Los afectos religiosos. Jonathan Edwards

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Los afectos religiosos - Jonathan  Edwards

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al apóstol Pablo. De acuerdo con lo que las Escrituras dicen de él, parece haber sido un hombre de una vida emocional altamente desarrollada, especialmente en lo que al amor se refiere. Sus cartas dejan ver esto claramente. Un ardiente amor por Cristo parece encenderlo y consumirlo. Se contempla a sí mismo como sobrecogido por esta santa emoción, impulsado por ella a seguir adelante en su ministerio a o por ella a seguir adelante en su ministerio a través de todas las dificultades y sufrimientos (2 Corintios 5:14-15). También sus cartas están llenas de un desbordante amor por los cristianos. Los llama sus muy amados (2Corintios12:19, Filipenses 4:1, 2 Timoteo 1:2), y habla de su tierno y afectuoso cuidado por ellos (1Tesalonicenses2:7-8).Con frecuencia habla de sus añoranzas y deseos afectivos hacia ellos (Romanos1:11, Filipenses1:8, 1Tesalonicenses2:8; 2Timoteo1:4). A menudo, Pablo expresa la emoción del gozo. Habla de regocijarse con gran gozo (Filipenses 4:10, Filemón 7), de gozarse mucho más (2 Corintios 7:13), y de regocijarse siempre (2 Corintios 6:10). También al respecto hablan: 2 Corintios 1:12, 7:7,9,16; Filipenses 1:4, 2:1-2, 3:3; Colosenses 1:24; 1 Tesalonicenses 3:9. Pablo habla de su esperanza (Filipenses 1:20), de su celo piadoso (2 Corintios11:2-3),y de sus lágrimas de tristeza(Hechos20:19,31, y 2 Corintios 2:4). Escribe del grande y continuo dolor en su corazón debido a la incredulidad de los judíos (Romanos 9:2). En cuanto a su celo espiritual, no es necesario mencionarlo, ya que es obvio a través de su vida entera como apóstol de Cristo.

      Si alguno puede considerar estos relatos escriturales de Pablo, sin ver que la religión de Pablo era una religión de emociones, debe ser que tiene la extraña capacidad de cerrar sus ojos a la luz que le brilla en toda la cara.

      El apóstol Juan era un hombre cortado de la misma tela. Sus escritos ponen en claro que era una persona de una vida emocional profunda. Se dirige a los cristianos a quienes escribe de una manera realmente tierna y conmovedora. Sus cartas no respiran sino el amor más ferviente, como si él estuviera hecho de afecto dulce y santo. La única manera de comprobar esto que digo sería citar la totalidad de sus escritos.

      Mayor que todos estos, Jesucristo mismo tenía un corazón asombrosamente tierno y afectuoso, a la vez que expresaba su justicia fuertemente con emociones santas. Tenía el más fuerte amor por Dios y por los hombres, el ardor y el vigor más grandes que hayan existido. Este amor santo fue el que triunfó en el Getsemaní cuando luchó con el temor y el dolor, cuando su alma estaba “muy triste, hasta la muerte” (Mateo 26:38).

      Vemos que durante sus días en la tierra, Jesús tuvo una vida emocional poderosa y profunda. Leemos de su gran celo por Dios: “El celo de tu casa me consume” (Juan 2:17). Leemos de su tristeza por el pecado de los hombres: “entristecido por la dureza de sus corazones” (Marcos 3:5).

      Al considerar el pecado y la miseria de la gente impía de Jerusalén, irrumpió en lágrimas: “Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla lloró sobre ella, diciendo: ¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para tu paz!” (Lucas 19:41-42). Con frecuencia leemos de la compasión de Jesús.(VéaseMateo9:36,14:14,15:32,18:34,Marcos6:34;Lucas 7:13.)¡Cómo se enterneció su corazón ante la muerte de Lázaro! ¡Cuán afectuosas sus palabras de despedida a sus discípulos la noche antes de ser crucificado! De todos los discursos pronunciados por labios humanos, las palabras más afectuosas, y las que más afectan, son las que dijo Cristo en los capítulos 13-16 del evangelio de Juan.

