Los afectos religiosos. Jonathan Edwards
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¿Qué lecciones en cuanto a la emoción podemos aprender de todo esto?
a) Aprendemos que es un gran error rechazar todas las emociones espirituales como falsas. Este error puede surgir después de un avivamiento religioso. Debido a que las fuertes emociones de algunos parecen desvanecerse por completo con mucha rapidez, la gente empieza a despreciar todas las emociones espirituales, como si el cristianismo no tuviera nada que ver con ellas.
El otro extremo es el de tener a todas las fuertes emociones religiosas como señales de verdadera conversión, sin inquirir en cuanto a la naturaleza y la fuente de dichas emociones. Si las personas se ven calurosas y llenas de vocabulario espiritual, los demás concluyen que deben ser cristianos piadosos.
Satanás busca empujarnos de un extremo al otro. Cuando ve que las emociones están de moda, siembra su cizaña entre el trigo. Mezcla emociones falsas con la obra del Espíritu de Dios. De esta manera engaña y arruina eternamente a muchos, confunde a los verdaderos creyentes, y corrompe al cristianismo. No obstante, cuando las malas consecuencias de estas emociones falsas se hacen aparentes, Satanás cambia su estrategia. Ahora busca persuadir a la gente de que todas las emociones espirituales son inválidas. Así trata de cerrar nuestros corazones a todo lo espiritual, y de hacer del cristianismo un formalismo muerto.
La respuesta correcta no es ni la de rechazar todas las emociones, ni la de aprobarlas todas, sino la de distinguir entre ellas. Debemos aprobar algunas, y rechazar otras. Debemos separar el trigo de la cizaña, el oro de las impurezas, lo precioso de lo que no vale.
b) Si la religión verdadera tiene mucho que ver con nuestras emociones, debemos valorar altamente aquello que produce en nosotros estas emociones. Debemos desear el tipo de libro, de predicación, de oración, y de canción, que profundamente afecte nuestros corazones.
No interprete mal lo anterior; estas circunstancias a veces pueden despertar las emociones de personas débiles e ignorantes sin traer provecho alguno a sus almas. Esto se debe a que es posible que estas situaciones exciten emociones que no son ni espirituales ni santas. Tiene que haber una presentación clara y un entendimiento correcto de la verdad espiritual en nuestros libros religiosos, nuestra predicación, nuestras oraciones, y nuestro canto. Siempre que sea así, entre más conmuevan nuestras emociones, mejores son.
c) Si la religión verdadera tiene mucho que ver con nuestras emociones, tenemos mucho de qué avergonzarnos al ver que las realidades espirituales nos afecten tan poco. Dios nos ha dado emociones con el mismo propósito que todas nuestras otras facultades--para que nos sirvan en aquello que es nuestro fin principal: Nuestra relación con él. Sin embargo, ¡cuán común es que las emociones humanas se ocupen con todo lo imaginable, menos con las realidades espirituales! En los intereses mundanos, los deleites externos, las reputaciones, y las relaciones naturales--en estas situaciones los deseos de la gente son fuertes, su amor vivo, y su celo ardiente.
Pero en cuanto a las cosas espirituales ¡cuán insensibles son la mayoría de las personas! Aquí su amor es frío, sus deseos flojos, y su gratitud enana. Son capaces de sentarse a escuchar del infinito amor de Dios en Jesucristo, de la agonizante muerte de Cristo por los pecadores, de su sangre que nos salva de los fuegos eternos del infierno haciéndolos aptos para los gozos inexpresables del cielo, ¡y seguir fríos, sin respuesta, y sin interés! ¿Acaso algo debe mover nuestras emociones si no estas verdades? ¿Es posible que exista algo más importante, más maravilloso, o más relevante? ¿Puede algún cristiano concebir la idea de que el glorioso evangelio de Jesucristo no despierte y excite las emociones humanas?
