Cara a cara con Satanás. Teresa Porqueras Matas
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El dominico me pide que le acompañe hasta el primer piso del convento para dejar los dulces en la cocina. Así lo hacemos y, entretanto subimos por el ascensor hasta el primer piso, no quiero desperdiciar la oportunidad para poder charlar distendidamente con él sobre estos largos días en los que no nos hemos podido ver. No le oculto que el lunes me he citado con otro exorcista, el padre José Antonio Fortea, que reside en Alcalá de Henares. Recuerda que coincidió con Fortea hace unos años en el programa Lágrimas en la lluvia del canal de televisión Intereconomía, y me hace saber que desaprueba que él permitiese grabar un exorcismo que fue emitido en un programa de televisión.
Salimos del ascensor y el padre me señala con el dedo dónde está situada la cocina. Mientras él se queda aguardando, yo entro con prudencia en la dependencia y doy un rápido vistazo a mi alrededor. Dudo dónde dejar los dulces y, desde la distancia, el padre me indica que los deje en alguna repisa. Con suma delicadeza apoyo el paquete encima de un impoluto mármol blanco y me retiro. En tanto que ando en dirección al pasillo en donde me espera paciente el exorcista, me topo de bruces con un simpático dominico vestido de calle, que en sus manos porta una tostada de pan con mermelada. Es el padre Gabriel. Me sonríe y le indico dónde he dejado las pastas.
Volvemos al ascensor y el padre y yo regresamos a la planta baja. Tranquilamente nos dirigimos al despacho del exorcista y allí nos acomodamos.
Escudriño entre mis papeles, preparo mi grabadora esperando que se encienda el piloto rojo y doy comienzo a la entrevista:
—He hecho los deberes, padre. He leído toda la documentación que usted me aportó y, a parte, he consultado varios libros que creo que me ayudarán a la hora de entender más su trabajo. Así que vengo hoy con un tropel de dudas y preguntas.
—Ya te veo, ya... Eso está bien. Permíteme que antes haga una llamada. Tengo cita con el médico y debo arreglar una cosa.
—¿No se encuentra bien?
—No...
El sacerdote rebusca intranquilo un número de teléfono en su agenda y realiza una rápida llamada a alguien que ha de venir desde lejos justamente el lunes. Marca un número en su móvil y espera. Al no recibir respuesta, deja un recado en el contestador a su misterioso interlocutor:
—Queda en pie lo del lunes. Yo tengo que hacer una cosa, pero no te preocupes. Te esperas aquí en el convento porque a las once me harán una pequeña prueba, pero no te preocupes. Aguardas aquí dentro y luego nos vemos. Me llamas, porque no creo que sea bueno cambiar el tren y el billete. Llámame y dime algo.
Para mi asombro, cuando el padre cierra el móvil, me confiesa apesadumbrado que está perdiendo la visión del ojo izquierdo. Su médico le ha recalcado que no debe descuidarse, ya que podría perder por completo la visión y por ello tiene concertada hora para realizarse una serie de exámenes oculares. Su cita con el doctor le coincide con la cita de un señor que viene ese día desde lejos. Se muestra turbado hasta que no pueda reconfirmar la hora con este hombre, de unos sesenta años de edad, que se ha de desplazar este lunes desde la otra punta de España para poder ser atendido por el exorcista. Lleva visitando al padre desde hace ya unos meses y, debido a que reside bastante lejos, no le queda más remedio que emprender cada vez un agotador viaje en transporte público que dura quince o dieciséis horas.
Mientras esperamos a que le devuelvan la llamada telefónica, reanudamos la charla y me pide que le lance las preguntas de hoy. Reviso mi cuestionario y decido empezar por los llamados exorcismos indefinidos1. Esto es, aquellas posesiones o influencias demoníacas que al parecer han de esperar meses, o incluso años, hasta hallar su completa liberación. Ni uno, ni dos, ni tres, ni cuatro exorcismos son suficientes en muchas ocasiones para conseguir erradicar el mal de raíz. El calvario y la peregrinación de los poseídos se dilatan en el tiempo, poniendo así a prueba la paciencia del exorcista y la perseverancia de los supuestos posesos. Como ejemplo cercano, le hago memoria sobre el que creo que puede ser un caso de éstos, y menciono aquella joven que llamó muy preocupada en nuestro anterior encuentro, ávida de soluciones.
1 Término que hace referencia a aquellos casos en los que, por causas desconocidas, los exorcismos deben prolongarse indefinidamente en el tiempo durante meses, incluso años, hasta lograr su total liberación.
—¿Es ese un caso que se ajustaría a los llamados «exorcismos
indefinidos»?
—Sí —dice, apesadumbrado.
El padre José Antonio Fortea, antiguo exorcista de Madrid, en su libro Tiniebla del exorcismo habla de ellos y analiza cuáles pueden ser los posibles causantes de estos llamados «exorcismos indefinidos» y destaca dos causas prioritarias que podrían favorecer que la liberación del poseso se dilatara en exceso en el tiempo. Fortea explica que una de las principales razones podría ser que la persona le hubiera dado permiso al maligno para estar dentro; también concluye que es posible que una fuerza oculta actúe dando al demonio un poder suplementario. Además, subraya el papel fundamental que en estas cuestiones juega el exorcista, quien no debe aflojar o cejar en el empeño. Deseo saber la opinión de Gallego al respecto.
—¿Está usted de acuerdo con estas posibles causas, padre?
—Pueden coincidir las dos cosas. De hecho, el primer supuesto que comentas...
—¿El primero? ¿El que dice: «la persona le da permiso al maligno para estar dentro»?
—¡Sí, ese! Según mi experiencia, es totalmente verdad que esto ocurre. Hay personas que se entregan voluntariamente al demonio.
—¿Se entregan al demonio? ¿Quiere decir que hacen una especie de pacto satánico?
—Eso mismo quiero decir.
—Parece increíble que en el siglo que estamos alguien pueda hacer algo así. ¿Por qué lo hacen?
—Por muchas y variadas razones. Algunos individuos le piden cosas y otros están en una situación muy delicada.
El dominico me relata el caso real de un chico que venía desde Valencia hasta Barcelona tan solo con la intención de que le atendiera el exorcista. Cogía el primer tren de la mañana, y a las pocas horas llegaba al Convento de Santa Catalina donde era exorcizado. Cuando acababa el ritual, el joven, como si de una visita al médico se tratase, regresaba con prontitud a su ciudad de origen para reemprender su rutina. Según el dominico, este era un caso realmente espectacular digno de recordar. En pleno ritual, el joven entraba en trance y se arqueaba y se movía con gran agitación. Realizaba unos movimientos físicos extraordinarios y era capaz de pegar unos saltos increíbles. Además, poseía el don de la adivinación y sin ninguna dificultad podía averiguar sucesos que habían de producirse en un futuro. También revelaba al sacerdote acontecimientos pasados que era imposible que el chaval pudiese conocer.
En una ocasión, el joven le contó al sacerdote que ya de niño él tenía ciertos poderes sanadores o curativos. Por esta razón, él practicaba la imposición de manos a su abuela y esta parecía que iba mejorando de sus dolencias. Un buen día, el muchacho tuvo una seria discusión con la anciana quien le riñó duramente. Al chaval le supo tan mal que la mujer le reprendiera que, corroído por el rencor, a partir de aquel momento se negó en rotundo a realizar más imposiciones