotografía, la de mi tarjeta de identidad. Me miro, veo mis ojos aburridos, hastiados de hacer fila para sacar mi foto. ¡Cómo me gustaría poder meterme ahora en esa imagen, en la muchacha que no tenía más problemas que el reclutamiento y un estómago vacío!

      —Mare Molly Barrow, nacida el 17 de noviembre del año 302 de la nueva era, hija de Daniel y Ruth Barrow —recita Tiberias de memoria, poniendo mi vida al descubierto—. No tienes ninguna ocupación y tu llamado a filas está previsto para tu próximo cumpleaños. Vas poco a la escuela, sacas malas calificaciones y tienes una lista de delitos que darían contigo en prisión en casi cualquier parte. Robo, contrabando, resistencia al arresto, por citar unos cuantos. En síntesis, eres pobre, grosera, inmoral, poco inteligente, depravada, rencorosa, terca y una lacra para tu aldea y mi reino.

      Sus rotundas palabras tardan un momento en asentarse, pero cuando lo hacen, no las contradigo. Tiene toda la razón.

      —Sin embargo —se levanta de su trono, y está tan cerca que puedo ver los agudos filos de su corona, y que sus puntas son capaces de matar—, no sólo eres eso, sino también algo que yo no puedo concebir. Roja y Plateada al mismo tiempo, peculiaridad con consecuencias mortíferas que ni tú misma alcanzas a comprender. ¿Qué debo hacer contigo, entonces?

       ¿Me lo está preguntando?

      —Podría soltarme. Yo no diría una sola palabra.

      La súbita risa de la reina me interrumpe.

      —¿Y las Grandes Casas? ¿También ellas van a guardar silencio? ¿Olvidarán a la niña relámpago de uniforme rojo?

       No. Nadie lo hará.

      —Ya conoces mi consejo, Tiberias —añade Elara, con sus ojos fijos en el rey—. Resolverá además nuestros dos problemas.

      Debe ser un mal consejo, malo para mí, porque Cal aprieta el puño. Esta acción atrae mi mirada, y por fin lo veo sin remilgos. Permanece quieto, sereno y callado, justo para lo que estoy segura que se le educó, pero detrás de sus ojos arde fuego. Su mirada se encuentra un instante con la mía, mas yo la aparto antes de que pueda dirigirme a él y pedirle que me salve.

      —Sí, Elara —dice el rey, e inclina la cabeza hacia su esposa—. No podemos matarte, Mare Barrow —aún no, queda flotando en el aire—. Así que te ocultaremos dejándote a la vista de todos, donde podamos vigilarte, protegerte y tratar de entenderte.

      El brillo de sus ojos me hace sentir un manjar a punto de ser devorado.

      —¡Padre! —estalla Cal, pero su hermano, el príncipe pálido y esbelto, lo toma del brazo para acallar sus reproches. Esto tiene un efecto calmante en Cal, y cede.

      Tiberias prosigue, ignorando a su hijo.

      —Ya no eres Mare Barrow, una hija Roja de Los Pilotes.

      —¿Entonces quién soy? —pregunto, con voz temblorosa, pensando en todo lo horrible que ellos me pueden hacer.

      —Tu padre fue Ethan Titanos, general de la Legión de Hierro, muerto en batalla cuando eras una niña. Un soldado, un Rojo, te llevó consigo y te educó en la inmundicia, sin revelar jamás tu verdadero origen. Creciste creyendo que no eras nada y ahora, por obra del azar, vuelves a ser alguien. Eres Plateada, una dama de una gran Casa perdida, una noble con inmenso poder, y algún día

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