La Moneda De Washington. Maria Acosta
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Bajó las escaleras y vio, cuando llegó a la planta baja, que la puerta del taller de restauración de Sofía estaba abierta y su amiga estaba con una brocha extendiendo un producto pegajoso sobre una pequeña mesa. Llamó a la puerta. Sofía levantó los ojos.
–¿Has dormido bien? En la cocina hay leche y bollos o puedes calentar las chulas de anoche. Espera que voy contigo y así descanso un poco –dijo Sofía mientras metía la brocha en un recipientre de cristal que estaba lleno hasta la mitad de un líquido transparente de color marrón, quitaba los guantes de algodón blanco que tenía puestos, los dejaba encima de la mesa de trabajo y limpiaba las manos en un trapo rojo que llevaba en la cintura.
–Si son las ocho.
–Yo me levanto a las seis y media, tomo un café con leche y me pongo a trabajar. Luego, hacia las ocho, vuelvo a desayunar más fuerte, así que ya era la hora. Carla y Jorge también están afuera, están dando una vuelta por el monte haciendo fotos, no tardarán en llegar.
–¡Y yo que pensaba que me levantaba temprano! –dijo Luís mientras se sentaba en la mesa de la cocina delante de un cuenco de café con leche y un gran trozo de pan de brona. –Bueno, tengo que irme, en cuanto lleguen me despido de ellos y me voy. ¿Me podrías llevar aunque sea hasta Arteixo para poder coger el autobús de vuelta a Coruña? No quiero molestar y veo que estás ocupada trabajando.
–¿Por qué no te quedas un día más?
–No puedo. Tengo que ir a Coruña, ni siquiera tengo ropa para poderme cambiar.
–Si es ese el problema seguro que Jorge te puede dejar de la suya –respondió Sofía mientras le daba un mordisco a una rodaja de pan de millo con mermelada de fresa.
–De todas formas, antes de marcharme de Coruña volveré por aquí. Lo he pasado muy bien y os echaba mucho de menos.
–En cuanto lleguen te llevo a Coruña y espero que vuelvas y no lo estés diciendo para que te deje en paz.
–No, te lo prometo, antes de irme a Madrid te llamaré para quedar contigo. ¿De acuerdo?
–De acuerdo.
Ya había pasado una semana desde su llegada a Coruña y Luís, mientras se acomodaba en su asiento del avión, estaba pensando en todas las cosas que había hecho en este tiempo: había estado con Sofía, Carla y Jorge en la aldea de la primera y lo había pasado muy bien con ellos, tanto la primera vez como el sábado pasado, cuando regresó para despedirse de ellos. También había estado con Ricardo y Teresa, había algo raro en ellos, puede que hubiera pasado demasiado tiempo desde la última vez que los había visto, a lo mejor eran manías suyas, a lo mejor no, pero los notó nerviosos por su presencia, aunque intentaron disimularlo. Conociendo por Jorge la manía mutua que se tenían Teresa y Sofía no dijo nada a la primera sobre su visita a O Moucho. El abogado lo había llamado el viernes a su teléfono móvil para quedar con él esa misma tarde en su despacho. A Luís le pareció que iba a rechazar la oferta de su bufete y tuvo razón. El abogado se sentía halagado pero no deseaba marchar de su ciudad, en Coruña era alguien, en Madrid sería uno más de los que trabajaban en un bufete importante y, aunque sabía que podría ganar mucho más dinero, prefería la tranquilidad de una pequeña ciudad. De todas formas, estaba dispuesto a hacerles cualquier favor que le pidiesen, si estaba dentro de sus atribuciones hacerlo, en un futuro. Se dieron un apretón de manos y se despidieron. El resto del tiempo lo dedicó a ir al cine y a caminar por la ciudad. Llamó a su mujer un par de veces y también habló con sus dos hijos. Enseguida estaría de vuelta en Madrid. Sofía le había dado la dirección y el teléfono de Steven y María del Mar y estaba deseando escribirles una carta para saber qué había sido de sus vidas, también le había prometido a Jorge que intentaría encontrar al comisario Soler.
