Ciudad y Resilencia. Отсутствует
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En segundo lugar, el modelo tiene un carácter extractivo. La idea de extractivismo urbano puede ser contradictoria en sí misma, en la medida en que el propio proceso de urbanización es siempre extractivo en relación con un cierto hinterland rural o natural. Sin embargo, es una metáfora que adquiere cierto sentido en las situaciones que se están describiendo. La noción de extractivismo encuentra su mejor expresión en las economías mineras, en las que empresas multinacionales explotan los recursos minerales hasta su agotamiento, solo dejando en el territorio salarios de miseria y contaminación. Este fue, por ejemplo, el modelo de explotación minero del noroeste andaluz bajo el control de la británica Rio Tinto Company Limited. De manera similar, el modelo de especialización turística se basa en el despojo del patrimonio natural y cultural de un territorio. Del déficit de infraestructuras se ha pasado a un sobredimensionamiento ilógico de las mismas, con el litoral totalmente cubierto por complejos hoteleros y de vivienda y con los espacios naturales acosados por múltiples infraestructuras de transporte, campos de golf y segundas residencias. Este proceso de urbanización apoyado en el turismo ha implicado la práctica erradicación del patrimonio etnológico del litoral, de la misma manera en que el sobreturismo cultural en las ciudades está acabando de finiquitar las formas de vida y la cultura urbanas alojadas en los centros históricos y prácticamente la posibilidad de vida cotidiana en los mismos[15].
Si bien este modelo ejerce de sostén del rentismo tradicional de la clase alta y de la comodidad de ciertas clases medias, es indudable que deja en el territorio principalmente salarios con escasa capacidad de ahorro. Los periodos de auge y crecimiento económico del sector muestran cómo este convive con un desempleo estructural enorme, insostenible en otros contextos. En el momento de auge del último boom turístico, territorios como Grecia, el Mezzogiorno, Andalucía o Canarias mantenían tasas de desempleo por encima del 20 por 100 que en los periodos de crisis pueden llegar a duplicarse. Aunque el turismo absorba también trabajo cualificado y bien pagado, la gran mayoría de los trabajadores del sector tienen una cualificación media-baja, con tasas enormes de eventualidad (rasgo que comparte con la construcción y que justifica el rápido incremento del desempleo en los periodos de crisis), con una gran proporción de empleo a tiempo parcial no deseado y eventualidad, rasgos que se han intensificado en muchos casos durante el último boom turístico[16].
Finalmente, se trata de un modelo fuertemente sensible a las crisis globales. El modelo es una economía basada en el capital ficticio, economía especulativa y en su mayor parte improductiva, extremadamente vulnerable a las crisis financieras que de forma cíclica acosan al capitalismo global. Tuvimos un ejemplo reciente en la crisis de 2008, durante la cual la movilidad turística se vio drásticamente reducida y el sector de la construcción y la compraventa de inmuebles quedó prácticamente paralizado. Los niveles de desempleo y de endeudamiento se dispararon en estos contextos, llevando casi a una década perdida. La crisis de 2008 no fue excepcional; este tipo de crisis se repiten cíclicamente y son especialmente dañinas con estas economías sobreexpuestas a los vaivenes de los mercados financieros y los flujos de turistas. Antes tuvimos la de 1992-1996 y, aún antes, la de 1983-1985[17]. Estas crisis son cada vez más destructivas y antes de la llegada de la covid ya aparecían signos de una desaceleración que iba a impactar en esta ocasión sobre la burbuja turística y de alquileres. La pandemia ha acelerado y probablemente empeorado todo[18].
