La cara de la muerte. Блейк Пирс

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La cara de la muerte - Блейк Пирс Un misterio de Zoe Prime

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para cuando volvieran a entrar en el coche.

      Shelley las presentó, y ambas mostraron sus placas al oficial a cargo antes de acercarse a la escena. Zoe sólo escuchaba a medias, estaba feliz de dejar que Shelley se hiciera cargo. A pesar de que Zoe era la oficial superior, no tenía ningún problema en que Shelley se pusiera a cargo. Zoe ya estaba buscando las claves que le revelarían todo. Shelley asintió con la cabeza, un acuerdo tácito que marcaba que ella trataría con los policías locales mientras Zoe examinaba los alrededores.

      –No sé si encontrarás demasiado ―le estaba diciendo el jefe de policía―. Hemos investigado todo con mucho detalle.

      Zoe lo ignoró y siguió buscando. Había cosas que ella podía ver, cosas que otros no podían ver. Cosas que a ella le parecían que estaban escritas en letras de tres metros de alto, pero que eran invisibles para la gente normal.

      Este era su secreto, su superpoder. Vio sus huellas en la arena y los cálculos aparecieron junto a ellas, diciéndole todo lo que necesitaba saber. Era tan fácil como leer un libro.

      Se agachó un poco para ver mejor las huellas cercanas y podía ver cómo se alejaban del cuerpo de la víctima. La zancada le decía que el perpetrador medía un metro ochenta. La profundidad de sus huellas indicaba fácilmente un peso de alrededor de 95 kilos. Había estado corriendo a un paso constante, acercándose a la víctima a seis kilómetros por hora, según su distancia.

      Zoe se movió, examinando el cuerpo a continuación. El convicto había usado un cuchillo de unos diecinueve centímetros para apuñalarlo por encima del cuerpo en un ángulo de cuarenta y nueve grados. La huida fue en dirección noroeste, a un ritmo de trote más rápido de unos nueve kilómetros por hora.

      La sangre en la arena le mostraba que esto había ocurrido hacía menos de cuatro horas. Los cálculos fueron fáciles. Usando un índice promedio de fatiga y teniendo en cuenta el calor del día, Zoe miró hacia arriba y entrecerró los ojos mirando a lo lejos, imaginando exactamente a qué distancia lo encontrarían. Su corazón se aceleró cuando se imaginó que lo atrapaban. Lo atraparían fácilmente. Ya estaba fatigado, sin agua, y sin forma de saber que ya habían descubierto sus crímenes. Esto terminaría pronto.

      Su atención se desvió a los arbustos y pequeños árboles que crecían a la distancia, se encontraban demasiado dispersos para ofrecer suficiente refugio para un humano. Vio las distancias entre ellos y los números aparecieron ante sus ojos, contándole la historia detrás del patrón. Dispersos unos de otros, con escasos recursos naturales. Agrupados, las raíces buscando una fuente de agua subterránea y un suelo rico en nutrientes. Aunque parecían aleatorias a los ojos desprevenidos, la colocación de cada uno era un diseño. Un diseño del mundo natural.

      –¿Ves algo? ―preguntó Shelley. Tenía una mirada expectante, como si esperara que su compañera más experimentada lo resolviera todo.

      Zoe miró hacia arriba, comenzando a sentirse culpable. Se puso en pie y rápidamente sacudió la cabeza.

      –Supongo que él corrió hacia allí ―dijo señalando la dirección obvia de sus huellas alejándose. Había un afloramiento de rocas a lo lejos que parecía ser un buen lugar para descansar. La formación le habló de patrones de viento, de miles de años de esculpir esas rocas. ―Tal vez se detuvo a la sombra por allí. Es un día caluroso.

      Un secreto era un secreto. No había forma de que pudiera admitir lo que sabía. No había manera de que pudiera decir en voz alta que era un bicho raro que entendía el mundo de una manera que nadie más lo hacía. O admitir el resto, que tampoco entendía cómo lo veían ellos. Pero sí podía decirle eso. Era el tipo de indicio que una persona normal podría ver.

