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–Cuando abandoné el entorno multinacional, tan democrático y colaborativo, mi vida se convirtió en un infierno. La empresa tecnológica a la que me incorporé no acababa de despegar y se quemaban los fondos a una velocidad de vértigo. El propietario culpaba a diestro y siniestro de la falta de compromiso y responsabilidad a los empleados pero a la vez no delegaba ni dejaba tomar ni una sola decisión sin que él tuviese la última palabra. No respetaba a nadie; el miedo se convirtió en la política reinante. Recuerdo una vez, en una sala llena de humo, que la directora de Ventas, embarazada de cinco meses abandonó la reunión a causa de las náuseas que le producían el olor del tabaco y el irrespirable ambiente denso y azul. Al día siguiente recibió un aviso: «Que no se repita; no habrá una segunda vez».
»Acobardado, oculté mi homosexualidad y me sentí más cohibido que nunca. Escondí la cabeza. No me avergonzaba pero no soportaba los comentarios despectivos de aquel déspota que idolatraba a los que él denominaba hombres de verdad. «Esos sí que eran jefes. Sabían cómo meter en cintura al personal. A mí, mi padre me enseñó con el cinturón: ‘la letra, con sangre entra’», presumía. Un oprimido convertido en opresor, eso era.
»Fueron unos años muy difíciles, pero me mostraron el camino que jamás debía tomar. Al pinchar la burbuja tecnológica, la empresa quebró y en ese momento decidí cambiar el rumbo de mi vida. Inicié mi primer proyecto empresarial: un primer fracaso, y luego otro, y un tercero.
–Hasta ahora, que te has convertido en un empresario de primera plana –dijo Javier.
–Es mucho decir –Miguel agradeció el comentario con la mirada–, pero es cierto que cuando te llega algo de éxito, todos aquellos que no descolgaban el teléfono cuando los buscabas de repente se acuerdan de ti. Más incluso si apareces en un par de portadas de las páginas salmón más influyentes.
–¡Si no es éxito estar en el top 10 de los mejores empresarios españoles…!
–Tampoco ha sido un camino de rosas, Javier. Y mucho menos cuando no te puedes mostrar tal como eres, cuando eres presa de los juicios de la moralidad española. Ni siquiera mi padre me aceptó como era; se amilanaba cuando yo ponía el tema encima de la mesa. No podía soportar cómo le afectaba ante sus amistades –dijo con pesadumbre mientras indagaba entre sus recuerdos–. Toda mi vida he pretendido ser quien no era. En casa, en el colegio, en la universidad o en el trabajo. Me oculté hasta que cumplí los treinta y cinco a finales de los noventa. Cuando por fin me liberé de todos mis prejuicios y me di cuenta de que el secreto de mi felicidad solo podía depender de mí mismo, que era yo el que guardaba las llaves de mis cadenas, entonces supe que desde ese momento haría todo aquello que de verdad me apetecía hacer, y lo haría corrigiendo mis propios errores y facilitando el camino a los demás. Lo he llevado al terreno profesional; todos estos años me he volcado en promover entornos de trabajo colaborativos, inclusivos, diversos y respetuosos. Por fortuna vivimos vientos de cambio.
Javier asentía mientras escuchaba con atención. Los últimos años su compañía se había vuelto muy estricta en lo relativo a los derechos igualitarios de las personas. Las mujeres adquirían un papel relevante en los puestos de dirección y de mando, demostrando una capacidad más que sobrada y menos soberbia que la de los hombres poderosos. Se establecieron canales de comunicación anónimos para denunciar abusos de poder, malos tratos o comentarios discriminatorios por cuestiones de raza, género o creencia. Se propusieron medidas de conciliación familiar y en todos los países se adaptaron las instalaciones para acoger personal con algún tipo de discapacidad. No obstante, en muchos lugares todas estas medidas simplemente cubrían lo que exigía la tendencia política imperante, pero en la realidad no se llevaban a cabo o lo hacían a medias.
–Vivimos vientos de cambio –repitió Javier pensativo–, pero aún queda mucho por hacer.
