David, La Esperanza Perdida. Serna Moisés De La Juan
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Si bien la labor de pastoreo es bastante sencilla en cuanto a vigilar el rebaño, evitar que este se disperse demasiado y conducirlo hacia donde hay pasto por la mañana y por la tarde recogerlo lo más próximo a la vivienda, es cierto que en ocasiones surgen imprevistos e incluso situaciones de peligro, con las fieras del campo e incluso con perros salvajes.
Sabéis que esta clase de animales, en la primera fase de la enfermedad de la rabia, están como drogados, y apenas se mueven con facilidad, y únicamente muerden cuando se les ataca, y andan de un lado para otro o están tumbados, es decir no son peligrosos, aunque no es recomendable acercarse demasiado a ellos para evitar algún susto al tratar de morder de un salto.
Siendo en la segunda fase cuando son realmente peligrosos y de ahí que se deban de evitar ya que están furiosos, son feroces y tienen instintos de morder a todo el mundo que está a su alcance, ya que afecta a esta parte de su cerebro, siendo muy fácil que de esta forma extienda su enfermedad a otros animales e incluso a las personas a las que se encuentra y ataca.
Bueno, pues apareció un perro rabioso gruñendo con la boca llena de espuma, estando ya pronto para morir, lo que se podía deducir del andar inestable y torpe que tenía, aproximándose hacia donde se encontraba con las ovejas y no se le ocurrió otra cosa que dirigirse hacia el rebaño para atacarlo, pareciera que a pesar de sus malas condiciones y antes de fallecer quisiera extender lo más posible su enfermedad a otros seres vivos y había elegido para ello a estos indefensos animales.
Viendo David al perro, y sabiendo de su enfermedad, pues se lo habían enseñado, ya que era frecuente entre algunos animales, le gritó y cogiendo un palo, se fue hacia él sin pensar que le podía morder, pero con la seguridad de que era más rápido y que podría escapar si hacía falta.
Lo importante para aquel niño era que no se acercase lo suficiente al ganado para morder a las ovejas, ya que aquella que fuera atacada luego debería de ser sacrificada y enterrada sin poderse aprovechar nada de ella, para evitar con ello que su carne pudiese transmitir la enfermedad a quienes se la comiesen.
Pensar que los rebaños de entonces estaban conformados por una veintena de ovejas y no mucho más por lo que el fallecimiento de una de ellas era una verdadera pérdida para cualquier pastor, de ahí que David quisiera evitar que el perro contaminase a ninguna de ellas.
Tener en cuenta que en esa época era normal que los pastores se valiesen de un palo el cual le servía de apoyo a la vez que le ayudaba para hacer indicaciones al ganado, y como en este caso como arma para defenderse, empleándose aún hoy en este oficio, aunque ha quedado casi como adorno.
Este palo solía estar hecho de una madera flexible y no demasiado gorda, de forma que pudiese servir de apoyo sin suponer una carga, al ser todavía un crío, el tamaño era de la altura que iba desde el suelo hasta sus hombros.
Los adultos, en ocasiones tenían palos que superaban la altura de su cabeza, porque además lo usaban para llevar algunas cosas, tales como fardos con ropa o comida, e incluso a algún animal que sufría un accidente y tenían que atenderle en otra localidad.
Tal es la importancia de este palo que se consideraba como una parte más de la indumentaria del pastor, y era identificativo de su profesión, siendo en ocasiones transmitido de padres a hijos como señal de su linaje.
Sobre el grosor, este solía ser de la mitad del puño, de forma que pudiese agarrarse con fuerza cuando así lo requiriese, ya fuese para evitar una caída, para dar indicaciones al ganado o como en este caso para ser usado como arma.
Pero volviendo a la historia, viendo aquel perro enfermo por la rabia que venía el pastor hacia él, se encaró desafiante, ya que se interponía en su camino para alcanzar a las ovejas.
Aquel joven sin perder de vista al fiero animal y mientras se dirigía hacia él, con un rápido movimiento puso el palo entre unas rocas y lo golpeó con su peso, astillándolo en un extremo dejando una punta afilada.
Esto suponía romper el cayado que le había entregado su padre para poder realizar esta labor, lo que en otras circunstancias podría considerarse una afrenta a su familia al despreciar el objeto identificativo de su trabajo, pero aquella circunstancia requería medidas excepcionales y el joven ni se paró a pensar en las consecuencias de aquello, más allá de buscar utilidad de aquel acto que había convertido a un palo normal en una rudimentaria lanza.
David le llamó con grandes voces y gestos, y le tiró una piedra que acababa de recoger del suelo, mientras mantenía el palo en la otra mano, sujeto con fuerza, y el perro vino, aunque no muy corriendo, sí con cierta velocidad, y llegando al lado de David, le amenazó con la boca abierta y los colmillos fuera, y toda la boca llena de espuma.
Con ello David consiguió alejar momentáneamente al animal de sus ovejas, ahora tenía que evitar que le mordiese y le contagiara a él la enfermedad, algo que no se veía sencillo ya que aquel animal parecía presto a morderle en cuanto estuviese suficientemente cerca.
Además, la piedra que le había acertado en el lomo parecía que le hubiese enfurecido, como si aquel animal ya estuviese deleitándose con la cacería que iba a realizar y alguien le hubiese molestado antes del banquete, mostrándose si cabía aún más fiero.
Algo que a cualquier otro podría haberle provocado pavor, siendo en estas situaciones habituales que se huyese salido corriendo a pedir ayuda, pero el pequeño no se movió y mantuvo su posición a pesar de lo amenazante de la situación.
Además, si hubiese abandonado el ganado, probablemente para cuando regresara con ayuda no quedaría ni una en pie, pues es sabido que estas fieras atacan y matan por placer, y no por necesidad de alimentarse, ya que de ser así con cazar una oveja tendría suficiente para saciarse.
Y sobre salir huyendo, el animal estaba lo suficientemente cerca para tratar de alcanzarlo, y con ello podría morderle y contagiarle la rabia, por lo que irse corriendo no parecía la mejor opción.
El niño sin dudar un momento, y tomando el palo entre sus manos poniendo la punta por delante rápidamente se lanzó hacia el perro, y metiéndolo en la boca del animal, se lo clavó en la garganta, y luego se apartó.
Un movimiento tan rápido y certero que apenas le dio tiempo a reaccionar al animal que ni pudo apartar la cabeza cuando ya sitió aquel palo clavado.
Algo que no había practicado antes el joven, pero en lo que destacaba en cuanto a agilidad y sobre todo puntería, lo que había sorprendido a más de uno por sus habilidades con las manos.
El animal sintiéndose herido de muerte, trató por todos los medios de arrancarse el palo con movimientos airados e incluso golpeándose contra el suelo, cosa que consiguió al cabo de un tiempo, pero ya le venía la muerte encima, y salía sangre de su garganta a borbotones.
Viendo David que, no había muerto, y que aún podía hacer daño, cogió una gran piedra, por lo menos grande para él en tamaño, aunque para un hombre sería normal, y esperó a que el perro estuviera bien cerca, y cuando estaba como a un metro, le dio con todas sus fuerzas en la cabeza y al punto el animal se quedó allí muerto.
Veréis que hizo luego, él sabía que un animal con rabia era una fuente de enfermedades, y para evitarlo se tenía la costumbre de enterrar a los que así les sucedía, más como no tenía ni fuerzas ni herramientas, lo que hizo fue lo siguiente.
Tenía