Ciudad y Resilencia. Отсутствует

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Ciudad y Resilencia - Отсутствует

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con más 1.400 millones de turistas internacionales en 2018. Ese año España superó a Estados Unidos en número de visitantes extranjeros, siendo el segundo país que más recibió después de Francia. En 2019 batió de nuevo su récord, aproximándose a los 84 millones de turistas[4]. Estos se distribuyen de manera muy desigual. Los territorios insulares, el litoral y las grandes ciudades del Mediterráneo europeo se llevaron una parte importante, batiendo récords año tras año. En 2019, las Islas Baleares recibieron más de 16 millones de turistas y Andalucía, más de 32 millones. Durante este nuevo boom, el turismo de sol y playa había agotado en gran parte sus posibilidades de expansión tras muchas décadas de crecimiento. Las reglamentaciones ambientales y la falta de nuevas oportunidades de inversión parecían forzar al sector a reconducirse hacia un turismo más elitista en el litoral mediterráneo. Sin embargo, surgirían otras zonas de oportunidad para la masificación, como la continuación de la urbanización de las antiguas zonas rurales de interior y la expansión de las zonas turísticas en áreas urbanas, todo apoyado no tanto por el incremento de plazas hoteleras, que también se ha producido, como por la irrupción del fenómeno de los alquileres turísticos.

      El incremento de los flujos de visitantes en este ciclo ha estado ligado, como viene siendo habitual, a las innovaciones en los medios de comunicación y transporte, quizá de manera más notoria que en otros periodos. En primer lugar, se encuentra el efecto acumulativo de las innovaciones en los medios de transporte. El combustible barato, la competencia entre las aerolíneas y el abaratamiento de los costes han permitido un incremento constante del número de pasajeros. También el abaratamiento y la expansión del turismo de cruceros, con un impacto más localizado en las ciudades portuarias, pero con una capacidad enorme de alterar el desarrollo urbano de estas, como han comprobado ciudades como Venecia o Cádiz.

      En segundo lugar, se encuentra el impacto de internet, de la economía colaborativa y, en concreto, de lo que en principio vino a referirse como home sharing. Plataformas como Airbnb o Homeaway irrumpieron precisamente en el inicio de la crisis de 2008 y se consolidaron en el proceso de recuperación económica de la misma. La primera oficina de Airbnb en España (Barcelona) se abre en 2012, una fecha en la que empiezan a notarse los efectos de este tipo de actividad sobre los mercados urbanos de alquileres. Esta práctica apareció en principio con los ropajes de la economía social, permitiendo a particulares conseguir un ingreso extra alquilando una cama o una habitación de su propia vivienda. Aunque este tipo de práctica no deje de tener vigencia, la multiplicación de los alquileres turísticos desde 2012 ha venido acompañada de la profesionalización del sector. En las grandes ciudades mediterráneas, aunque la mayor parte de propietarios que participan de estas plataformas son particulares, la gran mayoría de las viviendas son ofertadas por operadores profesionales. Además, como el resto de la supuesta economía colaborativa, el home sharing presenta el problema de escapar a las regulaciones existentes, lo que permitió un crecimiento sin parangón de este tipo de alojamiento. Esto ha permitido una oferta creciente, con gran competencia, que ha acompañado y facilitado el crecimiento de los desplazamientos, abaratando los costes de alojamiento y multiplicando las posibilidades de los mismos. También ha desempeñado un papel determinante en ampliar las zonas de actividad turística, al facilitar el acceso con pernoctación a nuevas áreas. Asimismo, tiene un papel determinante en el sector de la vivienda y en el proceso de urbanización, contribuyendo a la inflación de los alquileres y alimentando la demanda de construcción de nuevas viviendas.

      Probablemente las primeras menciones a la turismofobia aparecen en prensa en Barcelona desde 2008 para referir la existencia de un conflicto creciente entre el incremento de turistas y los residentes habituales de la ciudad. Este tipo de denuncias tuvieron gran importancia en Barcelona durante toda la fase de boom turístico y se expandieron a otras ciudades como Madrid o Lisboa. También a ciudades de rango inferior como Valencia y Sevilla. En muchos casos dieron lugar al nacimiento de plataformas o asociaciones que denunciaban este tipo de conflictos, habitualmente en relación con el crecimiento de los alquileres turísticos en áreas tradicionalmente residenciales.

      Además, la inflación del alquiler ha afectado al conjunto de la ciudad. Más allá de que la apuesta del capital inmobiliario por el alquiler y la consecuente burbuja especulativa puedan tener varias razones, el impacto del alquiler turístico ha sido indudable. Podría hablarse de una inflación escalonada, en la que los precios prohibitivos de barrios más o menos céntricos aumentan la presión sobre otros espacios residenciales antes menos cotizados, empujando los precios al alza. Este efecto se expande a los sucesivos barrios de la ciudad, de tal forma que todos los hogares en régimen de alquiler pueden potencialmente sufrir los efectos de la concentración de alquileres turísticos.

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