90 millas hasta el paraíso. Vladímir Eranosián

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90 millas hasta el paraíso - Vladímir Eranosián

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ciudad siempre sabía sobre sus andanzas, te difamaba, no veía en ti a una mujer, a diferencia de mi chico. Pues él, quiero decírtelo, se la pasa casi todo el tiempo libre con su hijito de pecho.

      – ¿Eliancito no es el único niño? – no lo creyó Elizabeth.

      – Llévatela a esta dirección – le ordenó al hijo la madre y le tendió un desgarrado papelito, en el cual con una letra ordenada y apretada estaban dados la dirección y el número de la casa – que lo vea con sus propios ojos, solo hay que ir ahora mismo – añadió esta susurrando al oído del hijo. Lázaro trajo a la mujer conforme a las señas dadas por la madre de él. Aparcó su coche, sin apagar el motor, al lado de un edificio pintado de color azul, en una callecita empedrada de guijas entre el puerto y la fábrica de ron. No esperaron mucho rato. A la casa venía aproximándose una pareja. El hombre sostenía en sus manos una criatura. Los dos entraron en la casa y desaparecieron tras una puerta de hierro. Este era Juan Miguel.

      – ¡Vayámonos! – ordenó Eliz con un tono decidido.

      – ¿Puede ser que pasemos y veamos a qué se están dedicando? – su contrincante saboreaba el desenmascaramiento de Juan Miguel, el cual hasta hace un rato poseía una imagen impecable. El plan de su madraza resultó ser exitoso. El padre de Elián quedó denigrado. Apareció ante Eliz con un aspecto de embustero o, digamos, semi mentiroso. ¡Da igual! El resultado es lo primordial. Eliz pidió dos días para los preparativos…

      * * *

      22 de noviembre de 1999.

      Los suburbios de Cárdenas

      El viento seguía soplando ya hace dos días, infundiendo la inquietud no solamente en las columnas desordenadas de las olas oceánicas, sino en los corazones de media docena de personas, que se decidieron a abandonar la patria y que habían confiado su suerte en el piloto diletante que se llamaba Lázaro Muñero.

      – Allí está el paraíso – así hablaba un hombre que llevaba colgado un machete del cinturón, pero el pequeño Eliancito, no se sabe por qué, no creía en eso, mirando el cielo deslucido, y a un repugnante buitre negro con la cabeza roja, que planeaba sobre la barcaza miserable, en la cual se habían reunido los condenados para emprender una travesía peligrosa.

      La gente portaba los baúles con las prendas, pisando la escalera oxidada, volviendo la cabeza hacia atrás y regañando al caudillo muy seguro de sí mismo. Se despedían muy de prisa y corriendo con los pocos familiares, cuyos ojos se humedecían por las lágrimas.

      El buitre negro, conocido como aura o tragón de carroña, ahora estaba dando vueltas sobre la barcaza en compañía de otras aves, uniéndose en una bandada entera de compañeros de esta especie. Desplegando las alas ralas, ellos se lanzaban en picada a las rocas ribereñas, o se levantaban por las nubes, la trayectoria inconcebible podía ser emparentada al caos, en el ánimo que reina entre los refugiados. A las aves que volaban de acá por allá, sin ser capaces de determinar la altura requerida, algunos de los que vinieron a despedir a los suyos creían que era el presagio de una desgracia.

      Una de las jóvenes mujeres, que se llamaba Ariana, se arriesgó a emprender un viaje tan peligroso con su hijita de cinco años, pero le fallaron los nervios. Una escaramuza violenta con Lázaro le hizo comprender que arrancar sus mil dólares pagados, en calidad de avance por el traslado, ella de ninguna manera podría obtenerlos de nuevo, ya que el dinero había sido gastado en la preparación de la expedición. Entonces, la mujer entregó forzosamente a su chicuela a la madre, que vino a despedirse de ellos, y mostrando su desdén hacia Lázaro, o al riesgo que ahora le amenazaba solamente a ella, iba portando el último bártulo al casco. Este era de una vitalidad dudosa. Para Ariana ahorrar tal suma era prácticamente algo irreal, por eso no le quedaba, a su parecer, otra salida. La travesía de la pequeña Estefanía y su madre anciana la aplazaba para organizarla después… Cuando estuviera bien plantada en los EE.UU.

