La Moneda De Washington. Maria Acosta

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La Moneda De Washington - Maria Acosta

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rebuscada de hablar. Se dieron un fuerte abrazo y luego, después de una conversación intrascendente sobre el viaje y el tiempo que estaba haciendo en la ciudad, fueron a recoger el equipaje en la cinta transportadora.

      Estaban tan concentrados en sus cosas que no se dieron cuenta de la presencia de un hombre alto, de más de un metro ochenta, impecablemente vestido con un traje de seda y corbata también de seda, puede que con una barriga un poco prominente y una incipiente calvicie en su frente, de cabello oscuro y ondulado y con la piel morena propia de quien va de vez en cuando al solárium. Había llegado en el mismo avión que Francesco, entre él y los dos amigos había media docena de pasajeros, y ninguno de ellos se había percatado de su presencia. Estaba aquí por negocios y su nombre era Luís Barros Sánchez, era uno de los socios de un importante bufete de Madrid, Baker & McKenzie, y hacía quince años había vivido, junto con sus amigos Teresa García Olavide, su hermano Ricardo, Sofía Castro Souto y Carla Monte-Ollivellachio, una peligrosa y emocionante aventura. Después de eso había terminado Derecho y Empresariales y luego fue a Estados Unidos a hacer un máster. Cuando volvió consiguió un trabajo en la empresa en que, recientemente, lo habían ascendido y se casó con la hija de uno de sus socios. Padre de dos hijos vive en un impresionante y amplio ático en el barrio de Salamanca, en Madrid. En este momento, cuando está recogiendo la elegante maleta de piel roja, está pensando cómo conseguir que el abogado que tanto trabajo les dio en el caso de la compra del edificio del antiguo Cine Avenida de la ciudad de Coruña pase a trabajar para ellos.

      Había perdido todo contacto con sus amigos salvo con Sofía, de la que sabía que se había ido a vivir a un pueblo cerca de Coruña. Se puso en la cola de espera de los taxis, no tenía prisa, hasta el día siguiente no tenía la cita con el abogado, comería en el Hotel Atlántico, que era donde iba a permanecer mientras estuviese en la ciudad, y luego subiría a su habitación a descansar. No aguantaba los viajes en avión, lo dejaban agotado. Sólo quedaban dos personas delante de él cuando vio pasar un Land Rover tan despacio que pudo ver perfectamente a los dos ocupantes del vehículo. Creyó reconocerlos. Sobre todo al conductor pero no los conseguía ubicar. Daba igual. Ya se acordaría. En ese momento un taxi paró delante de él, cogió la maleta, se la dio al taxista, que la metió en el maletero, y se fue hacia Coruña. Dio la dirección del hotel y arrancaron enseguida. Luís se puso a pensar en los dos hombres del Land Rover. ¿Por qué le resultaban tan familiares?

      Mientras Luís comía en el restaurante del Hotel Atlántico el menú degustación, ya que la forma de conducir del taxista le había revuelto el estómago, pero algo tenía que meter al cuerpo porque no había tomado nada desde el desayuno en su casa a las seis de la mañana, intentaba recordar de qué conocía al hombre que iba conduciendo el Land Rover. Nada, no había manera. No se acordaba de él. Como siguiese pensando en eso le comenzaría a doler la cabeza. Desistió. Ya lo recordaría cuando menos se lo esperase; de todas formas, algo en su interior le estaba diciendo que era importante que lo recordase cuanto antes. ¡Serían los nervios del viaje! El avión siempre conseguía ponerlo nervioso, y mira que llevaba años volando de aquí para allá debido a los negocios de la empresa, pero no había manera, no se acababa de acostumbrar. Cuando ya consideró que se había quedado satisfecho pidió un café, y luego subió a su habitación a acostarse un rato. Estaba deshecho.