      El jefe se aclaró la garganta, interrumpiendo.

      –Ya hemos explorado en esa dirección y no hemos encontrado nada. Los perros perdieron el rastro. Hay un terreno más rocoso por allí que no deja huellas. Pensamos que debe haber seguido corriendo en línea recta. O incluso quizás pudo haber sido recogido por un vehículo.

      Zoe entrecerró los ojos. Ella sabía lo que sabía. Este hombre corría desesperado, sus zancadas eran largas, su cuerpo estaba más próximo al suelo mientras se lanzaba hacia adelante para coger velocidad. No se dirigía a un rescate, y no estaba tan lejos como para que no pudieran encontrarlo.

      –Complácenos ―sugirió Zoe. Ella dio unos golpecitos sobre el emblema del FBI en su placa, que aún estaba en su mano. Había una cosa genial en ser un agente especial: no siempre debías explicarte. De hecho, cumplías el estereotipo si no lo hacías.

      Shelley dejó de estudiar la cara de Zoe para volver a relacionarse con el comisario con un cierto aire de determinación sobre ella.

      –Envíe el helicóptero. ¿Tienen a los perros listos?

      –Claro ―asintió el jefe de policía, aunque no parecía muy contento―. Ustedes mandan.

      Shelley le agradeció.

      –Conduzcamos hacia allí ―le sugirió a Zoe―. Tengo al piloto en la radio. Nos mantendrá informadas cuando descubran algo.

      Zoe asintió con la cabeza y volvió al coche obedientemente. Shelley la había apoyado, la había respaldado. Eso fue una buena señal. Estaba agradecida, y no le tocaba el ego que fuera Shelley la que daba las órdenes. No cambiaba nada, siempre y cuando se salvaran vidas.

      –Menos mal ―Shelley se detuvo descansando en el asiento del acompañante con un mapa abierto en sus manos―. Esto no se hace menos difícil, ¿verdad? Una mujer sola, sin provocar a nadie. No se merecía eso.

      Zoe asintió de nuevo.

      –De acuerdo ―dijo, sin estar segura de qué más podía añadir a la conversación. Arrancó el coche y empezó a conducir para llenar el espacio vacío.

      –No hablas mucho, ¿verdad? ―preguntó Shelley. Hizo una pausa antes de agregar―. Está bien. Sólo estoy tratando de entender cómo trabajas.

      El asesinato fue injusto, eso era cierto. Zoe podía entender eso. Pero lo hecho, hecho está. Ahora tenían un trabajo que hacer. Pasaron más segundos de los que son contemplados como normales de una respuesta esperada. Zoe intentó pensar en algo pero no se le ocurrió nada que decir. El tiempo había pasado. Si hablaba ahora, sólo sonaría aún más extraña.

      Zoe trató de concentrarse en mantener una expresión triste mientras conducía, pero era demasiado difícil hacer las dos cosas a la vez. Pero después dejó de intentarlo, su rostro se relajó volviendo a su natural inexpresividad. No era que no pensara, o que no hubiera emociones detrás de sus ojos. Era difícil pensar en cómo se veía su rostro y controlarlo conscientemente, mientras su mente calculaba la distancia exacta entre cada marcador de la carretera y se aseguraba de que se mantuviera una velocidad que evitara que el coche se volcara si tenía que desviarse en este tipo de asfalto.

      Siguieron el camino por la superficie más lisa mientras se curvaba a través del paisaje llano. Zoe ya podía ver que el camino las llevaba en la dirección correcta, permitiéndoles alcanzarlo si corría en línea recta. Apoyó con fuerza su pie sobre el pedal, usando la ventaja del asfalto para acelerar.

      Una voz sonó por la radio, sacando a Zoe de sus pensamientos.

      –Tenemos al sospechoso a la vista. Cambio.

      –Copiado ―respondió Shelley. Fue precisa y no perdió el tiempo, Zoe apreció eso―. ¿Coordenadas?

      El piloto del helicóptero dijo cuál era

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