¡Mira qué es difícil a veces conseguir información!, pensaba Ariel mientras salía de la sede de la Sociedad Fuilatélica de Coruña casi a la hora de cerrar, a las nueve menos cinco de la noche. Había estado hablando un buen rato con la persona entendida en monedas pero sobre lo que a él le interesaba no tenía información en la sede de la asociación, a lo mejor en casa, en su ordenador, podría encontrar algo. Ariel no lo apuró, le escribió su dirección de correo electrónico para que le mandase la información, o le dijese dónde podría conseguirla, y se la dió al hombre, un señor mayor, alto y todavía fuerte, y muy amable.
No había ido a vistar a su prima Sofía el fin de semana; lo había llamado ella el viernes para decir que tenía invitados y que sería mejor quedar para el siguiente. A él le daba igual, de hecho prefería estar solo con su prima. No es que no le gustasen sus amigos, conocía a dos de ellos, Jorge y Carla, con los que, le había dicho, había pasado una aventura muy peligrosa hacia años, pero desde luego eran gente un poco rara, sobre todo la mujer veneciana.
No había vuelto a ver a Uxía desde el día que habían comido juntos. Lo había llamado ella a su trabajo por la mañana para saber cómo le iba con la investigación sobre la moneda. Ariel le había dicho que todavía no había ido por la Sociedad Filatélica y la muchacha le había respondido que intentaría investigar algo por su cuenta en Internet y que ya lo llamaría si encontraba información sobre la manera de hacer moneda en la época de la Guerra de Independencia de los Estados Unidos. A vez si por esa parte tenían más suerte que con la Sociedad Filatélica. Ariel ya había estado buscando información en Internet pero por el momento no había encontrado nada, sólo unas cuantas fotos de monedas, con la información de sus características técnicas y poco más. A lo mejor no había buscado lo suficiente, a lo mejor tenía que seguir buscando. ¿Y si recorriese las tiendas de antigüedades? A lo mejor en alguna de ellas podía encontrar monedas de la misma época; a lo mejor en las viejas tiendas de la Ciudad Vieja alguien sabría algo sobre monedas antiguas. Lo que sí tenía claro era que tenían que ser locales a donde la gente lleva lo que sus abuelos y bisabuelos acumularon durante años y que ninguno de los herederos quiere. De vez en cuando se encuentran, de esta manera, cosas muy curiosas y raras. Lo que no sabía era cúando podría hacerlo. Su horario de trabajo era de nueve y media a dos de la tarde y luego desde las cinco hasta las ocho y media de la tarde, e imaginaba que las dichosas tiendas tendrían un horario parecido al suyo, y como la tienda de fotografía donde trabajaba estaba en una calle muy concurrida y mucho más los sábados, también trabajaba ese día. A lo mejor Uxía podría echarle una mano, pensaba Ariel mientras caminaba hacia su casa. Miró el reloj, todavía no eran las nueve y media, a lo mejor Uxía estaba en el piso que compartía con su hermana, que estudiaba Filoloxía Galega en el campus de Elviña.
Cruzó la Plaza de Pontevedra a paso ligero, intentando no tropezar con el montón de gente que transitaba por ella y por las calle de los alrededores. Hacía un rato que había empezado a llover y, de repente, salieron, no se sabe muy bien de dónde, un buen número de paraguas que dificultaban la circulación de los que no los llevaban, como le ocurría a Ariel, debido a la poca consideración de la mayoría de los que llevaban tan incómodo artilugio para ampararse de la lluvia. Ariel, en ese momento, no tenía ni el chubasquero, sólo una ligera cazadora vaquera que estaba comenzando a empaparse. En cuanto llegase a casa se daría una ducha, se pondría el pijama y luego, antes de cenar, llamaría a Uxía.
–Entonces, ¿no te importaría hacerme ese favor?
–No.