      Aunque durmió casi dos horas, lo que normalmente no ocurría jamás, despertó con la sensación de no haber descansado lo suficiente, o quizás con la impresión de que había soñado algo que lo ponía todavía más nervioso de lo que ya estaba antes de echar la siesta. Pero no recordaba el sueño, casi nunca los recordaba. Eran casi las cinco de la tarde, le apetecía dar una vuelta por la ciudad, se duchó y lavó el pelo con el champú especial contra la caída del cabello y luego eligió de su maleta un pantalón vaquero, una camiseta roja y una cazadora también vaquera, se puso unos calcetines de deporte y calzó unas zapatillas marca Adidas, blancas. Se miró en el espejo del armario y decidió que tenía que disimular aquella barriga de alguna manera, puede que abotonando un poco la cazadora. Así estaba mucho mejor. Ya podía ir a dar una vuelta por aquella ciudad a la que no había vuelto desde hacía quince años. Por lo poco que pudo ver mientras estaba en el taxi había cambiado bastante. Ahora deseaba ir a la playa y ver si se acordaba de dónde habían encontrado al kurdo muerto. ¿Estaría todavía la sombra dibujada en el muro?

      Bajó en el ascensor y dejó la llave en recepción, cando salió se dio cuenta de que no hacía tanto frío como había pensado y se sacó la cazadora, comenzó a caminar hacia la Dársena, luego cruzó la calle hasta llegar a la calle Real y al edificio donde antes se encontraba el Cine París, se metió por la calle de los vinos, fue a parar a la Estrecha de San Andrés, continuó por la calle del Orzán y por fin, después de meterse por la calle del Sol, pudo ver la playa del Orzán. Desde ella pudo observar el nuevo edificio que había en vez de las ruinas del matadero: un hotel de cinco estrellas. Tenía gracia: el mismo sitio donde hacía quince años dormían algunos mendigos de Coruña sirvió para hacer un hotel donde dormían los ricos que no eran de la ciudad. Luego comenzó a caminar por el paseo marítimo hacia la playa de Riazor. Había cambiado todo. Las barcas, por supuesto, ya no estaban; ni tampoco la casa donde habían tenido prisionera a María del Mar. ¡Las vueltas que da la vida! ¿Echaba de menos aquellos tiempos?, iba pensando Luís mientras seguía caminando hacia Las Esclavas. Puede que un poco: sobre todo el compañerismo que había entre ellos. La aventura había estado bien pero no como para repetir, por lo menos desde su punto de vista. Continuó caminando un poco más, hasta la pequeña playa que había un poco más allá del colegio de monjas y luego dio la vuelta. Iría a tomar un par de vinos y ver cómo andaba el ambiente festivo de la ciudad.

      Muchos de los bares que había en los ochenta habían desaparecido, aparecieron otros nuevos, y muchos locales que estaban antes llenos de gente comiendo ahora también lo estaban pero lo que hacían era comprar ropa y zapatos. Qué pena. Vio un restaurante tranquilo para aquellas horas, poco más de las siete de la tarde, se llamaba O mesonciño galaico, le hizo gracia el nombre y entró en él. Un local pequeño con un camarero muy simpático y unas tapas muy curiosas. Pidió un ribeiro y una mariposa, bebió un sorbo de vino, cogió el teléfono móvil y buscó el número de Sofía. No contestaba, esperó un rato y cuando ya estaba pensando en cortar la comunicación escuchó la voz de su amiga al otro lado de la línea.

      – ¿Luís? ¿Cómo es que llamas?

      – ¿Y luego3 , estás ocupada? –respondió.

      –No. Pero me extraña, después de tanto tiempo. ¿Ocurre algo?

      –Estoy en Coruña. Por negocios. Me gustaría verte.

      – ¡Pues claro! ¿No perderías la dirección? Da igual, ya te voy a buscar. Tú sólo tienes que avisar que vienes. ¿Seguro que vienes?

      –Sí, sí, en cuanto acabe lo que tengo que hacer aquí. Tengo una semana pagada en el hotel, si acabo pronto con lo que me ha traído hasta aquí, iré un día a visitarte.

      –Espero que sí, porque tengo un par de cosas para ti.

      – ¿Qué es?

      –Ya lo verás, así seguro que te das prisa en acabar lo que tengas que hacer. Me alegro mucho de que te hayas acordado de mí. Ahora tengo que colgar. Llámame pronto.

      –Te llamaré. Hasta luego.

      –Hasta luego.

      Esta mujer no cambiaría jamás, siempre con prisas y con misterios. Casi no se había dado cuenta pero el camarero había puesto el televisor y estaban con uno de esos programas de noticias locales. De repente se dio cuenta de que estaban, tanto el presentador como el resto de los invitados, hablando en gallego. Con todos estos años viviendo en Madrid tenía el idioma un poco oxidado pero se había puesto al día en pocas semanas antes de hacer este viaje, no sabía si el abogado con el que se iba a entrevistar

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