El Inspector Con El Corazón De Oro. Marcella Piccolo

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El Inspector Con El Corazón De Oro - Marcella Piccolo

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y de residencia, luego le explicó que el curso era lo más difícil y duro que él pudiese imaginar.

      Quedó un momento hablando con él, olvidándose de las obligaciones que le esperaban, le gustaba el chaval, Roberto, se llamaba, el cual, lleno de entusiasmo afirmaba que estaba preparado para superar todas las dificultades:

      «¡Yo… se hacer de policía! … ¡Yo… tengo olfato!»

      El muchacho hablaba con una cierta dificultad, pero conseguía hacerse entender y, por otra parte, Teddy hacía todo lo posible para comprenderle, ya que no quería mortificarlo y, como buen investigador, ¡lo que no entendía, lo intuía!

      Mientras tanto el tiempo pasaba, «ahora», se dijo Teddy «sería conveniente acompañarlo a casa. ¡No sin antes haberle dado los impresos para la tan suspirada inscripción al curso de cadetes de la polcía! Luego… ya veremos.»

      «Escucha, Roberto, me debo ir, ¿quieres que te lleve a tu casa en el coche de policía?»

      «¡Sííí!» fue la respuesta.

      Cogió el papel con la dirección y salió con él de la comisaría pensando en que, quizás en aquel instante, los padres lo estaban esperando con ansiedad, preocupados por su ausencia.

      1.

      3) En la Avenida Buenos Aires

      Se dirigieron al coche: el joven, con las mejillas sonrosadas por la emoción y el policía duro, gigante, con sus 195 centímetros de altura, hombros anchos y cintura (¡Dios mío!) ¡de eso, ni hablar!

      «¿Ponemos… la sirena?» decía el chaval.

      «No» respondía el policía.

      «La sirena es sólo para casos de emergencia. Sin embargo, si quieres, nos paramos en el bar y yo tomo un café, ¿y tú?»

      «¡Helado!» fue la respuesta del aprendiz de policía.

      Se pararon en un bar de la Avenida Buenos Aires y pasaron unos minutos relajándose como viejos amigos.

      En la Avenida Buenos Aires el tráfico de la noche empezaba a ser frenético, el cierre de las oficinas derramaba en las carreteras columnas de autos con trabajadores impacientes por llegar a casa y ponerse las zapatillas delante del televisor.

      De vez en cuando el sonido de algún claxon ensordecía a los peatones que iban por su camino ocupados en hacer auténticos eslalons entre los coches que hacían cola y los aparcados sobre la acera.

      Los escaparates comenzaban a iluminarse, invitando a personas de todo tipo a la compra nocturna. En los escaparates de ropa más famosos, se exhibían a menudo maravillosos modelos de los prestigiosos estilistas milaneses, aunque, la zona de Milán más próspera en negocios de alta costura es sin duda la via della Spiga y vía Montenapoleone.

      Cuando salieron del bar, Roberto todavía estaba ocupado en lamer su cono de helado, miraba a su alrededor convencido de que todos lo estarían admirando porque estaba en compañía de un famoso investigador.

      Pero, de repente, una escena delante de ellos atrajo su atención.

      A unos 100 metros, en la acera, justo delante del coche de policía aparcado, un hombre estaba saliendo de una joyería mirando a su alrededor con aire furtivo, (esto fue al menos lo que le parecía a Roberto), había girado en su dirección, cuando, al ver el auto de la policía, se quedó parado, miró a derecha e izquierda de la acera, se encontró con los ojos de Roberto, se paró a observar a Teddy e inmediatamente cambió de dirección alejándose hacia la plaza Loreto.

      «¿Has visto?» dijo Roberto, «ese es, sin duda, un ladrón, habrá robado la joyería, ¡arrestémoslo!»

      El inspector tuvo unos cuantos problemas para calmarlo y ahcerle comprender que no se puede correr detrás de todos los individuos que parecen sospechosos.

      «De todas formas, ahora pasamos delante de la tienda y miramos en el interior cómo están, ¿te parece bien?»

      «¡Ok, comandante!» fue la respuesta del joven.

      Pasaron delante del escaparate, pero vieron que todo estaba tranquilo, el joyero estaba reponiendo algunas joyas dentro de la vitrina, levantó la vista hacia ellos y respondió tranquilo al saludo que le habían hecho. Cuando el inspector le preguntó si todo iba bein, respondió enseguida:

      «¡Todo perfecto, gracias!»

      «Sin embargo, me parecía…» intentaba justificarse Roberto.

      «¡Venga, no importa! Mejor así» respondió Teddy.

      Entraron en el coche y enseguida llegaron bajo la casa del muchacho, el cual se despidió del inspector dándole las gracias y subió deprisa las escaleras de su casa, donde lo esperaba la madre, ahora ya intranquila por su causa.

      4) En casa de Roberto

      La casa de Roberto era una típica casa milanesa con balcones: los lados del edificio circundaban un patio sobre el cual surgían los balcones dispuestos en cada planta, a lo largo de estas barandillas se abrían las puertas de los apartamentos. Los habitantes, a menudo, competían por embellecerlos con macetas de flores, y era muy hermoso el contraste entre lo rústico de los muros y el esplendor de las macetas de geranios o de petunias que se exponían.

      En casa encontró a la madre preparando la cena que, enseguida, le dijo:

      «¡No has ido al gimnasio! ¿Dónde has estado tú solo? ¡Podías haberte perdido! ¡No estabas en el autobús, estaba muy preocupada!»

      Roberto, intentando asumir una actitud, en lo posible, masculina, respondió:

      «Mamá, no debes preocuparte, soy mayor ¡y estoy a punto de convertirme en policía!»

      Luego siguió contando su tarde apasionante, no dejando de describir a su gran amigo el inspector Teddy.

      Mientras tanto en la televisión estaban con el telediario, entre las imágenes que aparecían se vio a la sargento Micaela que empujaba a un hombre esposado dentro del coche de policía, ¡el hombre tenía el rosto bastante tumefacto y la nariz le sangraba! Al fondo, se veían también una ambulancia y una camilla donde estaba tendida la esposa del hombre.

      En ese mismo momento en la Comisaría, teddy, estaba riñendo a Micaela, justo por aquel hecho, diciendo:

      «¿Pero qué has hecho? ¡Le has dado una buena paliza!»

      «¿Yo?» respondía Micaela. «¡Ni en sueños! ¡Yo no lo he tocado! Estaba ya así cuando hemos llegado. ¡Habrá sido la mujer, o habrá resbalado y caído mientras la perseguía!»

      «¡Sí, se habrá caído sobre una porra que iba por ahí, sola, desde sus pies a la nariz!» comentó el inspector.

      La mirada seráfica de Micaela, entre culpable y complacida, mientras acariciaba la empuñadura de su cachiporra, no necesitaba de más explicaciones.

      5) Micaela

      El teléfono sonó en la comisaría, alguien buscaba a Micaela:

      «¿Diga? Hola, ¿cómo estás? ¿Ah, sí? ¿ya? No, no te preocupes, claro, voy, es más, enseguida vamos, ¿a qué hora?… sí, tranquila, estaremos allí

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