–En infinitas ocasiones me acordé de ti y de tu exitosa trayectoria –Miguel retomó la conversación–. He tenido que fracasar tres veces para conseguir levantar mi último proyecto. Me costó una dolorosa ruptura con mi pareja y estuve al borde de la ruina en otras dos ocasiones. Pero ya conoces el dicho: lo que no te mata te hace más fuerte, y yo nunca cejé en el empeño; tenía la seguridad de que era cuestión de tiempo. –Dio un sorbo a su cerveza y continuó–. Montar tu propia empresa, partir de cero, no es comparable a ningún otro estado profesional, es como un salto sin red: tus ambiciones tienen que ser muy superiores a tus recursos. A diario ocurren hechos inesperados que dinamitan los planes más recientes y hay que rehacerlos todos los días. Pero me emocionaba el simple hecho de crear algo, aunque ello supusiese asomarme a un precipicio desconocido.
»Sin embargo, no fue hasta este último proyecto que me di cuenta de la importancia de hacer las cosas con los conocimientos básicos que, con tanta tecnología, habían quedado en el olvido: una marca correcta, un posicionamiento adecuado, una publicidad cautivadora… Y fue así, volviendo a aquello que aprendimos juntos, a los fundamentos de la empresa, lo que a la postre me proporcionó el éxito deseado y la diferenciación necesaria para despegar. ¿No te parece paradójico?
Compartieron pensamientos durante largo rato. Hacía tanto tiempo desde la última vez que se encontraron que la tarde se les fue echando encima sin apenas darse cuenta. A última hora, a Miguel se le ocurrió una idea.
–Javier –propuso–, ¿qué te parece si Álvaro se incorpora a los planes de formación de mi empresa mientras completa sus estudios? Acabamos de poner en marcha el primer piloto de un programa al que hemos bautizado con el nombre de «CHAMP: Competences and Human Approach Management Program» y él podría encajar a las mil maravillas. Todos los perfiles que contratamos son muy similares al de tu hijo: «frikis» tecnológicos pero con «habilidades blandas» poco desarrolladas.
»En mi opinión, lo que le ocurre a Álvaro está más relacionado con la forma de ser de una generación pegada a los móviles, tabletas y ordenadores que a la relación personal con vosotros. Una gran mayoría de los jóvenes que contratamos nos llegan con conocimientos increíbles acerca de las más novedosas herramientas de programación, diseño y tecnología, pero carecen de habilidades de comunicación, interrelación social y pensamiento crítico. Nos hemos dado cuenta de que el mundo avanza a tal velocidad que las competencias técnicas que aprenden al comienzo de sus carreras se han quedado obsoletas antes de acabar estas. Por eso es tan importante desarrollar líderes que sean capaces de escuchar, pensar, persuadir...
Javier ponderó la idea durante unos segundos innecesarios. Sabía que era una excelente oportunidad. Ya buscaba, mientras escuchaba a Miguel, la mejor forma de decírselo a Álvaro para que este no sintiese el deseo de rechazarlo por el simple hecho de provenir directamente de su padre.
–Ojalá fuera tan sencillo, Miguel –contestó cabizbajo–. Nosotros hemos provocado su aislamiento. Su obsesión por las máquinas es inducida, aunque reconozco que puede ser para él una gran oportunidad comprender las claves del liderazgo a través de las principales habilidades que gobiernan las relaciones con los demás en el entorno real de la empresa.
–Además –Miguel adivinó el pensamiento de Javier por la expresión de su cara–, puedes decirle que venga a verme; yo se lo ofreceré. En cuanto conozca el ambiente de trabajo de TEKNOFAN® y descubra lo que hacemos allí querrá empezar de inmediato.
Se hacía tarde. Javier se disculpó; quería volver a casa a tiempo para la cena. En sus ojos se apreciaba un brillo especial, acaso potenciado por el efecto del alcohol, pero sobre todo por el reencuentro con Miguel, que además le otorgaba una oportunidad única para reconciliarse con su hijo.
–No se hable más –concluyó Miguel mientras pagaba la cuenta–. El lunes a las nueve espero a Álvaro en mi despacho.