Dios planeó nuestra redención de tal manera que revelara las verdades más grandes de la forma más viva e impactante. La personalidad y la vida humana de Jesús revelan la gloria y la belleza de Dios en la forma más conmovedora imaginable. Así como la cruz muestra el amor de Jesús por los pecadores en la manera que más nos toca, también muestra la naturaleza odiosa de nuestros pecados en la manera más impactante, ya que vemos el terrible efecto que nuestros pecados produjeron en Jesús cuando sufrió por nosotros. En la cruz también vemos la revelación más impresionante del odio que Dios tiene por el pecado, y de su propia justicia e ira al castigarlo. A pesar de que era su propio hijo, infinitamente hermoso, quien tomaba el lugar de nuestro pecado, Dios lo aplastó hasta la muerte. ¡Cuán estricta, pues, debe ser la justicia de Dios, y cuán terrible su santa ira!
Mucho debemos avergonzarnos de que estas situaciones no nos afectan más.
PARTE SEGUNDA
SEÑALES INVALIDAS PARA COMPROBAR QUE NUESTRAS EMOCIONES SEAN PRODUCTO DE UNA VERDADERA EXPERIENCIA DE SALVACIÓN
Las emociones religiosas pueden tener un origen natural o espiritual. Pueden existir en personas que no han sido salvas, al igual que en aquellas que verdaderamente se han convertido. En esta parte del libro, voy a examinar experiencias que ni comprueban que nuestras emociones, sean espirituales, ni demuestren que no lo sean. En otras palabras, quiero que miremos experiencias que no nos dicen nada acerca de la naturaleza espiritual o no espiritual de nuestras emociones.
El que nuestras emociones sean vivas y fuertes no comprueba que sean o no sean espirituales
Algunas personas condenan toda emoción fuerte. Albergan prejuiciosencontradetodoelquetengasentimientospoderososyvivosacercadeDiosylascosasespirituales.Instantáneamente asumen que tales personas sufren de algún engaño. Sin embargo, si, como acabo de comprobar, la religión verdadera tiene mucho que ver con nuestras emociones, se desprende que la abundancia de la verdadera religión en la vida de una persona resultará en plenitud de emoción.
El amor es una emoción. ¿Dirá algún cristiano que no debemos amar abundantemente a Dios o a Jesucristo? ¿O dirá alguno que no debemos sentir gran odio y dolor por el pecado? ¿O que no nos compete sentir un alto grado de gratitud a Dios por su misericordia? ¿O que no nos es necesario desear con intensidad a Dios y su santidad? Hay algún cristiano que pueda decir, “Estoy bien satisfecho con el grado de amor y gratitud que siento hacia Dios, y con el grado de odio y tristeza que siento hacia el pecado. No tengo necesidad de orar pidiendo una experiencia más profunda de estas cosas.”?
1 Pedro 1:8 Habla de emociones vivas y fuertes cuando dice: “os alegráis con gozo inefable y glorioso.” De hecho, las Escrituras suelen requerir de nosotros profundidad en el sentir. En el primer y gran mandamiento, agotan el alcance del lenguaje para expresarnos el grado hasta el cual debemos amar a Dios: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente, y con todas tus fuerzas” (Marcos 12:30). Las Escrituras también nos mandan a sentir fuerte gozo: “Alégrese Israel en su Hacedor; ... Regocíjense los santos por su gloria, y canten aun sobre sus camas” (Salmos 149:3,5). Además, con frecuencia nos exhortan a estar agradecidos con Dios por sus misericordias.
De los creyentes cuyas experiencias se nos narran en las Escrituras, los más sobresalientes expresan a menudo emociones fuertes. Por ejemplo, veamos al salmista: Él menciona su amor como si fuera indecible: “!Oh cuánto amo yo tu ley!” (Salmos 119:97). Su deseo espiritual lo sobrecoge: “Como el ciervo brama por las corrientes de las aguas, así clama por ti, oh Dios, el alma mía” (Salmos 42:1). Habla de inmensa tristeza por sus propios pecados y los pecados de los demás: “Porque mis iniquidades se han agravado sobre mi cabeza; como carga pesada se han agravado sobre mí” (Salmos 38:4). “Ríos de agua descendieron de mis ojos, porque no guardaban tu ley” (Salmos 119:136). Expresa también ferviente gozo y alabanza espiritual: “Porque mejor es tu misericordia que la vida; mis labios te alabarán. Así te bendeciré en mi vida; en tu nombre alzaré mis manos... Porque