      – ¿Mamá, por qué papá no se va con nosotros? – pestañeaba con sus ojitos castaños Eliancito.

      – ¡¿No estás harto de chacharear sobre tu padrazo?! – Lo cortó bruscamente Lázaro, estando acalorado de la disputa con la loca Ariana, – te las pasas callejeando de un lado a otro los días enteros. Ya es hora de hacerse mayorcito. Mañana estarás en un país donde hay todo lo que puedas soñar…

      – ¿Y un Mickey Mouse grande? – la pregunta del pequeño desconfiado Lázaro mentalmente la clasificó como primitiva, pero de igual modo contestó:

      – Mickey Mouse no será lo único que podrás ver allí.

      – ¿Y una nueva patineta?

      – En ella irás a ver a Mickey Mouse – lo expresó con mordacidad este, cansado del interrogatorio estúpido del niño.

      – ¿Habrá un machete de juguete en un estuche de cuero con motivos indios y con el perfil de Hatuey9? – siguió preguntando el chico melindroso.

      – ¿Para qué necesitas un machete de ese tipo? Fíjate, tengo uno verdadero. Con él se puede cortar tu lengüita desobediente, si no cesa de desembanastar… – La amenaza no parecía ser tan inofensiva, en especial para Eliancito, que se asustó no tanto del irritado tono del conocido de mamá, sino del aspecto amenazador de su machete con un mango macizo hecho de madera rosa.

      – ¿Es obligatorio que te la pases asustando al niño? – intervino la madre.

      – No te enojes con él, niña mía – como siempre surgió a tiempo doña María Elena, fumando un cigarro – Todo eso tiene lugar por las divisas malditas. Le hicieron perder la cabeza al pobre chico. Ahora lo está pagando con el propio trabajo. Está tan atareado que no le queda tiempo para elegir las adecuadas expresiones. Querida, deberás comprenderlo. Es que él también está esforzándose por ti. En primer término, es por ti, nena.

      – Quiero ver a papá… – mirando con esperanza a su mamá, pidió Eliancito.

      – Ahora él es tu papá, – la vieja anciana con el cigarro en la boca, parecía ser un babalao10, indicó al conocido de mamá.

      – No hay dos papás. ¡Papá ha de ser solo uno! – rechazó esas palabras el niño, apretando los labios y buscando con los ojitos la afirmación de su conclusión, aunque fuera con una gesticulación mímica aprobatoria de su mamá. Pero esta no reaccionó siquiera a su réplica. Permanecía callada.

      – ¿Es verdad, mamá? – lanzó un grito Elián, tirándola de la manga.

      La mujer no contestaba al hijo, observando ensimismada al último viajero que subió a bordo, en cuya mirada pudo leer sus propios pensamientos.

      A Don Ramón Rafael, se le podía oír gimiendo, era el padre de Lázaro. El hijo y la mujercita de él pudieron convencerle de trasladarse solamente mediante un ultimato directo, afirmando que si él continúa obstinándose – desamarrarán solos.

      ¿Cómo él, una persona solitaria y de edad avanzada, podrá vivir luego sin sus familiares? Sean como sean, pero son los más allegados. Si parara a estos “viajeros”, lo martirizarían luego con reproches, chantajes y cavilaciones. Le pondrían el gorro a él, acusándole de que por culpa suya no materializaron en la práctica su sueño y no llegaron hasta el paraíso en la Tierra.

      ¿Quién sabe dónde está ese paraíso? Puede ser que esté aquí, en Cuba… Si una persona habla

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<p>9</p>

Hatuey – cacique de los indios. Encabezó la sublevación de 1511–1512 contra los colonizadores españoles. Fue hecho prisionero por la orden de Diego Velázquez de Cuellar fue quemado en la hoguera.

<p>10</p>

babalao – es título Yoruba que denota a los Sacerdotes de Santería materializaron en la práctica su sueño y no llegaron hasta el paraíso en la Tierra.