La abadesa de Crewe. Muriel Spark

Чтение книги онлайн.

Читать онлайн книгу La abadesa de Crewe - Muriel Spark страница 3

Автор:
Серия:
Издательство:
La abadesa de Crewe - Muriel  Spark

Скачать книгу

terror al infierno.

      Suspirar por la vida eterna con todas las ansias de nuestra alma.

      Mantener todos los días la posibilidad de morir frente a nuestros ojos.

      Mantener la vigilancia constante de todo lo que hacemos con nuestra vida.

      En cada lugar, saber con certeza que Dios está contemplándonos.

      Cuando acuden malos pensamientos a nuestra mente, lanzárselos de inmediato a Cristo y exponerlos ante nuestro padre espiritual.

      Mantener nuestros labios lejos de conversaciones malas o bajas.

      No ser aficionado a hablar.

      No decir nada que sea trivial ni que provoque risa.

      No ser aficionado a la risa frecuente o ruidosa.

      Escuchar con atención las lecturas sagradas.

      Los tenedores resuenan muy despacio contra los platos al llevar los trocitos de pastel de pescado hasta las bocas de la comunidad sentada a la mesa. La lectora sigue leyendo, con trabajo...

      No satisfacer los deseos de la carne.

      Detestar nuestra propia voluntad.

      Obedecer las órdenes de la abadesa en todo, aun cuando ella deba, por desgracia, actuar en forma opuesta, recordando el mandato del Señor:

      “Practica y observa lo que te dicen, pero no lo que hacen”.

      Evangelio según San Mateo, 23.

      En la mesa las monjas de menor categoría, las de mayor rango y las novicias llevan todas el agua a los labios, y también lo hace la lectora. Pone el vaso en su lugar...

      Donde ha tenido lugar una disputa, hacer las paces antes de que se ponga el sol.

      La lectora cierra el libro muy despacio sobre el pupitre y abre otro colocado junto a él. Continúa sus letanías:

      Se llama frecuencia al número de veces que se repite un fenómeno en unidades de tiempo.

      Para las ondas electromagnéticas, la frecuencia se expresa en ciclos por segundo, o bien, para las frecuencias más elevadas, en kilociclos por segundo, o megaciclos por segundo.

      Se llama desviación de frecuencia a la diferencia entre la frecuencia instantánea máxima y la frecuencia de transmisión constante en una transmisión radial de frecuencia modulada.

      Los sistemas para el registro del sonido se presentan en forma de variantes de la magnetización a lo largo de una cinta continuada hecha de, cubierta de, o bien impregnada de material ferromagnético.

      En el registro la cinta se pasa a una velocidad constante a través del espacio de un electroimán, cuya energía proviene de la corriente de audiofrecuencia derivada de un micrófono.

      Aquí toca a su fin la lectura. Deo gratias.

      —Amén —responde el refectorio de monjas.

      —Hermanas, sed sobrias, sed vigilantes, pues el diablo merodea como un león enfurecido, buscando a quién devorar.

      —Amén.

      La sala de la abadesa de Crewe resplandece de brillantes ornamentos, y el más brillante de todos es una estatua de cincuenta centímetros del Niño Jesús de Praga, que viste sus ropas tradicionales; la corona episcopal y la túnica llevan incrustadas piedras preciosas, de tal tamaño y en tal cantidad que podría creerse que no son auténticas. Sin embargo, lo son.

      Las hermanas Mildred, jefa de novicias, y Walburga, la priora, están sentadas con la abadesa. Es la una de la mañana. Se cantarán los laúdes a las tres, cuando la congregación interrumpirá su sueño, como en los tiempos más remotos, para levantarse y observar el ritual repetido cada tres horas.

      —Sin duda es anticuado —dijo la abadesa a sus dos religiosas de mayor investidura, cuando comenzó a reformar la abadía con la sonriente aprobación de la extinta abadesa Hildegarde—. Es absurdo en estos tiempos que las monjas deban levantarse dos veces en mitad de la noche para cantar los maitines y los laúdes. Sin embargo, estos tiempos modernos entran dentro de un contexto histórico, y en cuanto a mí se refiere la historia no interviene. Aquí, en la abadía de Crewe, hemos dejado a un lado la historia. Hemos entrado en la esfera, amadas hermanas, de la mitología. A mis monjas les encanta. ¿Quién no anhela ser parte de un mito, cualquiera sea el precio en cuanto a comodidad? El régimen monástico está en rebelión en el resto del mundo, gracias al desarrollo histórico. Aquí, dentro del ambiente de la mitología, tenemos la máxima satisfacción, tenemos paz.

      Más de dos años han transcurrido desde la proclamación de este estado de paz. La abadesa está sentada en su sillón recubierto de seda, ahora, entre los maitines y los laúdes, luego de haberse cambiado el hábito blanco. Frente a ella están sentadas las dos monjas mayores, vestidas de negro, mientras les cuenta lo que acaba de ver por televisión, las noticias de la noche y también de esa hermana Felicity de quien todos hemos oído hablar, la religiosa que hace poco huyó de la abadía de Crewe para unirse a su amante jesuita y contar su consabida historia ante el mundo absorto.

      —Felicity —dice la abadesa a sus dos fieles monjas— acaba de anunciar públicamente su convencimiento de que tenemos micrófonos instalados en todas nuestras dependencias. Ha solicitado a Scotland Yard una comisión investigadora.

      —¿Volvió a aparecer en televisión esta noche? —pregunta Mildred.

      —Sí, con su carisma insufrible. Dijo que nos perdona a todas, sin excepción, pero que a pesar de ello considera una cuestión de principios que se lleve a cabo una investigación policial.

      —Pero no tiene pruebas —observa Walburga, la priora.

      —Alguien reveló la historia a los diarios de la tarde —dice la abadesa—, e inmediatamente hicieron aparecer a Felicity por televisión.

      —¿Quién puede haberlo revelado? —dice Walburga, las manos juntas sobre el regazo, inmóvil.

      —Su jesuita laxo y chismoso, sospecho —dice la abadesa, con la piel del rostro nacarada como una perla y su hábito limpio y blanco cayendo en pliegues por el suelo—. Ese Thomas que se revuelca con ella.

      —Pues... alguien debió pasárselo a Thomas —observa Mildred— y esa persona pudo ser solo una de nosotras tres, o bien la hermana Winifrede. Digo que fue Winifrede, esa tonta ignorante, quien estuvo hablando.

      —Es posible —dice Walburga—, pero, ¿por qué?

      —“Por qué” es siempre una pregunta molesta —dice la abadesa—. Cuando se la aplica a cualquier acción de Winifrede, “por qué” entra a ser uno de esos ingredientes imposibles de identificar de los guisos ordinarios. Tengo planes para Winifrede.

      —Sin duda se la instruyó tanto en la doctrina como en la versión oficial, en el sentido de que nuestras instalaciones electrónicas son simplemente aparatos de laboratorio, para preparar a nuestras novicias y monjas de manera que sepan encarar el desafío de la época —recita la hermana Mildred.

      —La difunta abadesa Hildegarde, que en paz descanse —dice Walburga—,

Скачать книгу