EL PROBLEMA DE LA PANDEMIA Y EL PROBLEMA DE LA POLÍTICA
Las consecuencias de la pandemia de la covid para este tipo de economías pueden ser catastróficas. El virus ha acelerado una crisis en ciernes, pero además suma un parón sin precedentes en los desplazamientos ociosos, lo que evidentemente afectará a las economías más dependientes del turismo. Durante un tiempo indefinido el volumen de visitantes se verá tremendamente afectado. La mayor parte del turismo se hará a corta distancia y dentro de los límites estatales, y la recuperación de una situación como la de 2019 puede estar lejana o no producirse. Es importante identificar los impactos de esta crisis sobre los territorios dependientes del turismo porque nos están indicando un coste de sobreexposición a las crisis, no solo epidemiológicas. Hay al menos tres aspectos clave que explican este sobrecoste para estos países.
En primer lugar, está la cuestión de la destrucción de empleo. Los empleos directamente generados por el turismo van a ser los primeros afectados por la situación, pero no son los únicos. En este tipo de territorios, el comercio, la hostelería y el transporte se ven afectados directamente por el freno a los desplazamientos, que supone un impacto enorme en las economías de litoral e insulares, donde este tipo de empleo puede implicar a una parte muy relevante de la población. Además, esto no afecta solo a los enclaves turísticos, sino que también tiene repercusiones en regiones y ciudades que suministran mano de obra temporal que se desplaza periódicamente. La crisis avoca a un nuevo parón en la construcción, que, al igual que la hostelería y el comercio, puede perder muy rápidamente un alto volumen de empleos por la elevada eventualidad. La pérdida de empleo se extiende a otros supuestamente más cualificados, como la intermediación inmobiliaria y financiera, que ocupa también a una buena parte de la población en estos territorios. Como en cualquier crisis, un rápido crecimiento del desempleo en estos sectores se contagiará rápidamente al comercio en general, que depende en su mayor parte del consumo de los trabajadores. Además, no es descartable que algunas industrias clave en estos territorios se vean afectadas, como la naval y la aeronáutica. Este problema de desempleo puede convertirse en un problema de subsistencia para muchas familias. El predominio de un tipo de empleo de cualificación baja y mal pagado hace que la capacidad de ahorro de la clase trabajadora en estos territorios sea mucho menor que en otros con mejores condiciones laborales. En estos contextos son muy numerosas las familias que viven al día, lo que implica que una gran cantidad de población pasará a depender directamente de los subsidios estatales y de la capacidad de la sociedad de articular redes de solidaridad[19].
En segundo lugar, la interrupción de las visitas internacionales supone una sangría en cuanto a la entrada de divisas. El turismo no es una exportación y, sin embargo, funciona en cierta medida como tal, porque implica un flujo constante de dinero cruzando las fronteras. Los desplazamientos cercanos intrafronterizos pueden implicar la redistribución de riqueza dentro de ese territorio o, en todo caso, como alternativa a las salidas al extranjero, una divisa que no se pierde. Pero la pérdida del turismo extranjero es difícilmente reemplazable, ya que supone una pieza clave de la balanza comercial para muchas regiones. En otros términos, la entrada de euros por este medio, unida a las exportaciones, compensa la importación de todo lo que consume la población y que no se produce en el propio territorio, que, en muchos de estos casos, es casi todo. Hemos visto cómo algo tan básico como mascarillas (por no hablar de otros suministros médicos más complejos, como los respiradores) deben importarse. Si se importa casi todo y esto no se compensa comercialmente, la única opción es el endeudamiento de las instituciones del Estado, algo a lo que aboca también la necesidad de afrontar la crisis social generada por el crecimiento del desempleo. Aunque la Unión Europea esté dispuesta a proveer de liquidez a estas economías, habrá que ver hasta qué punto y bajo qué condiciones. Resulte como resulte, el endeudamiento de los países del Sur de Europa será significativo, en ocasiones desastroso, y va a redundar en una mayor subordinación de los países receptores.
Por último, el parón nos deja una gran cantidad de infraestructuras infrautilizadas, a veces de un nivel muy alto incluso para estándares europeos y, por ello, difíciles y costosas de mantener. Esto es evidente en las infraestructuras de transporte, que pueden sufrir un rápido deterioro y que absorben una buena cantidad de los presupuestos públicos. También en las infraestructuras privadas, incluida la vivienda, que se enfrenta no solo al deterioro que