El Viento Del Amor. Guido Pagliarino

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El Viento Del Amor - Guido Pagliarino

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puedo aguantar la falsedad y la fiesta!

      Sus lunas nuevas y solemnidades

      las detesto con toda mi alma;

      se han vuelto para mí una carga

      que estoy cansado de soportar.

      Cuando extiendéis vuestras manos,

      yo cierro los ojos;

      por más que multipliquéis las plegarias,

      yo no escucho:

      ¡vuestras manos están llenas de sangre!

      ¡Lavaos, purificaos,

      apartad de mi vista la maldad de vuestras acciones!

      ¡Cesad de hacer el mal,

      aprended a hacer el bien!

      ¡Buscad el derecho,

      socorred al oprimido,

      haced justicia al huérfano,

      defended a la viuda!»

      Escribe el profeta Amós (Am 5, 21-24):

      «Yo aborrezco, desprecio sus fiestas,

      y me repugnan sus asambleas.

      Cuando me ofrecéis holocaustos,

      no me complazco en vuestras ofrendas

      ni miro vuestros sacrificios de terneros cebados.

      Aleja de mí el bullicio de tus cantos,

      no quiero oír el sonido de tus arpas.

      Que el derecho corra como el agua,

      y la justicia como un torrente inagotable»

      En cuanto al profeta Miqueas, es testigo en Judea de importantes acontecimientos, sobre todo la guerra entre los reinos hebreos de Judá e Israel. Condena con dureza a los sacerdotes y falsos profetas y ataca con vehemencia a los ricos propietarios de latifundios, que oprimen y explotan sin compasión a los pobres, sobre todo a los braceros agrícolas y los pequeños propietarios. Denuncia la corrupción de las ciudades, sobre todo de Jerusalén, a la que hace símbolo de la corrupción de los religiosos y políticos y los funcionarios públicos más importantes. Como Amós en su misma época, Miqueas predica la justicia de Yahvé y reclama en su nombre un comportamiento absolutamente honrado y no solo de justicia formal: Dios reclama que, siguiendo su ejemplo, se ejercite la piedad (Mi 6, 8).

      Es interesante señalar que Miqueas presenta una de la profecía más claras, figura que el Nuevo Testamento identificará con Jesucristo (Mi 5, 1-14): afirma que nacerá en Belén, no será un ángel, sino un ser humano, sus origen se remontan al pasado más lejano, se rodeará de un círculo de hombres justos, cuidará de los más pobres y fundará un reino universal de justicia, paz y bienestar (Mi 4,1-5) del que será soberano el mismo Dios y el que las lanzas se transformarán en hoces y las espadas en arados, porque no habrá más guerras. Todo esto es simbólico. Esencialmente sería un reino ultraterreno de Paz, es decir, la vida eterna en el Dios de los santos.

      Profeta Miqueas, témpera sobre tabla, escuela véneta, primer cuarto del siglo XVI.

      Sobre la mentalidad henoteísta y politeísta entre los hebreos

      Antes de la esclavitud babilónica, los hebreros fueron atraídos por el politeísmo: al convivir estirpes y religiones diversas en el mismo territorio palestino, no es algo que deba sorprender. Muchos adoraban, junto a Yahvé, a dioses de la tierra y, en general, de la fertilidad. Al principio, hay un Padre El, que llega en ciertos momentos a confundirse con Yahvé, una Madre Asherah, equivalente a la babilonia Ishtar, a su vez equivalente a la fenicia Astarté y considerada por otros la esposa del propio Yahvé, y sus hijos Anath y Baal, nombre este último de múltiples significados como Marido, Señor y Año. Esta última divinidad es la más adorada y aplacada, más que Yahvé por algunos. Los hebreos erigen sus estatuas y estelas y les ofrecen sacrificios, incluso en el patio de templo construido por Salomón. Se levantan otros monumentos de culto, delante de una puerta de Jerusalén dedica a Josué, incluso a los peludos, divinidades inferiores de los campos, similares a los faunos de los bosques de los griegos. Varios soberanos son cómplices o algo peor. Es idólatra Jeroboam, primer rey de Israel tras la separación de Judá de las tierras del norte: está escritos en Crónicas 2 que Jeroboam había instituido «por su cuenta sacerdotes para los lugares altos, para los sátiros y para los terneros que él había fabricado» (2 Cr 11, 15): en el original hebreo se decía exactamente que se trataba de estatuas de peludos y terneros.

      A lo largo del tiempo van acaeciendo desgracias sobre el pueblo hebreo y ahí surge en el entorno profético la idea, que se reflejará en la Biblia, de que Yahvé castigará a los idólatras entre sus súbditos: súbditos porque el único rey de Israel es Dios, mientras que David y los posteriores soberanos son sus delegados, sus virreyes. El profeta de turno levanta por tanto la voz para que se deje de adorar a divinidades extrajeras, pero siempre en vano, y los castigos divinos llegan de nuevo puntuales, muchas veces en forma de una derrota en la guerra. Adorar a los dioses de otros pueblos es una práctica tan habitual en Israel que traerá al final lo que se entenderá como el enorme castigo de la deportación a tierras babilonias para que todo Israel acepte la idea de un Dios único.

      Se forma en el siglo IX a.C. un movimiento, dirigido por los profetas Elías y Eliseo, particularmente duro contra el politeísmo y que llega al homicidio de los sacerdotes y los profetas de las divinidades extranjeras. Este partido inspira una revolución con fines religiosos en el reino de Israel hacia el año 840 a.C., aunque el movimiento no consigue afirmarse y sigue siendo bastante minoritario. Por su parte, el rey Asa (en torno a 913-873 a.C.), nieto de Salomón, había combatido en vano contra la mentalidad politeísta. Luego se produce una acontecimiento nuevo y crítico, la dominación asiria.

      En el siglo VIII antes de Cristo, Asiria, bajo Tiglatpileser III, rey desde el 744, pasa de ser reino a convertirse en imperio al conquistar muchos estados e instaurar sus gobernadores y la práctica de deportar a parte de las poblaciones vencidas, sustituyéndolas por otras: los asirios son enviados a norte, hacia Urartu, al sur han conquistado Babilonia, que fue suya en el pasado y al este han vencido a los medos, al norte se expanden hacia las zonas mediterráneas y finalmente derrotan al reino de Israel y, poco después, a Egipto.

      En el 721 a.C., el rey asirio Sargón II ha conquistado Samaría, la capital de Israel. Deporta posteriormente «a los israelitas a Asiria. Los estableció en Jalaj y sobre el Jabor, río de Gozán, y en las ciudades de Media» (2 Re 17, 6). Traslada a otros pueblos a las tierras de Samaría desde regiones distantes del imperio, que, al unirse con los remanentes no deportados, constituirán los que se llamarán samaritanos, mal vistos por los hebreos todavía en el tiempo de Jesús, porque se les consideraba bastardos: con ese término denominaban los hebreos a los supuestos descendientes de padre hebreo y madre no hebrea. La ciudadanía judía y el estatus de hebreo se transmitían por parte de la madre y todavía hoy en el estado de Israel es hebreo quien tiene madre hebrea. Las diez tribus del norte son por tanto absorbidas por otros pueblos, mientras que algunos componentes bajan al sur y se suman a Judá.

      La duodécima tribu, descendiente del hijo de Jacob de nombre Leví, era la sacerdotal (a ella pertenecían Aarón y Moisés) y, a diferencia de las otras once, no había tenido una asignación concreta de un territorio después de la conquista de la Tierra Prometida.

      En

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