      Indudablemente tiene que existir religión verdadera en el cielo. La religión del cielo, por cierto, es absolutamente pura y perfecta. Según el cuadro que las Escrituras nos pintan del cielo, su religión consiste mayormente de amor y gozo, expresado en las alabanzas más fervientes y exaltadas. La religión de los santos en el cielo es la religión de los santos terrenales perfeccionada. La gracia que vemos en la tierra es el amanecer de la gloria venidera. Textos como

      1 Corintios 13 nos lo comprueban. Así pues, si la religión del cielo es una religión de emoción, toda religión verdadera tendrá que ser una religión de emoción.

      La manera de llegar a conocer la verdadera naturaleza de algo es empeñarnos en seguir su rastro hasta tanto logremos descubrirlo en su estado puro. Por lo tanto, si hemos de descubrir qué es la religión verdadera, es necesario que alcemos nuestras mentes al cielo. Todos los que verdaderamente son espirituales no son de este mundo. Son extranjeros aquí, perteneciendo más bien al cielo. Son nacidos de arriba, y el cielo es su país de origen. La naturaleza que reciben de su nacimiento celestial es también celestial. La vida de la religión verdadera en el corazón de un creyente es una semilla de la religión del cielo. Conformándonos a ella, Dios nos prepara para el cielo. Por lo tanto, si la religión del cielo es una de emoción, la nuestra aquí en la tierra también ha de serlo.

      Vemos la importancia de las emociones espirituales en los deberes que Dios ha establecido como expresiones de culto.

      La Oración. Al orar declaramos las perfecciones de Dios, su majestad, santidad, bondad, y absoluta suficiencia, y nuestro propio estado vacío e indigno, junto con nuestras necesidades y deseos. Pero ¿Por qué? No para informar a Dios de estas cosas, pues él ya las sabe, y de seguro no para cambiar sus propósitos y persuadirle que nos bendiga. No, declaramos estas cosas para conmover y afectar, a través de lo que expresamos, nuestros propios corazones, así preparándonos para recibir las bendiciones que pedimos.

      Alabanza. El deber de cantar alabanzas a Dios parece no tener otro propósito que el de animar y expresar emociones espirituales. Solo hay una explicación que podemos dar para entender por qué Dios nos mandaría a expresarnos hacia él en poesía además de prosa, y cantando además de hablando. La explicación es esta: cuando la verdad divina se expresa en poesía y canto, tiene más tendencia a impactarnos y a conmover nuestras emociones.

      El Bautismo y la Cena del Señor. Lo mismo se puede decir del bautismo y la Santa Cena. Nuestra naturaleza es tal que las cosas físicas y visibles nos influencian mucho. De aquí que Dios haya ordenado que no solamente oigamos el evangelio por su Palabra, sino que también la veamos exhibida delante de nuestros ojos en símbolos visibles para que nos afecte más. Los símbolos visibles del evangelio son el bautismo y la Cena del Señor.

      La Predicación. Una gran razón por la cual Dios ha ordenado la predicación en la iglesia es para imprimir en nuestros corazones y emociones las verdades divinas. No basta con tener buenos comentarios y libros de teología. Estos pueden alumbrar nuestros entendimientos, pero no tienen el mismo poder que tienen la predicación para movilizar nuestras voluntades. Dios usa la energía de la palabra hablada para aplicar su verdad a nuestros corazones de una manera más particular y viva.

      Otra prueba de que la religión verdadera se encuentra muy bien centrada en las emociones es que la Escrituras con frecuencia llaman al pecado “dureza de corazón”. Considere estos textos:

      “Entonces, mirándolos alrededor con enojo, entristecido por la dureza de sus corazones,...” (Marcos 3:5). “Si oyereis hoy su voz, no endurezcáis vuestro corazón, como en Meriba, como en el día de Masah en el desierto, donde me tentaron vuestros padres, me probaron, y vieron mis obras. Cuarenta años estuve disgustado con la nación, y dije: Pueblo es que divaga de corazón, y no han conocido mis caminos” (Salmos 95:7-10) “¿Por qué, oh Jehová, nos has hecho errar de tus caminos, y endureciste nuestro corazón a tu temor?” (Isaías 63:17). “Y endureció su cerviz, y obstinó su corazón para no volverse a Jehová el Dios de Israel” (2 Crónicas 36:13)

      Junto con estos textos, consideren que las Escrituras dicen que la conversión es como el quitar el corazón de piedra y dar un corazón de carne.

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