Ciudad y Resilencia. Отсутствует
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El incremento de los flujos de visitantes en este ciclo ha estado ligado, como viene siendo habitual, a las innovaciones en los medios de comunicación y transporte, quizá de manera más notoria que en otros periodos. En primer lugar, se encuentra el efecto acumulativo de las innovaciones en los medios de transporte. El combustible barato, la competencia entre las aerolíneas y el abaratamiento de los costes han permitido un incremento constante del número de pasajeros. También el abaratamiento y la expansión del turismo de cruceros, con un impacto más localizado en las ciudades portuarias, pero con una capacidad enorme de alterar el desarrollo urbano de estas, como han comprobado ciudades como Venecia o Cádiz.
En segundo lugar, se encuentra el impacto de internet, de la economía colaborativa y, en concreto, de lo que en principio vino a referirse como home sharing. Plataformas como Airbnb o Homeaway irrumpieron precisamente en el inicio de la crisis de 2008 y se consolidaron en el proceso de recuperación económica de la misma. La primera oficina de Airbnb en España (Barcelona) se abre en 2012, una fecha en la que empiezan a notarse los efectos de este tipo de actividad sobre los mercados urbanos de alquileres. Esta práctica apareció en principio con los ropajes de la economía social, permitiendo a particulares conseguir un ingreso extra alquilando una cama o una habitación de su propia vivienda. Aunque este tipo de práctica no deje de tener vigencia, la multiplicación de los alquileres turísticos desde 2012 ha venido acompañada de la profesionalización del sector. En las grandes ciudades mediterráneas, aunque la mayor parte de propietarios que participan de estas plataformas son particulares, la gran mayoría de las viviendas son ofertadas por operadores profesionales. Además, como el resto de la supuesta economía colaborativa, el home sharing presenta el problema de escapar a las regulaciones existentes, lo que permitió un crecimiento sin parangón de este tipo de alojamiento. Esto ha permitido una oferta creciente, con gran competencia, que ha acompañado y facilitado el crecimiento de los desplazamientos, abaratando los costes de alojamiento y multiplicando las posibilidades de los mismos. También ha desempeñado un papel determinante en ampliar las zonas de actividad turística, al facilitar el acceso con pernoctación a nuevas áreas. Asimismo, tiene un papel determinante en el sector de la vivienda y en el proceso de urbanización, contribuyendo a la inflación de los alquileres y alimentando la demanda de construcción de nuevas viviendas.
Probablemente las primeras menciones a la turismofobia aparecen en prensa en Barcelona desde 2008 para referir la existencia de un conflicto creciente entre el incremento de turistas y los residentes habituales de la ciudad. Este tipo de denuncias tuvieron gran importancia en Barcelona durante toda la fase de boom turístico y se expandieron a otras ciudades como Madrid o Lisboa. También a ciudades de rango inferior como Valencia y Sevilla. En muchos casos dieron lugar al nacimiento de plataformas o asociaciones que denunciaban este tipo de conflictos, habitualmente en relación con el crecimiento de los alquileres turísticos en áreas tradicionalmente residenciales.
El término turismofobia ha venido acompañado por el de turistificación. En realidad, esta noción, y otras, como balnearización, se utilizan desde hace al menos tres décadas en la academia hispanoparlante, generalmente para referir la capacidad del sector turístico para destruir el patrimonio natural, cultural y etnológico de un territorio. El término turistificación parece importarse en gran medida de la academia latinoamericana a la española en este contexto de boom turístico y notoriamente en relación con la denuncia de los efectos de los alquileres turísticos no regulados. Aproximadamente desde 2013 se suma el término sobreturismo (overturism) en el ámbito anglosajón (prensa, política y academia), llegando incluso a merecer la atención de organismos internacionales como la Organización de Naciones Unidas o el Consejo Europeo[5].
Hay abundante evidencia empírica sobre los perjuicios que ha causado el turismo intensivo y los alquileres turísticos durante este periodo, los cuales han afectado, en primer lugar, a las áreas centrales, a aquellas que tradicionalmente han sido espacios turísticos y a otras, habitualmente zonas residenciales obreras o sectores industriosos de la ciudad histórica, que han sido integrados recientemente en los circuitos turístico-comerciales. La inflación de los alquileres en estas áreas y la progresiva reducción de la oferta habitacional convencional conforme crecía el alquiler turístico cuentan con datos bastante fiables y se han publicado numerosos trabajos al respecto[6].
El conflicto entre los usos turístico-comerciales y residenciales en las áreas centrales tiene cierto recorrido en casi cualquier ciudad de determinado tamaño del Sur de Europa. En el urbanismo mediterráneo, alejado del modelo de suburbanización en torno a un central bussiness district anglosajón, los centros históricos han tendido a combinar usos residenciales con tendencias a la terciarización, a menudo ligada a cierta turistización temprana dependiendo de la ciudad. La sangría demográfica de los centros históricos durante el siglo XX ha sido un problema típico tratado por los urbanistas, fruto de una combinación de terciarización con la descapitalización de la edificación residencial y la valorización de nuevos sectores alejados del centro con mayor capacidad de atraer población de distintos estratos sociales. Esta tendencia va a invertirse en muchas ciudades desde la década de los noventa, en algunos casos fruto de procesos de colonización de clases medias locales, en otros por el asentamiento de migrantes extranjeros y en otros por una combinación de ambos. Sin embargo, el auge del supuesto home sharing desde 2012 genera nuevos efectos expulsivos por la conversión de alquileres convencionales en alojamientos turísticos. Por ejemplo, en Sevilla, el centro histórico, que ganaba población todos los años desde el cambio de siglo, entre 2012 y 2019 pierde unos 3.000 residentes[7].
Además, la inflación del alquiler ha afectado al conjunto de la ciudad. Más allá de que la apuesta del capital inmobiliario por el alquiler y la consecuente burbuja especulativa puedan tener varias razones, el impacto del alquiler turístico ha sido indudable. Podría hablarse de una inflación escalonada, en la que los precios prohibitivos de barrios más o menos céntricos aumentan la presión sobre otros espacios residenciales antes menos cotizados, empujando los precios al alza. Este efecto se expande a los sucesivos barrios de la ciudad, de tal forma que todos los hogares en régimen de alquiler pueden potencialmente sufrir los efectos de la concentración de alquileres turísticos.
Más allá de la existencia de un desplazamiento forzoso, los conflictos entre residentes y turistas se han multiplicado. La masificación de turistas sobre espacios residenciales preexistentes genera un efecto en el que los vecinos experimentan una alienación respecto del barrio que habitan. La población siente que la ciudad (o el barrio) le ha sido arrebatada por el turista y que sus transformaciones escapan a su control. De la experiencia de ser parte de un barrio, de un vecindario, sobre el que se tenía cierto control cotidiano, se pasa a un entorno siempre cambiante en el que es imposible entablar relaciones estables. La alienación espacial sería